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Rasgos

Primero la revolución cultural

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Duda. “Hay que ver cuánto va a aguantar la gente”. | Juan Obregón

No es sencillo definir taxativamente qué significa cultura. Se habla de cultura del trabajo, de cultura de las organizaciones, de la cultura de una familia, de un país, de un club. Incluso se reduce el significado solo a manifestaciones artísticas o intelectuales. Se puede convenir, sin embargo, que la cultura, en su aspecto más abarcador, incluye los hábitos, el lenguaje, los valores, las creencias, los conocimientos, los modelos vinculares, las experiencias, la historia e incluso la memoria de una sociedad. Ese fenómeno complejo se transmite de muchas maneras de generación en generación. Se cultiva (ese es el origen latino de la palabra: cultivar). Como las sociedades (o familias, o grupos u organizaciones) en las que se siembra y se reproduce, una cultura se puede ir modificando, enriqueciendo o empobreciendo del mismo modo en que se generó, y expresando el devenir de la sociedad.

El foco del gobierno de Javier Milei está puesto específicamente en lo económico. Ríos de tinta y toneladas de palabras, pronósticos, especulaciones y análisis se vienen haciendo en ese aspecto desde el día en que ganó las elecciones, y el caudal creció en la última semana, tras la asunción del Presidente. La experiencia que propone Milei es inédita en la Argentina y, como sostiene el ensayista e investigador de los fenómenos inciertos Nassim Nicholas Taleb (padre de la categoría “cisne negro”), el pasado no sirve para predecir el futuro. Uno ya no es, el otro aún no ocurrió. Y buena parte de la opinología acerca de lo que ocurrirá con Milei se basa en el pasado. Taleb advierte en su libro Jugarse la piel: “No aconsejes sobre lo que no viviste y no compres si solo es bueno para el vendedor”.

Y mientras la futurología gira en este caso alrededor de la economía, quizás haya que virar la mirada hacia la cultura. Esta semana se escuchó de diferentes bocas la siguiente reflexión: “Hay que ver cuánto va a aguantar la gente”. Por su parte, Milei enfatizó que es necesario impulsar una revolución moral. Saliendo de la caja y las categorías en las que se procura aprisionarlo, no hablaba de economía sino de cultura. Y la cultura imperante en la sociedad argentina viene padeciendo desde hace largo tiempo de anemia moral. Entre sus rasgos salientes están el oportunismo, el ventajismo, el egoísmo, la intolerancia, la confusión de deseos personales o intereses corporativos con derechos, el olvido de los deberes (que tienen que ir siempre por delante de los derechos), la transgresión, la anomia, el patoterismo reflejado en la naturalización del escrache. Si esta cultura impone sus rasgos, posiblemente “la gente” (ese abstracto carente de rostro y de responsabilidad que los políticos usan a piacere) aguante poco. Si se comprende que alcanzar un porvenir fértil requiere cruzar el desierto sembrado de trampas y serpientes heredado de la corrupción y la degradación moral que están en el ADN kirchnerista, acaso esa cultura empiece a cambiar. Lo económico es siempre coyuntural, lo cultural y lo moral son, en cambio, permanentes y están sembrados lo uno sobre lo otro. Lord Johnatan Sacks (1948-2020), rabino y filósofo, asevera en su extraordinario ensayo póstumo Moralidad que la moral está siempre por encima de la política y de la economía y que debe regirlas. Porque la moral permite mirar más allá del yo, del interés y el deseo individualista o corporativo, internalizar normas de convivencia, colaborar, cooperar, entender que sobrevivir depende de convivir, de asumirse como parte de un todo que es más que la suma de las partes. Algo que está lejos de la comprensión de los Beliboni, los Bregman, los Massa, de los empresarios prebendarios (y muchos de los no prebendarios), de los que cooptaron el Estado durante años convirtiéndolo en botín o en aguantadero (como ocurre hoy en el gobierno de la provincia de Buenos Aires) y también de muchos, demasiados, ciudadanos de a pie, anónimos, que con sus actitudes de cada día contribuyeron a sostener la cultura que deberá cambiar más allá de la economía. Sería ese el modo de moralizar la economía, de dignificarla.

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*Escritor y periodista.