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Una flor imposible

1-11-2020-Logo Perfil
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La otra noche, a raíz de un robo a mano desarmada que se perpetró con desfachatez en un barrio del sur de Buenos Aires, el comentarista y ex futbolista Diego Latorre propuso una distinción significativa: escindió una “verdad tecnológica”, por un lado, y una “verdad futbolística”, por el otro. La “verdad tecnológica” era ésta: una mano en una espalda. La “verdad futbolística”, ésta otra: que no hubo desplazamiento ni empujón, que no hubo foul, que no pasó nada. Lo que importaba, y lo que importa, era solo la verdad futbolística, porque se trataba de un partido de fútbol. Pero hoy por hoy, como es sabido, esa otra verdad, la tecnológica, parece invadirlo todo. Y lo hace bajo una condición tan notoria como escamoteada: que es que coincide con eso mismo que daba en llamarse mentira.

El medio ya no solo es el mensaje, como advirtió Marshall McLuhan, sino que ha suplido además al referente, como detectó, creo que bien, y celebró, no sé por qué, Jean Baudrillard. Es así como la televisión hoy televisa a un hombre que mira televisión (un árbitro, un VAR) y cree en lo que la pantalla engañosamente le ofrece, antes que en la verdad de los hechos que ocurrieron y que él presenció. Cada vez es más certera la advertencia que Walter Benjamin formuló en un texto merecidamente clásico: “En el país de la técnica la visión de la realidad inmediata se ha convertido en una flor imposible”.

Tenemos así, en cierta forma, la vieja pugna entre verdad y mentira (en todas sus variables), las disputas sobre criterios de verdad (en un sentido epistemológico), las luchas de efectos de verdad (en la tradición presocrática); pero también, acaso intensificada, la contraposición entre aquellos a los que nada parece importarles (tampoco la verdad) y aquellos a los que algunas cosas les importan (la verdad, una de ellas). Los primeros, porque son cínicos, corren sin duda con ventaja. Pero, ¿quién quiere una ventaja así?