Solo armonía y halagos podían reinar en la cena, previa al chaparrón que siguió después. Es que a uno le da lo mismo ir de número dos que de uno. Y el otro se pronuncia igual. Casi parece que no tuvieran ambiciones de cartel francés cuando la ambición era la razón del encuentro. Si por ambición se entiende la presidencia de la República o, más exactamente, la voluntad de ambos por modificar lo que el Gobierno asegura como irreversible: la continuidad de Cristina en la Casa Rosada por decisión popular. En términos cordiales, por lo tanto, se desarrolló el encuentro entre Mauricio Macri y Carlos Reutemann. O viceversa. Y si bien ambos son remisos para pagar, comen tan frugalmente que la adición no podía sorprenderlos. Tampoco a sus pimpantes esposas en la ocasión, devotas de la gimnasia reductora y de las dietas más estrictas para lucir felinas si la administración pública las llama.
Antes de viajar ayer al exterior, Reutemann movió discretamente sus fichas: salió de la bóveda santafesina y, sin anunciar nada, cristalizó algunas reuniones sospechosas (en términos políticos), al menos para el Gobierno. Tuvo Reutemann el austero y público encuentro familiar con Macri, habilitó en su despacho la presencia de unos jóvenes vinculados a una fundación alemana, su esposa añadió otra vez por mensajes telefónicos la inquietud por ser protagonista con su marido en el orden nacional, recibió a un periodista renombrado (no al que hace un mes primereó con la información de su posible postulación), aceptó la presencia de algunos colaboradores de Francisco de Narváez y, con menos discreción que en otras oportunidades, escuchó la cátedra económica de Carlos Melconian, un hombre también cercano a Macri, que si le preguntan seguro que jura no cruzar una línea política con el ex corredor de Fórmula Uno, que sólo habla de economía.
Macri confesó la reunión gastronómica y dijo que, como en anteriores ocasiones, intentó tentar a Reutemann con una propuesta presidencial. Y que, como siempre, su interlocutor respondió con gestos mínimos. Para Macri, Reutemann es una esfinge. Incluso parecía desconocer hace un mes sus movimientos, cuando se enteró por un medio de que Reutemann contemplaba la oportunidad de acompañarlo en una fórmula. Intentó entonces afanarse por confirmar el dato. Repetía: “Siempre lo invito, pero él se escabulle”. Ahora algo ocurrió. Y volverá a ocurrir porque, este domingo, Macri se reunirá con De Narváez, presuntamente ansioso por definir si, desde la provincia de Buenos Aires, asiste a Macri como presidente y a Reutemann como vice o a la inversa. Este es otro capítulo: algunos entienden que el santafesino no está en las mejores condiciones de salud para enfrentar un período de cuatro años, que acompañaría a alguien afín desde el Senado; y otros aseguran que tiene la salud intacta (aunque use en ocasiones un corsé), también la cabeza (por otra parte, siempre en este caso fue impenetrable), y que, si se concretara un entendimiento con Macri, éste sería ideal como acompañante para un primer ciclo y más ideal después para completar otro ciclo desde la primera magistratura. Sueños de otoño, tal vez, como si la historia estuviera escrita: el kirchnernismo contagia.
Si la Casa Rosada se amarga ante esta eventualidad, más se lamentará cuando empiecen a aparecer determinadas encuestas. Ninguna podría describir el panorama tan arrollador que hoy acompaña a Cristina si contempla la aparición de la dupla. Además de sondeos, Reutemann se interesa por la cuestión económica –uno de los puntos más serios que lo distancian del Gobierno–, de ahí las invitaciones reiteradas a Melconian, castigado por Guillermo Moreno por decir la verdad (o su verdad) en materia de precios y cotizado en la plaza por sus informes. En ningún caso debe Melconian aterrorizar a Reutemann con la situación económica, salvo la necesidad de correcciones y cambios. Al revés de cuando antaño lo empujaban para ser candidato presidencial y él, previsor, consultaba a otro economista, Carlos Rodríguez (del CEMA), quien no podía relatarle un cuadro promisorio ni perspectivas halagueñas. Eran otros tiempos. Si uno quiere reducir la imagen, quizás los distintos enfoques económicos podrían empujar a Reutemann hacia otra decisión, distinta a las del pasado. Pero poco y nada puede saberse. El sigue testeando. Hay que esperar a su regreso de Nueva York; quizás algunos piensen en recibirlo en Ezeiza. Se conformaría él con que lo visiten en Henderson.
Como estaba previsto, casi una derivación de la ley de Murphy –“si algo puede salir mal, saldrá mal” (en el peor momento posible)–, terminó enfangado el idilio político entre Alberto Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde. Quizás por desconocer la teoría del ingeniero norteamericano sobre la prevención de infortunios, en general se desprecia la sabiduría de su criterio. Culpa de los ignorantes, de los seguidores que la corrompieron y difundieron con el humor y, además, que a nadie le apetece incurrir en tanto pesimismo (aún a los argentinos). Pero la regla se cumple y la combinación de los dos políticos era un plazo fijo, una condena establecida, antes de nacer. No hay pareja posible si sus integrantes se desconfian, se utilizan, se sirven y en sus memorias guardan odios irreparables. No hay dinero ni peronismo que contenga tanto resentimiento acumulado. Más que un ensayo psicológico, esto es una confirmación a lo que se anticipó en esta columna hace una semana, cuando el amor reinaba; también una cercanía explicativa a los arrebatos con los que se despidieron los dos contendientes presidenciales de las internas del PJ Federal.
Se conculcó una breve experiencia electoral, internas por regiones, que seducía por su carácter integrador y federalista; tambien un mecanismo de marketing para aparecer en los medios sin pagar avisos: por obligación, durante ocho lunes, como si fuera el fútbol, las figuras participantes saludaban, opinaban, ganaran o no. ¿Fin para las historias políticas de ambos? Uno, con territorio propio, habrá de pensarlo, más cuando no se hará reelegir en San Luis y tampoco, en apariencia, su hermano lo sucederá como gobernador; el otro, prestamente, ya se lanzó al viejo propósito de consolidar una fórmula bipartidista a partir de un pacto previo. Como el acuerdo ya lo redactó Rodolfo Terragno, solo falta llenar los casilleros del binomio: Duhalde, claro, se imagina presidiendo, y ruega para que Ernesto Sanz lo acompañe. Noticia que de confirmarse le revolverá el estómago a Ricardo Alfonsín, algo confundido en la digestión: dijo que tragaba a De Narváez pero no a Macri (“es mi límite”), sin que nadie supiera la diferencia entre uno y otro. Aunque él debe ser un gourmet.