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Nostalgia al cuadrado

En esa época había que ser un especialista para saber quiénes eran los grupos cuyos discos aparecían en las bateas.

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El miércoles comienza la edición número 21 del Bafici. Quiero recomendar efusivamente dos películas: Imaginary Man y Kinkdom Come, dirigidas por Julien Temple (que viene invitado al festival), prolífico cineasta británico especializado en documentales de música. Estos dos, filmados en 2010 y 2011, se ocupan respectivamente de Ray Davies y de su hermano Dave, pilares de uno de los mejores grupos de rock de la historia: The Kinks.

Permítanme un flashback a 1968, cuando yo era un adolescente y descubrí en una disquería de la calle Lavalle un LP de carátula gris llamado Something Else by The Kinks. En esa época había que ser un especialista y leer la prensa musical británica o americana (o escuchar el par de programas de radio cuyos conductores tenían esa información) para saber quiénes eran los grupos cuyos discos aparecían en las bateas. Yo no lo era y, como mucha gente (un caso famoso es el de Wim Wenders) compraba los discos mayormente por la tapa. El de los Kinks se convirtió en un favorito instantáneo y lo escuché en continuado hasta gastarlo.

Había algo raro en ese disco, unas letras un tanto esotéricas y una música que, sin dejar de pertenecer globalmente al rock, tenían algo que venía de otra parte, que más tarde entendí era la tradición inglesa del music hall mezclada con el blues, el rockabilly y el country. Los Kinks sonaban distinto. Frente a la euforia de los Beatles había allí una tristeza irónica y asordinada; frente al sensual ritmo de los Stones, el de los Kinks era seco y cortante. Era una música suave, contundente, evocativa y un poco disgustada. Seguí escuchando a los Kinks y, con el tiempo, supe que Ray, hermano mayor y primera voz, era el compositor de la mayoría de los temas aunque había algunos de Dave, primera guitarra. Supe que los Kinks eran originariamente del norte de Londres, que habían tenido problemas cuando salieron de gira por Estados Unidos, que se peleaban y se separaban para volver a unirse. También me di cuenta de que los Kinks eran los creadores de al menos diez temas fundamentales en la historia de la música popular, empezando por You Really Got Me, que los lanzó a la fama y empieza con un riff de guitarra que anticipa el punk (“¿De dónde salió esto?”, preguntarán Bruce Springsteen y Jimi Hendrix en las películas de Temple) hasta el sublime Waterloo Sunset, pasando por dos gloriosas extravagancias como el calipso Apeman o la historia queer de Lola, por See My Friends, que suena como música de cítara antes de George Harrison o un favorito personal como Dedicated Follower of Fashion.

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Imaginary Man y Kinkdom Come (conviene verlas juntas) cuentan la historia de los Kinks desde el punto de vista de cada uno de los Davies. Por un lado, el genial, cáustico y articulado Ray, que nunca se fue del barrio y que entiende sus letras como una continuidad del silencioso sufrimiento de la clase trabajadora británica de posguerra y su música como “una cama de sonido” para ellas. Por el otro, el simpático, sincero y frontal Dave, que optó por la mística y vive en el medio de la nada. La nostalgia que despiertan los Kinks es, en verdad, nostalgia de una nostalgia, la que los Davies siguen teniendo de su propia infancia por oposición a un mundo que empezó a irse de las manos justo cuando parecía encarnar el futuro.