Uno de los costados más reveladores de las campañas es comprobar qué tan lejos estuvieron los encuestadores de la realidad. Mañana se verificará, una vez más, que muchos políticos consideran que las encuestas son un arma electoral. Y que hay encuestadores que lo aceptan y venden sondeos sponsoreados. También están los que hacen eso, pero sólo hasta los últimos días, para disimular una trampa que duró semanas. Y están los que, simplemente, se equivocan. Y, claro, los que son serios.
Es que en esta sociedad del espectáculo se necesita mantener la atención de la audiencia a cualquier precio. Los políticos son ingeniosos para instalarse y que se hable de ellos, pero con campañas tan largas cuesta levantar el rating.
Sucede que, desde que en la Argentina es obligatorio votar en internas que no existen de partidos políticos que –casi– tampoco existen, las campañas duran, en la práctica, cinco meses. Al menos las encuestas sirven para hacer más llevadero el tiempo, aunque luego la realidad se empeñe en decir lo suyo.
Campaña permanente. Pero cinco meses son demasiados. Cada dos años, representan el 20% del período. En el año de la votación, las campañas de mayo a octubre ocupan el 42% del tiempo. En los cuatro años de mandato, casi uno se va en campañas. Durante los años de elecciones presidenciales, algunos distritos votan hasta seis veces, como sucedió en 2015, cuando además de PASO hubo ballottage entre Macri y Scioli.
Un año es electoral y otro no. Está aceptado que en el que se vota, la política económica es más expansiva; y en el que no se vota, se ajusta. Así es difícil gestionar un programa económico consistente, más allá de ideologías.
Con un gobierno como el actual, la elección de medio término también aparece, en sí misma, como una valla a sortear para los tomadores de decisiones.
Lógica: millones de no-afiliados van a no-internas de partidos sin vida partidaria
En el oficialismo dan por cierto que Morgan Stanley mantuvo el país como mercado de frontera, para esperar a que se definiera qué pasaba con el kirchnerismo en estas elecciones. La misma prevención se escuchó esta semana, en off the record, entre los empresarios que colmaron la Bolsa de Comercio para los Premios Fortuna.
Lo cierto es que votar es tan importante para un país que durante décadas tuvo prohibida su libertad de elegir que cuesta verbalizar que las PASO puedan significar una banalización del voto. Además de una ficción.
Según el último informe de la Cámara Electoral, hay 8,3 millones de afiliados. El 43% de los afiliados a partidos nacionales es justicialista y el 24% radical. Los del PRO ocupan el cuarto lugar con apenas el 1,5%, superados por el Frente Grande, una agrupación de incierta vigencia.
Aun cuando en la Justicia se considera que esos supuestos 8,3 millones de afiliados son irreales porque los partidos inflan sus cifras (hay provincias como Jujuy, Corrientes y Formosa en las que casi la mitad de su población aparece como afiliada), igual representan sólo una cuarta parte de los 33 millones de argentinos que hoy tienen la obligación de ir a las urnas.
A tal punto las internas de hoy pueden resultar intrascendentes desde lo institucional, que la enorme mayoría de los partidos directamente no realiza dichas internas. No hace PASO. No presenta distintas listas. Va con los mismos candidatos que en octubre.
En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, habrá 12 millones de afiliados y no afiliados que deberán votar en internas que no van a suceder, porque las agrupaciones no presentarán alternativas a ser votadas (salvo un par de pequeños partidos).
Si alguien lo mira de afuera puede parecer loco, pero aquí tiene su coherencia: quienes este domingo van a votar a las internas partidarias no existen como afiliados a esos partidos, pero eso queda compensado por el hecho de que las internas en las que van a votar tampoco existen.
El filósofo Jean Baudrillard publicó en 1991 dos célebres trabajos. Uno, La guerra del Golfo no tendrá lugar; el otro posterior, La guerra del Golfo no ha tenido lugar. En este último, citando a Brecht, escribe: “Cuando en el lugar no deseado hay algo, tenemos el desorden. Cuando en el lugar deseado no hay nada, tenemos el orden”.
Siguiendo la tesis de Baudrillard se podría decir que si esa mayoría de no afiliados hubiera estado afiliada y las internas de hoy no hubieran tenido lugar, se hubiera producido un escándalo. Imagínense a 33 millones de personas yendo a votar a los partidos en los que están afiliadas, y que los partidos las recibieran sin listas internas entre las que elegir. Como en realidad las personas no están afiliadas, no genera desorden el hecho de que tampoco haya internas en las cuales votar. “Mientras que todo se vuelve coherente –escribió este francés de la posmodernidad–, todo se equilibra y todo está en regla, idénticamente irreal, idénticamente inexistente”.
Hasta se podría preguntar si los partidos políticos argentinos cumplen con las típicas características que les otorguen existencia real, como foros de pensamiento, debates internos, propuestas electorales y comicios democráticos para elegir autoridades.
Por eso, las “internas abiertas, simultáneas y obligatorias” de hoy pueden ser abiertas, pero son obligatorias sólo para los votantes (los partidos no están obligados a presentar diferentes listas). Por lo tanto, tampoco son internas. Y son simultáneas porque simultáneamente en todo el país esas internas no tendrán lugar.
Una parte importante del electorado repetirá en octubre el mismo voto de este domingo. Otra parte tomará a estas PASO como una encuesta real, sobre un universo total de votantes, y tras el resultado quizá decida cambiar su sobre dentro de dos meses.
Esto sí o sí lo deberán hacer quienes voten a partidos que no superen el 1,5% de los sufragios. Esto más la resolución de unas pocas internas en algunos distritos serán las únicas consecuencias de estas PASO.
Una excentricidad que cuesta 2.800 millones.
Rareza extrema. A tono con la lógica de que no afiliados vayan a votar en no internas, la celebridad política más importante protagonizó una suerte de no campaña. Cristina Kirchner fue contra su naturaleza y siguió la estrategia de mostrarse lo menos posible. Se limitó a encuentros puntuales con “vecinos” bonaerenses para escuchar “como una más” las pestes del macrismo. Se cuidó de no convocar a los medios, ni aparecer junto a sus ex funcionarios, ni gritar. No hubo grandes spots, ni cartelería, ni discursos tradicionales. Esos minieventos se difundieron sólo por las redes sociales.
La estrategia, como para descolocar más a un observador externo, pareció copiada de Duran Barba, el cerebro comunicacional de Macri, a quien los K (y también radicales y peronistas de Cambiemos) señalan como el monje negro de la antipolítica.
La provincia de Buenos Aires es la mejor representación de esta rara campaña. Y Esteban Bullrich estuvo a tono con eso. Arquetipo del hombre que no viene de la política ni asumió sus clichés, tampoco se dedicó a encabezar grandes actos ni a discursos tribuneros. Lo de no encabezar fue literal, ya que quien debió cargarse al hombro la campaña fue María Eugenia Vidal, la última vencedora del peronismo.
También Massa sumó sus particularidades. El histórico K se alió con una histórica anti K como Stolbizer para convencer al electorado de que el kirchnerismo es muy malo; y el macrismo, soberbio e insensible. Massa, que fue funcionario de Cristina y socio electoral de Macri, sostiene que “son bastante parecidos”.
Todos los países se consideran únicos, pero hay que aceptar que éste presenta condiciones extremas de rareza.
Quienes estuvieron en el poder doce años y lo dejaron con un 30% de pobres dicen que el nuevo gobierno destruye todo lo que lograron. El macrismo, que ya atravesó el 40% de su mandato, responde que necesita tiempo para que se noten los beneficios económicos de su gestión.
En cualquier caso, es imposible en un día como hoy, y con nuestro pasado a cuestas, no celebrar un acto electoral. Por más extraño que sea.
La pena es que la ganadora de esta no elección sea una no candidata que estuvo en boca de todos: la Grieta, esa poderosa representante de un país que tan bien aprendió a odiar.