Las derrotas electorales, sobre todo cuando son inesperadas, provocan rabia, confusión, paranoia. Pases de factura internos. Reacomodamientos. También ponen en evidencia vilezas y dignidades. Todo eso ocurrió y sigue ocurriendo en el seno del peronismo. Algunos tratan de prolongar su poder proponiendo cambios cosméticos al estilo Lampedusa, cambiar algo para que nada cambie. Otros en cambio ven la oportunidad de generar transformaciones que puedan llevar al movimiento a ser nuevamente competitivo. Ensayando tímidamente algo que el peronismo suele esquivar: la autocrítica.
El FpV fue el principal golpeado por la derrota, también por las acusaciones internas, sobre todo al camporismo, de no haber cuidado a su candidato presidencial, incluso de haberlo saboteado en la idea de fortalecerse en la provincia de Buenos Aires con un triunfo que nadie discutía. Sobre Cristina y sus fieles llovieron graves acusaciones de corrupción que el macrismo aprovechó para siderar su imagen. Sin embargo fueron tantas las denuncias, publicitadas en borbollón, además sin resultados evidentes en el ámbito de la Justicia, que terminaron por caer en la habitualidad y en la creciente indiferencia. Las encuestas demuestran que si bien le hicieron perder algunos puntos ya no hacen efecto y la ex presidenta mantiene una imagen positiva e intención de voto importante que obliga a otros sectores partidarios al diálogo y a la negociación.
Su posición se ha visto sostenida por el efecto negativo de las primeras medidas del gobierno Macri, algunas de ellas inevitables, otras torpemente planteadas, que afectaron la situación económica de importantes sectores de la población que no entienden de Lebacs y blanqueos pero comprueban que los exhibidores de los súper les resultan hostiles. Un caso similar es el de Daniel Scioli, quien apunta a la senaduría de la provincia de Buenos Aires favorecido por la carencia de figuras en el PRO para el distrito, siendo poco probable, de acuerdo a experiencias anteriores, que la buena imagen de la gobernadora Vidal pueda trasladar votos a otras personas.
En cuanto a Massa, es dudoso incluirlo en una reflexión sobre el peronismo. Hasta ahora ha demostrado una excepcional habilidad para manejarse basculando en el espacio de los dos grandes partidos tradicionales (podemos adscribir a Macri al radicalismo, su principal aparato político), pero su carencia de un sostén estructural de envergadura requiere un gran manejo del tiempo y de las circunstancias y allí reside también su debilidad. Su mayor posibilidad es que el peronismo lo necesite. Un paso en falso puede serle fatal.
Lo más notorio del peronismo en los últimos meses es el crecimiento de la voluntad, no puede todavía llamarse movimiento, de renovación, replicando la que surgió luego de la también inesperada derrota del 83. La renovación peronista de hoy convoca a dirigentes e independientes que quieren reivindicar los logros sociales de la gestión kirchnerista pero “limpiarla” de aquello que irritó a una sociedad que votó en contra. No abjurando de la AUH, las jubilaciones extendidas, las nuevas universidades nacionales, los salarios ganándole a la inflación, la política exterior soberana y latinoamericanista, el desendeudamiento, etc., pero convencidos de que se abre un nuevo tiempo y que el kirchnerismo es pasado. Volver pero mejores.
En tanto es un impulso recién en brote poco se puede decir sobre quiénes podrán liderarlo, aunque las encuestas muestran al gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, un exitoso gobernador con fuerte impacto mediático, como el de mejor imagen y con mayores posibilidades.
No debe descartarse el crecimiento de sectores que ven al papa Francisco como el mejor intérprete, en los tiempos turbulentos que corren, de la doctrina peronista. Toman a la Laudato si como guía política. Recordemos que Perón siempre se reclamó como el representante de las ideas sociales del catolicismo en la política argentina. Fue la fundación en Argentina del partido Demócrata Cristiano, entonces muy influyente en Europa, una de las razones de su conflicto con la Iglesia por la que se sintió traicionado.
*Historiador.