Ante cada elección la polarización se disfraza de consenso. Ya sucedió en 2015, cuando el kirchnerismo creyó que Scioli era el caballo de Troya adecuado para mostrar su cara más amable y Macri prometía que no habría ajuste, ni los trabajadores pagarían más el impuesto a las ganancias además de crear trabajo, pobreza cero e inflación de un dígito. Tampoco debe quejarse el kirchnerismo de las muchas promesas incumplidas de Macri, porque Cristina Kirchner había prometido antes de ser electa institucionalidad, republicanismo y Alemania como modelo.
Alberto Fernández es la variante actual de Scioli. Y aunque de una manera muy distinta, hay en la fórmula siempre un vicepresidente puramente K: en 2015 era Zannini, en 2019 es la propia Cristina. Y así –por las dudas– tener continuamente disponible la alternativa última del desplazamiento.
También en Cambiemos son las mismas peleas, dentro del radicalismo, entre quienes aceptan la alianza con Macri sin muchos condicionamientos y quienes desean ampliarla: en 2015 con Massa y en 2019 con Lousteau y Lavagna. También un radical cumple el papel de díscolo: en 2015 Gerardo Morales en la Convención Nacional de la UCR, en Gualeguaychú, y en 2019 Alfredo Cornejo desde la previa.
Y nuevamente el centro queda por ambos lados tironeado por el kirchnerismo y Cambiemos, que buscan cooptarle adherentes junto a la presión de pinzas de esos extremos para aplastarlo hasta la insignificancia. Sumado a que bajo esa presión los de la tercera vía tienden a cometer más errores.
Se podría decir que lo único que cambia son los significantes, pero no los significados. Que otros nombres propios representan la misma forma de pujar.
Con optimismo se podría decir que la tercera vía cumplió una de sus funciones: la de instalar en la sociedad la necesidad de minimizar la grieta e imponer la exigencia de algunos tipos de consenso. Que al permear con su discurso a ambas partes de la grieta no tuvo un triunfo electoral y sí –más importante– un triunfo cultural.
Pero viendo que la historia electoral de 2019 repite a grandes trazos la de 2015, no se puede no ser pesimista y sería válido sospechar de la existencia del gatopardismo que prescribía cambio para que nada cambiara.
Argentina, como en aquella Sicilia que acuñó el término gatopardismo, está “dominada por los intereses más inmediatos” y la suerte electoral de Macri dependerá de que la mayoría de sus votantes de clase media mantenga una posición donde “su orgullo sea más fuerte que su miseria”, como en el caso de Don Fabrizio Corbera, el príncipe de Salina en El gatopardo, la célebre novela escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
El problema del vicepresidente atraviesa por igual al kirchnerismo y al macrismo aunque las resoluciones puedan ser opuestas, demostrando que no existe la declamada creatividad en los movimientos políticos. El kirchnerismo pone un vicepresidente que pueda reemplazar al presidente, y el macrismo, para no correr ese riesgo, colocó una vicepresidenta que nunca pudiera reemplazarlo, como Gabriela Michetti, y se resiste ahora al pedido radical de una fórmula que incluya un futuro competidor dentro de Cambiemos.
No es casual que esta semana haya crecido la alegría en Cambiemos y el kirchnerismo, al mismo tiempo que haya sido la peor semana para la tercera vía. Más lógico que paradójico, sucede justo después del aplastante triunfo de Schiaretti en Córdoba, que disparó la necesidad de hacer algo tanto en el kirchnerismo como en la tercera vía. Siguiendo el pensamiento lacaniano sobre que la angustia promueve la acción y su categorización en tres tipos: pasaje al acto, acting out y acto, probablemente Lavagna eligió el primer formato y Cristina Kirchner el segundo.
La angustia de Cristina que precipitó su acción era resultado de la combinación de dos factores: impedir que el triunfo de Schiaretti pudiera consolidar la tercera vía y, al mismo tiempo, bajarle ruido al comienzo del juicio oral por la causa de Vialidad en la que tenía que comenzar a comparecer. Mientras que la angustia de la tercera vía fue precipitada por el movimiento anticipatorio del kirchnerismo tratando de canibalizarle dirigentes y votantes.
La paradoja de la historia en su especialización con el pasado reside en que es el futuro el que la construye. Porque la consecuencia de los hechos a lo largo del tiempo y no los hechos en su momento presente es lo que le da dimensión histórica más significado. Y no solo habrá que esperar hasta las elecciones para terminar de evaluar si la decisión de Cristina Kirchner de no encabezar ella misma la candidatura de su espacio fue acertada sino bastante más en el caso de que el kirchnerismo llegara a triunfar.
Están quienes estiman que, de alcanzar la presidencia, Alberto Fernández la ejercerá plenamente sin interferencias de su mandante, la que en otro ciclo de su vida solo quiere resolver sus problemas judiciales. Y quienes perciben que lo que hizo Cristina Kirchner fue contratar a un CEO que realice el esforzado trabajo de hacer campaña, seducir a los no convencidos, aparecer en los medios y, como la etimología de la palabra lo indica explícitamente, “con-vencer”, para una vez obtenido el triunfo reducirlo a una condición de gerente y ser ella la única accionista.
Y en el caso de que Alberto Fernández no alcanzara la presidencia, también habría que esperar el paso del tiempo porque Cristina Kirchner podría quedar fortalecida como jefa de la oposición, con más legisladores electos respondiéndole, o terminar desgastada por una suma de condenas judiciales, aunque no la lleven nunca a una prisión real y, en el peor de los casos, recién en 2024, con más de 70 años para entonces, tener prisión domiciliaria cuando finalice su mandato como senadora, de no ser reelecta; o si lo fuera, cuando sus condenas hayan también sido confirmadas por la Cámara de Casación y la Corte Suprema de Justicia. Eso siempre y cuando un eventual Macri reelecto tuviera éxito económico, porque si volviera a fracasar, Cristina Kirchner hasta podría nuevamente ser candidata a presidente en 2023. Pero hay algo inalterable: si ella hubiera sido candidata y hubiera perdido frente a Macri, su final habría sido poco remontable.
En este contexto, desgraciadamente para quien luego le toque gobernar, una tercera vía jibarizada tendrá que hacer mucho para recuperar competitividad.