La dependencia latinoamericana de líderes carismáticos parece ser la nota típica de nuestras sociedades en gran parte del subcontinente. También del funcionamiento de nuestras democracias. Los presidentes electos tienen la costumbre de desconocer los límites que las constituciones les imponen.
La ley política, es decir, aquella que se contrapone al Estado de derecho, los encumbra por encima de la ley. Así, Evo Morales busca los mecanismos para eludir la imposibilidad de lograr un cuarto mandato, en Venezuela, Nicolás Maduro llama “criminales terroristas” a la oposición, pero la propia Constitución del 99, conocida por su impronta chavista, reconoce el derecho a protestar. Así, el artículo 68 de la Constitución bolivariana establece que “los ciudadanos y ciudadanas tienen derecho a manifestar pacíficamente y sin armas, sin otros requisitos que los que establezca la ley. Se prohíbe el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas”. La cantidad de muertos en estos meses, que superan los sesenta, a costas del régimen de Maduro son una muestra más del desconocimiento y respeto a la letra constitucional.
América Latina ha vivido las últimas décadas sin cuestionar el principio democrático y a la democracia como forma de gobierno. Esto supone un aprendizaje en función del pasado de la región y su historia de gran parte del siglo XX. Pero los hechos que ocurren en Venezuela ponen en jaque el principio y los valores democráticos y nos dejan a las puertas de un retroceso autoritario. Esto representa un enorme desafío para la diplomacia regional, pero también para las sociedades latinoamericanas.
La evidencia recabada por Latinobarómetro sugiere que los individuos no crecen como demócratas en estas democracias, y que los valores y prácticas del pasado se transmiten de una generación a otra mucho más de lo que esperamos. Esto implica que el autoritarismo no está presente en nuestra vida solamente como forma política, sino que el autoritarismo cultural persiste en la vida cotidiana. De la mano de esta tendencia, los latinoamericanos prefieren el orden antes que la libertad y están dispuestos a sacrificar ésta por aquél.
El autoritarismo cultural latinoamericano con sus múltiples expresiones persistirá como una sombra en la región, evolucionando lentamente. Lo que no se sabe es cuáles son las consecuencias políticas de la existencia de este autoritarismo político y social en un momento de coyuntura de bajo crecimiento económico, bajo desempeño de los gobiernos y altos niveles de protesta y descontento social, como lo evidencia Venezuela. La región enfrenta con esta nueva clase media, después de un fuerte período de crecimiento, un freno en su expansión. La ciudadanía no sólo demanda derechos, sino que está cada día más dispuesta a cumplir las leyes, pero al mismo tiempo exige resultados. Esta es una situación novedosa para la región, que contrasta con la actitud más pasiva y silenciosa del pueblo en el pasado. La historia electoral muestra, por otra parte, que la ciudadanía efectivamente elige gobernantes que solucionen problemas, de allí la persistencia del realismo mágico latinoamericano y del caudillismo. En otras palabras, en varios países de la región la democracia imperfecta es también una respuesta a la demanda de la población de que no le importan tanto las características de la democracia como los resultados. Son tendencias contradictorias, pero que en los últimos años se han reflejado tanto en los estudios como en los resultados electorales.
El fortalecimiento de la sociedad civil, es una deuda pendiente de la democracia. Ello implica el efectivo cumplimiento de derechos y libertades así como de los deberes que supone para la vida ciudadana. Pero para que haya más y mejor democracia primero necesitamos más demócratas.
*Prof. Fundación UADE.