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entrevista

Un mundo de ciborgs emocionales

La periodista irlandesa Roisin Kiberd publicó un ensayo sobre el impacto profundo en la vida del uso de internet. Y advierte: “La tecnología no es neutral”.

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Obra. Su adicción a lo virtual la llevó a un trastorno de personalidad límite. “Me era imposible desconectarme”. | cedoc

Un testimonio de época. Un ensayo sobre la vida en internet y el impacto de las redes en las personas (esas que están detrás de los usuarios). El diario íntimo de una psiquis atribulada y con trastornos que se vuelven cada vez más universales. Todas esas cosas están en el libro La desconexión. Un viaje personal a través de internet (Alpha Decay), de la periodista irlandesa especializada en tecnología Roisin Kiberd, quien, a sus 34 años, puede mirar hacia atrás y reconocer cada momento importante de su vida, desde lo íntimo hasta lo profesional, mediado por el uso de internet.

“En el libro usé la expresión ciborg emocional para definirme porque creo que la forma en la que hablamos de tecnología actualmente está muy ligada a la ciencia ficción. Y si bien no andamos por la vida luciendo como robocops, sí estamos reprimiendo nuestras emociones y estamos permitiendo que nuestras experiencias estén mediadas por plataformas extremadamente comerciales”, sostiene Roisin del otro lado del Zoom desde Berlín, donde vive ahora con el novio, que durante años fue una relación a distancia a través de mails, mientras tenía encuentros decepcionantes con otros hombres que conocía en las apps de citas, según lo cuenta en su libro.

“Cuando miro hacia atrás, es difícil separar mis sentimientos de lo que las plataformas querían que yo sintiese. Y eso me llevó a una crisis de identidad y me terminaron diagnosticando un trastorno de personalidad límite”, suma la autora, que en su libro describe con detalle las situaciones border que atravesó por sus problemas de salud mental, como el insomnio, los desórdenes alimentarios y las autolesiones. También se refiere a las penurias económicas por su trabajo precario como periodista, que la llevaban recurrentemente a volver a vivir a la casa de sus padres.

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El “viaje” que Kiberd relata se inicia con la instalación de la primera PC con internet en su casa, sigue con los juegos como el Tamagotchi (también conocido como mascota virtual), los vínculos por SMS cuando tuvo su primer celular y la llegada de las redes sociales en su adolescencia, y se espiraliza con su inicio profesional como community manager de una marca de queso. 

“Me era imposible desconectarme y dejar el teléfono, porque lo necesitaba para el trabajo, pero también es parte de mi vida. Deberíamos apuntar a un tipo de tecnología más humanizada, que no nos use a nosotros, sino que nosotros podamos manejarla. La realidad es que la tecnología no es neutral, está hecha por personas, con motivaciones”, sostiene Kiberd, que en su crónica refleja la angustia y la ansiedad de los “scrolls” infinitos en las diferentes redes sociales.

El escenario de las historias y reflexiones de Kiberd es Dublín, que en las últimas décadas se ha convertido en una suerte de Silicon Valley europea, por la instalación de las sedes de las principales empresas tech, desde Google hasta Amazon. Los precios de los alquileres por las nubes y los vínculos con trabajadores de esa nueva tierra prometida aparecen como condimentos de la distopía en la que se sentía la autora.

Otras publicaciones recientes entran en el debate sobre el efecto de las tecnologías en las nuevas generaciones. En la novela Valle inquietante, Anna Wiener relata su paso por una serie de empresas de Sillicon Valley y su adentramiento en la cultura del sector tech. En La verdad sobre Facebook, la exejecutiva de Meta Frances Haugen hace una crónica desde adentro de la compañía de Mark Zuckerberg y cuenta el camino que la llevó a renunciar a un sueldo millonario y a denunciar públicamente a la empresa por las consecuencias de sus productos sobre la salud pública. La era del capitalismo de la vigilancia, de la socióloga Shoshana Zuboff, es parte del marco conceptual en el que se inscriben estas obras, con la tecnología como amenaza para transfigurar la naturaleza humana en el siglo XXI.

En uno de los ensayos que componen su libro, Kiberd también presenta una caracterización del grupo de los autodenominados “incels” (célibes involuntarios), que forman comunidades activas en internet, y a los que se vincula con el ascenso de las llamadas “derechas alternativas”. Estas corrientes se imponen en la lucha por la viralización con la ayuda de los algoritmos, que favorecen los contenidos que más interacciones generan, apunta la autora.

“Internet funciona de manera binaria y las redes sociales alientan el etiquetado de los usuarios. Eso hace que los comportamientos sean muy distintos a cómo nos manejamos en la vida real, donde podemos encontrar puntos comunes con personas de distintas posturas políticas o al menos discutir civilizadamente. Pero en internet no hay corporeidad y cuanto más extremos son los comentarios y más interacciones tienen, más se benefician las plataformas, por lo que se retroalimentan. Si ves que hay alguien con más éxito en internet es porque seguramente es más extremo que vos, lo que te lleva a querer ser más extremo”, apunta acerca del ecosistema que “posibilitó el avance de la extrema derecha”, con ejemplos como los de Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei en Argentina.

*Editor en eldiariosur.com.

 

Una pasión compartida con Javier Milei

Roisin Kiberd se entera en esta entrevista de la existencia de Javier Milei y también de que compartió con él un rasgo distintivo: la adicción a la bebida energizante Monster, que acumula cantidades insanas de cafeína y azúcar en su envase de medio litro y que ella logró abandonar. Milei es fanático del “mango loco”, mientras que Kiberd degustó una gran cantidad de sabores y ediciones limitadas y dedicó un ensayo a describir a la comunidad online de fanáticos del Monster y a contar cómo fue que llegó a tomar tres latas diarias. “Con el tiempo te convencés de que lo necesitás para lograr cualquier cosa”, dice. Y apunta entre risas que si Milei consume la cantidad diaria que se dice que consume “en realidad es el Monster el que está tomando las decisiones por él”.

“Creo que estamos en una era donde el cuerpo entra en competencia con máquinas y eso nos da la sensación de que nunca tenemos suficiente tiempo en el día. Cada vez que entrás a las redes sociales ves que alguien ha trabajado más o ha producido mejores cosas. Y en el marco de esa competencia es que entra en juego la bebida energizante, que te promete esa energía que necesitás para ser exitoso”, marca Roisin, que durante la entrevista toma un té de manzanilla. “Dejé el Monster y la cafeína porque no eran buenos para mi ansiedad”, se enorgullece.