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Rebelión en la granja

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Imagen subida por Javier Milei a su cuenta de X luego de la conferencia de prensa de Patricia Bullrich y Luis Petri | NA

Inmunes. Nada parece afectarlos, ni siquiera la imagen deformada de sí mismos que les devuelve el espejo de la sociedad. Se ven fortalecidos hasta en las más espurias derrotas. Pierden, lo admiten y se alían con alguno al que le vaya mejor.  No importa si es lagarto o león. Si habla o gruñe.  Si panqueque o milanesa. Lo que vale (sin valentía alguna) es que avance creyendo que vence.

Perder no parece ser un resultado, tan solo un descanso. Sesenta segundos entre round y round. La siguiente pelea es otro fiasco. El disfraz de una lucha, la aparente remisión de los valores; a conquistar lo que sea, no importa cómo ni con quién. Pero sí, en contra. Oponerse por podredumbre. Bronca, hartazgo. Ganar por obsesión, no por diferencia. El consenso, el bienestar de los demás, resultan aleatorios. Van tras lo que suma: redes, coacheos, roscas.

La granja está que arde (y los buitres se regodean…). La están quemando los propios animales que destituyen la palabra del lugar –¡el único lugar!– que la sostiene hace miles de años: la humanidad, la historia. De ella penden los ideales y las creencias. En palabras de Cervantes, “(La historia): émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir” (Don Quijote, cap. IX). Parece no haber ejemplo que valga, advertencia o testimonio.

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El guiño de Quignard

El presente de la obtención destituye la memoria. Ni pasado, ni futuro. Veletas del olvido. Merecen perder quienes tanto desean ganar. No es una carrera, es una elección. No hay corona, sino representación. ¿De dónde tanta codicia, cinismo, arengando votos a fuerza de palabras vacuas? Ni perdiendo alcanzan la honorabilidad del antihéroe, como el Guasón. O la figura histórica del “perdedor radicalizado”.

Indemnes. No hay daño que no renueve la ambición. O al menos así parecen demostrarlo; pululan como los cerdos de Orwell, chillando (¿uno de ellos no se llamaba Chillón?). Tantas palabras clisés que utilizan haciendo una lectura barata de la historia, para amedrentar o espantar, convirtiéndose ellos mismos en la demagogia que repudian.

Impunes. La palabra les resbala, es recurso sin causa, artilugio de la megalomanía. Y siguen hablando como si nada. O naderías.

Por suerte en otros ámbitos algunos han intentado demostrar que se puede discutir y planificar para una sociedad que merece mucho más que garras codiciosas y manotazos de ahogados.