En política se habla de táctica y estrategia. No todos manejan esas palabras con un significado preciso, pero forman parte del vocabulario cotidiano de mucha gente. Desde sus orígenes en el lenguaje militar hasta su uso actual en política y negocios, se entiende que la estrategia tiene que ver con los objetivos que se persiguen y la táctica con las acciones específicas para alcanzar los objetivos.
En el ámbito electoral de hoy suele existir una expectativa: sería bueno que los políticos fueran más estratégicos –que sepan y comuniquen qué quieren conseguir para su país–, y en los hechos se los percibe demasiado tácticos –vale decir, sólo piensan en el corto plazo, en maniobras oportunistas o en las campañas de marketing que diseñan sus asesores–.
La idea de que el marketing –la comunicación para captar votos– tiene algo de vil o de subalterno es de vieja data; no hay campaña electoral sin marketing, pero éste tiene mala reputación. Es conocida la queja que expresó Adlai Stevenson hace unos setenta años: “La idea de que se pueden vender candidatos para la alta investidura como si fueran cereales para el desayuno (...) es la última indignidad del proceso democrático”. (Se entiende por qué Stevenson nunca ganó una elección, aunque disputó muchas).
Eso es muy antiguo y se repite a lo largo de la historia. En el mundo de la ciencia política son conocidos los consejos que recibió Cicerón de su hermano Quinto antes de la elección que lo llevó al consulado de Roma. Es texto en muchos cursos universitarios; alcanzó difusión a través del consultor norteamericano James Carville y entre nosotros lo difundió Antonio Camou. Los consejos de Quinto a Marco Tulio eran de este tipo: “Hay algunos hombres influyentes en sus barrios y en sus municipios; es preciso que te ocupes cuidadosamente de esa clase de hombre”; “tres cosas en concreto conducen a los hombres a mostrar una buena disposición y a dar su apoyo en unas elecciones, a saber, los beneficios, las expectativas y la simpatía sincera”. Son pura táctica.
La política siempre es más táctica que estrategia. Las recomendaciones de Maquiavelo al príncipe eran tácticas. Shakespeare fue considerado el gran comunicador táctico de los Tudor. Lo que había en él de pensamiento estratégico se volcó a entender las pasiones de los poderosos; pero sus relatos históricos son un ejercicio de táctica comunicacional: él consolidó la imagen de Ricardo III como un déspota físicamente deforme, imagen que se piensa fue inventada por Enrique VII para neutralizar las amenazas restauradoras de los partidarios de Ricardo y asegurar la instalación de la dinastía Tudor. Y así siguió siendo hasta en las democracias electorales de nuestros días.
Hace unos cuantos años el psicólogo norteamericano Jay Haley sorprendió con su libro Tácticas de poder de Jesucristo. Como el título lo indica, a Haley le interesaba lo táctico, y por lo tanto, la parte humana de Jesús; la estrategia estaba confinada a su lado divino. Como en general en la Antigüedad, la estrategia era más bien atribución de los dioses, y en el caso de Jesús, del Dios que dispuso su aparición en la Tierra. Más allá de las tácticas de poder de Jesús, el largo proceso histórico que llevó a la difusión, el crecimiento y la consolidación y, mucho después, a la división de la Iglesia cristiana es una larga sucesión de luchas y de ideas tácticas, no estratégicas.
A veces esos dos conceptos son equiparados a los de “principista” y “pragmático”. Pero, como bien dijo Lloyd George, uno puede ser un principista entre cuyos principios está el ser pragmático.
Antes de escribir estas líneas me dirigí a Google. Para mi sorpresa, la entrada “táctica y estrategia” se abre con unas cuantas referencias que remiten a un lindo poema de Mario Benedetti, tierno y fresco –recomiendo su lectura–. Yendo a lo pertinente para el tema que nos ocupa, casi todo lo que él llama táctica en el culto del amor se diría que está en el borde entre lo táctico y lo estratégico. “Mi táctica es/ mirarte / … quererte como sos. / mi táctica es / hablarte / y escucharte /… construir con palabras / un puente indestructible. / mi estrategia es / que un día cualquiera / no sé cómo ni sé / con qué pretexto / por fin me necesites”.
En política, el candidato que hace campaña procurando que el votante sienta que lo necesita, aun sin haberse explayado en sus ideas y sus propuestas, es considerado un táctico. Por eso insisto: la política es casi toda táctica, escasamente estratégica. La estrategia, como en Jesús, proviene de la inspiración divina; o, como en Shakespeare, proviene de las pasiones; o, como en Marx, no la trazan los hombres sino la historia.
*Sociólogo.