La experiencia estética, en el sentido de aisthesis, encuentra una brillante exposición en Qué es la filosofía, de Gilles Deleuze (1925-1995) y Félix Guattari (1930-1992). Se explica allí, a través del concepto de “bloque de sensaciones”, que el arte es lo único que permanece, lo único que no es superado o reemplazado por nuevas ideas o productos, como ocurre en el campo del conocimiento científico o de la tecnología.
El arte conserva, y es lo único en el mundo que se conserva (…). El arte no conserva del mismo modo que la industria, que añade una sustancia para conseguir que la cosa dure… lo que se conserva, la cosa o la obra de arte, es un bloque de sensaciones, es decir un compuesto de perceptos y de afectos (…) la preparación de la tela, el trazo de pelo del pincel son evidentemente parte de la sensación (…). Pero lo que se conserva no es el material, que constituye la condición del hecho… lo que se conserva en sí es el percepto o el afecto.
La materia puede envejecer pero la obra como percepto sigue siempre joven. Como observa Gianni Vattimo, la obra de arte es el único tipo de artefacto que registra el envejecimiento como un hecho positivo, “que se inserta activamente en la determinación de nuevas posibilidades de sentido”.
Lo que se conserva de la obra, lo que hace a su eterna vigencia, no es su materia, a pesar de que ella constituye la condición del hecho. Lo que se conserva es el percepto y el afecto. Ahora bien, ¿qué es exactamente percepto? El arte, de acuerdo a Deleuze y Guattari, tiene por finalidad “arrancar” el percepto de las percepciones del objeto, así como también “arrancar” el afecto de las afecciones.
Recordemos que la percepción es un mecanismo psicofísico; es el resultado de la impresión de un estímulo sobre un órgano; el percepto, en cambio, es algo más abarcativo y complejo. Es todo lo que está en la percepción actual y también antes de ella, aunque no se reduce o se explica por la memoria, si bien esta no deja de intervenir. Es un “vibrar la sensación”. Es, sobre todo, enigma.
El percepto es el paisaje antes del hombre, en la ausencia del hombre… Es el enigma (que se ha comentado a menudo) de Cézanne, “el hombre ausente, pero por completo en el paisaje”.
El hombre ausente pero todo entero –podríamos agregar, para retomar otro ejemplo de los filósofos franceses– en los girasoles de Vincent van Gogh (1853- 1890). Los girasoles han sido cortados de la planta y parecen vivos como si es tuvieran aún en ella. Pero van camino hacia la muerte. Los tallos se curvan y luchan por mantenerse erguidos, firmes. Es la misma lucha entre la vida y la muerte que pueden experimentar los humanos. El mayor enigma de los famosos girasoles de Van Gogh está, precisamente, en su apelación a lo humano estando ausente la imagen del hombre. Podríamos decir entonces, parafraseando a Cézanne: “El hombre ausente, pero por completo en los girasoles de Van Gogh”. (...)
Los artistas, aquellos que conservan ese minuto que está pasando en el mundo, tienen algo en común con los filósofos: una salud endeble provocada por las “enfermedades de vivencia”. Ellos han visto en la vida algo demasiado grande para cualquiera, demasiado grande para ellos, y que los ha marcado discretamente con el sello de la muerte. Pero este algo también es la fuente o el soplo que los hace vivir a través de las enfermedades de vivencia (lo que Nietzsche llama salud). (...)
No supera menos el afecto a las afecciones que lo que el percepto supera a las percepciones. El afecto no es solo un estado vivido, no es sentir una emoción particular (de alegría, de pena, de miedo). Es más que eso. Es sentir que la obra nos apela profundamente. Es sentirnos afectados por ella. Y cuando algo nos afecta, nos detenemos, cortamos el ajetreo cotidiano para ver algo que hasta entonces no habíamos visto. (...)
Al acercarse a la filosofía, el arte se vuelve para muchos de muy difícil lectura. Hace falta una teoría estética, conocimientos de historia del arte y de filosofía, un acercamiento al “mundo del arte”. La obra se presenta como problema a resolver: lo que estamos viendo, ¿es o no es obra de arte? De este modo, el receptor se convierte en “responsable” de una definición. Ya Duchamp decía: “Son los espectadores quienes hacen la obra de arte”. Superada la esfera de la aisthesis por la pregunta sobre el arte, podemos preguntar: ¿qué queda del placer estético? Disfrutaremos en la medida en que podamos ir resolviendo los problemas que la obra plantea, cuando logremos entender por qué un simple secador de botellas o una simple caja de jabón son también obras de arte. Fue Hans Robert Jauss uno de los primeros en insistir en que hoy el placer estético se ha convertido en teórico.
Incuestionablemente, los ejemplos de arte de los últimos tiempos nos muestran que la experiencia estética resulta, cada vez más, una experiencia investigativa y, cada vez menos, una experiencia contemplativa, como la que defiende Kant en la Crítica de la facultad de juzgar. No hay ya arte “reposante como un buen sillón” (Henri Matisse). La obra no conserva el ánimo en tranquila contemplación, por el contrario, sacude al espectador, lo desafía, lo incomoda. Un placer reflexivo –un “placer que entiende” o un “entendimiento que disfruta”– reemplaza entonces al tranquilo placer contemplativo kantiano.
En síntesis, el arte de hoy requiere de nuevas competencias que hagan entender, por ejemplo, que lo banal, lo frívolo o lo kitsch no ocupan caprichosamente el sitio de lo trascendente, que esa ocupación de lugar no es arbitraria sino estratégica. Es preciso “perfeccionar” las primeras impresiones para poder participar de un nuevo tipo de goce estético teórico. Explicando su demora en Roma y en sus obras artísticas, decía Johann Goethe: “El placer de la primera impresión es incompleto, sólo después de examinada detenidamente y haber sido estudiada poco a poco la obra entera, el goce alcanza su plenitud”. Por eso aconsejaba, ante todo, observar, observar, observar y no abandonarse a la violencia de la primera impresión. Esta es la razón por la cual concluye: “Ahora, más que gozar, estudio”.
*Autora de Estética. La cuestión del arte, editorial Emecé.