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Una elección no alcanza para frenar el avance privatizador

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Presidente. Rodeado del afecto de los hinchas de Boca, Román arrasó en las urnas. | afp

Riquelme es el presidente del club de fútbol que más votos sacó en la historia. Solo de esa forma podía ganar. En esas elecciones había algo que me hacía acordar a esas viejas peleas de box en Las Vegas (las que relataban Walter Nelson, o antes Osvaldo Caffarelli) en las que el retador solo podía ganar si lo hacía por knock-out, porque si tenía que ganar por puntos los jueces comprados por el local lo iban a impedir. Como Macri, que hizo todo lo que pudo por postergar, impedir y ensuciar las elecciones, mandando a sus jueces (o juezas) a fallar a su favor, a los medios de comunicación aliados a embarrar todo lo que se pudiera y hasta a Milei a votar. Primero logró cambiar las elecciones de un sábado a un domingo, luego suspenderlas, luego objetar más 13 mil votantes que votaron en mesas separadas (en realidad fueron 7.877 los que se presentaron a votar a esas mesas), pero no hubo caso. Perdió con la misma lógica con la que tenían que ganar los retadores en Las Vegas. 

Mientras tanto, Milei (¿mandado también por Macri?), en su mega DNU (un condensado de fascismo y neoliberalismo –ni Martínez de Hoz había llegado tan lejos–), incluyó la creación de las sociedades anónimas en el fútbol. El triunfo de Riquelme no deja de ser menor como barrera a esta privatización. No obstante, hay algo que no me gusta en lo que está pasando: Riquelme solamente (como si fuera poco) ganó las elecciones en Boca por amplísimo margen, como nunca antes. Pero es un error, como veo que incipientemente comienza a suceder –en especial entre cierto progresismo– politizar a Boca a nivel de la política nacional. Entrar en ese juego. Como si el triunfo de Riquelme no fuera solo un freno al macrismo futbolero, sino un estandarte contra el mileimacrismo a nivel nacional. Más allá de que es evidente que fútbol y política se entrecruzan y relacionan desde siempre, eso es pedirle demasiado a Boca y equivocar el rumbo. Que estemos bajo el poder del neoliberalismo en su fase fascista no tiene que ocultar el grado de desorientación que cierto progresismo viene mostrando desde hace años.

Pues volvamos al fútbol, al fútbol futbolero. El resultado abrumador de Riquelme no debe hacernos olvidar que su gestión estos cuatro años fue, como mínimo, errática. Riquelme no soporta directores técnicos que tengan autonomía, que puedan tratarlo a él como al más importante dirigente y no como al jefe o al dueño del club. Dos de ellos –Ibarra y Battaglia– ni siquiera eran técnicos. Russo y Almirón eran técnicos que estaban en baja, que no estaban en el radar de ningún equipo grande y que, por lo tanto, al ser elegidos por Riquelme, pasaban a deberle todo. No habían llegado allí por sus méritos recientes sino por unción de la divinidad. Y no obstante, terminó peleado con los cuatro. Demasiados caprichos de capanga. Diego Martínez, con pocos antecedentes para llegar a un Boca en crisis (porque no haber clasificado a la Libertadores para mí es estar en crisis), si finalmente asume como nuevo DT, cumple la misma condición de sumisión implícita. Todo lo bueno que tuvo en lo político Riquelme no lo hizo en lo futbolístico.

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