En la Gazeta del gobierno de Buenos Aires se relata el momento del estreno del Himno, el 28 de mayo de 1813, en el teatro Coliseo: “Una comparsa de niños ricamente vestidos al traje indiano entonó con suavísimas y acompasadas voces la canción patriótica, que oyó el concurso de pie: se terminó con grandes vivas y alegres exclamaciones”.
El ritual patriótico, constructor de una épica nacional, tiene a la bandera y al himno como protagonistas centrales de una pedagogía que nos marcó como ciudadanos a lo largo de los dos siglos de historia de nuestro joven país. La canción patria, hoy tarareada en las canchas cuando juega la Selección argentina, se convirtió en un signo de identidad.
Primera paradoja: un español le puso música a la marcha que terminó siendo el himno nacional argentino. De Blas Parera (o Pareda) se conoce poco y nada. Era músico profesional y le habrían pagado 200 pesos por su trabajo. Blas daba clases de música, tocaba el órgano en las iglesias y era contratado para animar bodas. Compositor de música por encargo para la colectividad española, este catalán encarnó una hermosa contradicción de época: creó el himno para un país que estaba en guerra con el suyo.
La letra se hizo varias veces hasta que gustó. El trabajo de Vicente López era previsible, porque se trataba de un político, hombre de Estado, y secretario de la Asamblea. López era un criollo de una destacada familia de intelectuales, ministro varias veces (con Pueyrredón, Dorrego, Rosas), presidente de la Corte bonaerense con Rosas y gobernador de Buenos Aires cuando Urquiza derrotó a Rosas. En los hechos, fue el segundo presidente del país porque asumió tras la renuncia del primer presidente, Bernardino Rivadavia, en 1827.
Pero se ve que no había en 1813 muchos músicos locales capaces de hacer la tarea que realizó Parera. En 1818 el coautor español del himno argentino volvió a España, no está claro si por problemas familiares o por temor a quedarse en un país enfrentado con España. Su huella se diluye: no se sabe realmente cuándo muere ni dónde es enterrado. Aparentemente fallece en 1845, en medio de una situación de pobreza.
El 31 de enero de 1813 empieza a sesionar una Asamblea General Constituyente que buscó y no pudo sancionar una Constitución. En ella se declara “única marcha nacional” a una canción patriótica que decía: “Oíd mortales el grito sagrado/ libertad, libertad, libertad/ oíd el ruido de rotas cadenas/ ved el trono a la noble igualdad/ se levanta a la faz de la tierra/ una nueva y gloriosa nación/ coronada su sien de laureles/ y a sus plantas rendido un león”.
El himno fue encargado por el segundo Triunvirato con objetivos patrióticos, como herramienta de cohesión social y nacional. Se busca hacer que todos los individuos estén dispuestos a morir por la causa revolucionaria, “inflamar el espíritu público” y construir el imaginario de nación aún ausente.
El león rendido en la letra era España, enemigo en aquellos tiempos de guerra por la Independencia. La “gloriosa nación” que asoma no es más que una expresión de deseos. La marcha fue enviada a los gobernadores de provincia al otro día de su sanción, para que la difundieran, aunque llegó la letra sin la música. Era urgente transmitir la confianza en un rumbo nuevo.
A diferencia del actual, acortado y limpio de alusiones contra España, aquel primer himno de veinte estrofas demandaba unos veinte minutos para ser ejecutado. Lo renovó la versión de Juan Esnaola, músico de nota en la época rosista, hasta que a fines del siglo XIX se lo redujo a dos minutos y medio cantando sólo una estrofa (cuatro versos de la primera estrofa original y cuatro de la novena) más el coro.
Como todo símbolo nacional, el himno tiende a eliminar conflictos, a zanjar las diferencias, a unir bajo un ideal patriótico. Las fiestas y los símbolos patrios cumplieron un rol político, tanto en tiempos de la Independencia como en la convulsionada Argentina de fines del XIX, cuando el desafío era integrar a los inmigrantes. Su fuerza aún hoy sigue emocionando.
*Historiador.