CULTURA
fin de una polemica

Borges rechazó el Nobel

Tarea para el hogar: quitar de la lista de los escritores que nunca recibieron el Nobel de Literatura a Jorge Luis Borges. ¿Por qué? Porque fue él mismo quien, en 1976 y con bastante claridad, se negó a recibirlo.

De este y del otro. Borges estrecha la mano de Videla y de Augusto Pinochet, en 1976.
| Cedoc

El eterno demorado, el prototipo del escritor pospuesto, el baluarte de la injusticia y la negligencia suecas a la hora de otorgar el Premio Nobel de Literatura se baja del estrado. Su nombre siempre aparece al lado de los de Joyce, Pessoa, Virginia Woolf, Tolstoi, Valéry, Nabokov y John Updike, entre tantos otros. Borges pudo haber recibido el Premio Nobel de Literatura, pero no lo quiso. Prefirió el título honoris causa y la Gran Cruz de la Orden al Mérito Bernardo O’Higgins de manos de Augusto Pinochet, el 21 de septiembre de 1976, el mismo día del asesinato del ex canciller chileno Orlando Letelier en Washington.

Eso se lee en el libro La furtiva dinamita. Historias, polémicas y ensayos sobre el Premio Nobel de Literatura, de Juan Pablo Bertazza (Editorial Octubre), en el que se reproduce un fragmento de la entrevista concedida por María Kodama al autor del libro en abril de este año al canal de noticias CN23. De su relato (ver recuadro) se deduce que la Academia Sueca estaba dispuesta a premiarlo, pero pedía –en coincidencia con los preceptos con que debían establecerse las candidaturas, establecidos por el propio Alfred Nobel antes de morir– que fuera entre aquellos que “hicieran la obra más sobresaliente en el campo de la literatura en una dirección ideal”. La incertidumbre de una frase tan acotada como única receta fue leída por la Academia Sueca, es leída y seguirá siendo leída de las maneras más dispares. Pero, al parecer, en septiembre de 1976 significaba no cruzar la cordillera y abrazarse con Augusto Pinochet. Del mismo modo en que tal vez significaba pasar por alto el almuerzo celebrado en la Casa Rosada el 19 de mayo del mismo año, dos meses después del golpe de Estado, que reunió al sacerdote Leonardo Castellani, al presidente Jorge rafael Videla, al secretario de la presidencia, José Villarreal, y a los escritores Ernesto Sabato, Horacio Esteban Ratti y Jorge Luis Borges. A la salida del encuentro con Videla, la prensa recogió las impresiones de los comensales. Borges, conciso y contundente, dijo entonces: “Es todo un caballero”.

Es probable que la Academia Sueca decidiera pasar por alto ese encuentro desafortunado que alejaba a Borges del codiciado premio, pero no estaba dispuesta a pasar por alto un segundo encuentro, y se lo hicieron saber a Borges con una llamada telefónica. La discreción de la testigo nos impide conocer los términos del pedido sueco, pero los dichos de Borges alcanzan para imaginarlos. Esos dichos pueden ser leídos en varias claves. María Kodama encuentra en las palabras de Borges una negativa a venderse, a “mantener su idea contra viento y marea”. Pero también puede leerse como un liso y llano rechazo, una incapacidad para privarse de hacer aquello que deseaba. Borges no deseaba el Premio Nobel, o lo deseaba menos de lo que deseaba cruzar la cordillera para abrazarse con Augusto Pinochet.

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Borges no fue, de todos modos, el primero (pero tal vez fue el último) en rechazar el premio Nobel de Literatura. Sartre lo había rechazado en 1964, y un año después, a su modo –que siempre es un poco improbable– lo hizo también Emil Cioran (el episodio, narrado por Bertazza, es hilarante: una bella enviada sueca llega a París para tantear al atormentado filósofo rumano, y cuando éste descubre sus verdaderas intenciones, la pone de patitas en la calle). Cuando Graham Greene, otro eterno candidato, decidió seducir en Suecia a la esposa de un jurado de la Academia, estaba también, en cierto modo, rechazando el premio. Había ido para hacer buena letra, pero aunque la carne es triste y él había escrito todos los libros, la tentación pudo más. Los motivos de Greene se parecen mucho a los de Borges, aunque los objetos de deseo fueran diferentes. Graham Greene también podría haber dicho: “Hay dos cosas que un hombre no debe aceptar: sobornar o dejarse sobornar”.

Durante aquel viaje a Chile, Borges, en la ceremonia de gala que tuvo lugar en la Universidad de Chile, pronunció un discurso del que años después se arrepentiría. “Declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita”, dijo en aquella ocasión.

Con dichas palabras, si aún existía alguna remota posibilidad de recibir el premio, dejó la cuestión zanjada para siempre.

 

Cosas que un hombre nunca debe aceptar

María Kodama

Recuerdo que la última vez que sonaba como candidato lo llamaron por teléfono de Suecia, entonces yo voy muy contenta a decirle: “Borges, lo llaman de Suecia”. Antes de atender, él me dice que no nos hagamos ilusiones. Como para mí la privacidad es algo sagrado no quería escuchar la conversación, pero él me retuvo con un gesto, por lo que pude escuchar lo que él dijo luego de dejar hablar a su interlocutor. Y lo que dijo fue: “Señor, yo le agradezco mucho lo que acaba de decirme y se lo voy a agradecer toda la vida, pero quiero decirle algo. Hay dos cosas que un hombre nunca debe aceptar: sobornar o dejarse sobornar; después de lo que usted me dijo, mi obligación es ir a Chile. Buenas tardes”, y cuelga el teléfono. Entonces yo le pregunté: “¿Está seguro de que no quiere pensarlo?”, y él me pregunta a mí si yo haría eso. Cuando le respondo que no, me vuelve a preguntar: “¿Y por qué quiere que lo haga yo?”. Si algo me faltaba para enamorarme de él, que nada me faltaba, era eso.

Declaraciones de María Kodama transcriptas en La furtiva dinamita (Editorial Octubre), de Juan Pablo Bertazza.