COLUMNISTAS
tristezas

Otros tiempos

16-4-2023-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

De Internet lo que más me atrae no es su aparente actualidad, sino más bien su inactualidad posible; la manera en que habilita una disponibilidad del pasado que se siente casi absoluta, y eso para ubicarlo en pleno presente, como si no nos quedara tan lejos. Me gusta cuando en cierta forma altera la secuencia lineal del tiempo, me gusta cuando “atrasa” (a veces puede estar bien atrasar al menos un poco); me gusta porque el pasado que trae no es objeto de un rescate ni es la pieza de un museo, como tiende a pasar por caso en un canal como Volver, sino un asunto que se activa una y otra vez en el ahora. Y aunque una red como tal se despliega en un espacio, así se vuelve también cronológica; no hay un antes y un después, sino diversos recorridos posibles en distintas líneas de tiempo.

Paso entonces un buen tiempo (un tiempo largo, un tiempo bueno) viendo por ejemplo a Pepe Biondi, a Ricardo Espalter hablando en ruso, a Enrique Almada pidiendo un pisco sour en la farmacia, viendo el chiste alemán de Vicente La Russa con Olmedo, a Eber Ludueña con Fantino o haciendo el test drive de la Renoleta, viendo a Pomelo o a Boluda Total; o escuchando viejas emisiones de El gato y el zorro con Hanglin y Mario Mactas. Y paso también un buen tiempo viendo viejos episodios de Cha cha cha.

La otra noche di con uno de un gerente de empresa de apellido Ojete, actuado por Alfredo Casero. Al gerente primero lo vemos reclamándole impiadoso una deuda a su propia madre (“te voy a poner abogado, mamá”) y luego lo vemos mostrarse insensible ante el pedido de dos trabajadores (un Capusotto enfático y un japonés de acento chileno) para que les otorgue quince minutos para almorzar, y no solamente tres minutos y medio, que es lo que les da.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Después de esa gestión infructuosa (Ojete los echa de mala manera, no sin antes decirles que él también la pasa mal), quien aparece en escena es Chacho Álvarez: acude en persona a reclamar condiciones laborales dignas. Lo no guionado era el factor determinante para la suprema genialidad de Cha cha cha, y mi momento preferido en este caso es cuando el señor Ojete le indica a Chacho Álvarez que se saque las manos de los bolsillos para hablarle.

Pero todo es genial: la sola existencia de un programa de humor en la televisión argentina, el talento impar de Casero para el registro absurdo del delirio, su empleo para satirizar la mezquindad ilimitada del empresario explotador y su cinismo (“¿O acaso estás pensando que son tan pobres como dicen?”), su falsa muerte citando el final apoteótico del Moreira de Leonardo Favio, la participación de Chacho Álvarez en el programa (la participación tal como fue y el hecho mismo de que participara).

Me reí por un buen rato a carcajada limpia. Pero en seguida, y acaso antes, acaso mientras tanto, una especie de tristeza me empezó a rondar y a envolver; cierta tristeza poco a poco se me fue pegando, me fue tomando, me fue invadiendo. Y hasta ahora, días más tarde, lo cierto es que no se me va.