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Punto de vista

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Se ve que uno ya está finalmente en ese punto, que ya juntó suficientes años, que ya cuenta con suficiente pasado. Leemos un libro sobre una determinada historia, la historia de la revista Punto de Vista, escrita por Sofía Mercader. Y más allá de no querer interponerse, incluso sin querer proyectar, las resonancias autobiográficas afloran como por sí solas. Hay algo de eso que leemos que ha tocado nuestras vidas, nos recordamos, nos reconocemos. Hay algo de nosotros en esa historia, aunque no sea historia nuestra. Formamos parte, en cierto modo, como lectores, de la historia de esa revista; y la revista forma parte (no es que no lo supiéramos, pero es distinto cómo se lo percibe en un libro como el de Sofía Mercader) de nuestra historia personal.

No es lo mismo haber vivido o presenciado un hecho histórico particular, porque eso cabe en lo circunstancial, más de un tiempo que se acota. Lo que aquí se juega, en cambio, responde a la duración, se extiende a lo largo del tiempo, funciona en el largo alcance (de 1978 a 2008). Es algo del orden de la elaboración colectiva de ideas, de los incentivos para la formación, de la apertura de horizontes de reflexión crítica y de cierta vocación de influencia (cosas que se agradecían; no inspiraban resquemor, como ahora). Por algo, cuando se restableció la democracia en la Argentina y se rescató la universidad de las garras del oscurantismo antiintelectual, quienes hacían Punto de Vista se vieron incorporados o reincorporados (a la educación pública argentina le debo la invalorable posibilidad de haber cursado con Beatriz Sarlo, María Teresa Gramuglio, Carlos Altamirano, Oscar Terán, Ricardo Piglia, Nicolás Rosa; o la de ser dirigido por Hilda Sábato en un proyecto de investigación; o la de compartir espacios de discusión con Hugo Vezzetti).

La relevancia singular de Punto de Vista puede calibrarse no sólo en lo que nos dio a conocer (lo que aprendimos sobre música leyendo a Federico Monjeau, por ejemplo, o de cine leyendo a Raúl Beceyro o a Rafael Filippelli) y no sólo en las posturas que compartimos (las críticas a la frivolidad cultural menemista, por ejemplo, o la postulación de una centralidad literaria para Saer), sino también, y quizás sobre todo, en los puntos de desacuerdo, en las zonas de discrepancia (en ciertos posicionamientos políticos, por caso, ciertas críticas y autocríticas).

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Ahí es donde mejor puede dimensionarse la potencia de intervención que alcanzó Punto de Vista: en el estímulo intelectual que representó a la hora de disentir, no menos (y acaso más) que a la hora de coincidir. Y es que es también ahí donde podemos dimensionar el tenor de una práctica intelectual sostenida y sofisticada. Porque la historia de Punto de Vista no puede sino ser un capítulo fundamental de una historia de las prácticas intelectuales en la Argentina (ya se trate de la elaboración de ideas, como de la generación de espacios desde donde activarlas y ponerlas en circulación), lo que a su vez no dejará de remitir a los lugares que una sociedad les reserva a ese tipo de prácticas (les reserva o las promueve, porque a veces las promueve; les reserva o las obstruye, porque a veces las obstruye).

El estudio de Sofía Mercader consiste entonces también en eso: en una historia de ciertas prácticas intelectuales en un período social y político suficientemente largo como para haberse ido modificando. Eso le otorga un peso especial al tramo dedicado a la crisis del proyecto de la revista. Una crisis que, ya en los años 90, afectó en principio el paradigma estético del modernismo o vanguardismo esgrimido por Punto de Vista, ante el marcado avance de época de un arte más bien mercantil; pero además el propio lugar y la propia función de los intelectuales en la sociedad, ante otro avance: el de una frivolización de los discursos y las ideas, tanto mediática como política, por un giro antiintelectualista de simplificación y banalidad.

La lectura del libro de Sofía Mercader produjo en mí, a la vez que entusiasmo, un efecto de melancolía. Pero como entretanto estuve leyendo también Melancolía de izquierda de Enzo Traverso y La apuesta melancólica de Daniel Bensaïd, sé cómo la melancolía, lejos de paralizar o de instigar una vuelta al pasado, puede volverse más que nada un impulso y una fuerza de transformación.