CULTURA
Pensador de la tecnología

Filosofía en 3 minutos: Norbert Wiener

Filósofo y matemático, fundador de la cibernética, Wiener ha elaborado las bases de todas las tecnologías informáticas que hoy transfiguran el mundo.

Norbert Wiener
Norbert Wiener (Columbia, Estados Unidos, 1894-Estocolmo, Suecia, 1964). | Cedoc Perfil

A medida que las tecnologías de la información y la comunicación (o TIC) avanzan por doquier, la generalidad abstracta de su concepto, que abarca cualquier dispositivo electrónico en el que entren (input) y salgan (output) mensajes digitales, no impide que la filosofía contemporánea de la tecnología se pregunte que otras entidades también bastantes vagas y de imprecisos vínculos, tales como sociedad de la información, revolución informática, era digital o la industria 4.0 de las smart factories. Estas últimas, por otra parte, incluyen un conjunto de cibertecnologías –inteligencia artificial, robótica, nanotecnología, computación cuántica, biotecnología y otras– cuya génesis demanda un gran esfuerzo de reconstrucción y, más todavía, de comprensión. Por eso últimamente han aparecido investigadores que tienden a encontrar en la vieja cibernética, que tuvo gran auge a mediados de la década de los 50 del siglo pasado, la base no tan lejana de todo ese despliegue de tecnologías informáticas que transfiguran el mundo. De ahí que la obra de Norbert Wiener (1894-1964), filósofo y matemático, fundador de la cibernética, ha despertado un considerable interés por parte de los especialistas, no tanto impulsados por fines arqueológicos sino, más bien, por el afán de descubrir en su pensamiento elementos de continuidad o discontinuidad respecto del nuevo orden tecnológico en vertiginoso ascenso. 

Wiener fue un niño prodigio. Se afirma que, a los 18 meses, aprendió el alfabeto en dos días y a los tres años leía revistas científicas ilustradas para niños. Leo Wiener, su padre, era profesor de lenguas modernas en la Universidad de Missouri en la ciudad de Columbia y, hacia 1896, comenzó a enseñar lenguas eslavas en Harvard. Luego de un período en que su hijo asistió a escuelas ordinarias, lo retiró de ellas y decidió educarlo él mismo con cierto rigorismo. A los seis años, Wiener tenía conocimientos de literatura, matemáticas, química, griego, latín, inglés y alemán. A los diez, ya que su padre debió ocuparse de la traducción de la obra de Tolstoi, ingresó a una escuela pública, en la cual pronto se destacó. Por entonces escribió su primer ensayo filosófico, “Teoría de la ignorancia”, sobre la incompletud de todo conocimiento. A los once, ingresó en la Universidad de Tufts, en Somerville, cerca de Boston. El hecho, dada su temprana edad, fue noticia del periódico neoyorkino The World el 7 de octubre de 1906, con el título “El niño más asombroso del mundo”. 

Tres años después, Wiener se graduó con honores en licenciatura en matemáticas y, casi de inmediato, consiguió una beca en la Universidad de Cornell, Ithaca, para cursar el doctorado en filosofía. En 1913, a los dieciocho años, obtuvo la graduación. Nuevamente becado, pasó una estancia en Cambridge trabajando bajo la dirección de Bertrand Russell, a quien ya conocía por su famoso libro, escrito con Whitehead, Principia Mathematica. Sin embargo, Wiener se interesó más por las clases de Godfrey Harold Hardy –el notable director de la tesis del matemático autodidacta indio Srinivāsa Rāmānujan–, que le sirvieron para aprender análisis funcional, ecuaciones diferenciales, geometría vectorial y teoría de números. En 1914, viajó a Gotinga, Alemania, para estudiar con David Hilbert, el matemático más sobresaliente de la época. Tras el estallido de la guerra, Wiener regresó a Estados Unidos y, en la Universidad de Columbia, continuó sus estudios posdoctorales con el psicólogo y filósofo John Dewey, uno de los iniciadores del pragmatismo. También ingresó a Harvard como profesor, pero la miopía, el estilo nervioso de exposición y la forma rara de hablar no lo benefició. En esos años tuvo diversos empleos (instructor de matemáticas, aprendiz de ingeniero, encargado de cálculos de balística, escritor de artículos para un periódico, soldado), hasta que en 1919 le dieron un puesto como auxiliar docente en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés). 

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Al principio, Wiener se propuso modelar matemáticamente el movimiento irregular de las olas y, con este fin, estudió la mecánica estadística del físico Josiah Willard Gibbs, que también utilizó en la solución de algunos problemas prácticos, como la trayectoria de los proyectiles, y teóricos. Así, con su primer artículo sobre análisis matemático, escrito en 1920, seguido por otro en torno al movimiento browniano, publicado al año siguiente, demostró (desarrollando los cálculos de Einstein de 1905) que todas las trayectorias de las partículas subatómicas en el movimiento browniano eran continuas, sin huecos ni saltos, y siempre anómalas desde el punto de vista matemático. De este modo proporcionó el primer indicio matemático de que las leyes de la probabilidad gobiernan el movimiento browniano, que generó un progreso muy importante en la teoría de la probabilidad, el cual se conocería posteriormente como la “medida de Wiener”. Además, en una serie de artículos publicados entre 1923 y 1925, solucionó un problema fundamental en la teoría electrostática, que consistía en resolver la geometría que debía poseer un conductor eléctrico para llevar una cierta carga fija. En esta etapa, una de sus contribuciones a esta área fue extender la denominada “capacidad electrostática” (la relación entre la carga eléctrica de cada conductor y la diferencia de potencial entre ellos) a figuras geométricas arbitrarias. Para ello empleó una versión de la integral de Lebesgue (aprendida de Hardy), una herramienta estadística empleada para determinar el volumen de formas geométricas extrañas.

También a principios de la década del 20, zanjó el problema del “ruido” que se producía entre corrientes de electrones que se desplazaban a través de alambres de cobre o tubos de vacío, perturbando las comunicaciones, mediante una serie de fórmulas trigonométricas llamadas “transformadas”, concebidas por el matemático y físico Joseph Fourier en el siglo XIX, que descomponen cualquier onda compleja de energía electromagnética en ondas senoidales (regulares). Wiener implementó no sólo el método de Fourier en ingeniería eléctrica sino lo extendió a otros campos matemáticos y a ondas continuas y discontinuas de cualquier tipo, como el “ruido blanco” (valores de señal aleatoria en dos tiempos diferentes sin correlación estadística), respecto del cual probó que podía capturarse y paralizarse, medirse físicamente y someterlo a procedimientos matemáticos. El “análisis armónico generalizado”, tal como se lo conoce, comenzó a difundirse a principios de los años 20, junto con los trabajos  sobre el movimiento browniano y sobre la teoría de la probabilidad, que hoy se considera establecieron las bases de la denominada “era de la información”, si bien transcurrió bastante tiempo antes de que sus ideas fueran adoptadas en el diseño de dispositivos electrónicos.

En otras palabras, como Alan Turing y John von Neumann, Wiener es uno de los pioneros claves de la ciencia de la computación y la inteligencia artificial. A mediados de la década del 20 colaboró, en el MIT, con el matemático y físico cuántico Max Born (Premio Nobel en 1954) y con el ingeniero eléctrico Vannevar Bush (futuro jefe del Proyecto Manhattan), a quien se adjudica la creación de la primera computadora analógica en 1927, el analizador diferencial. Es menos conocido que Wiener le propuso, como alternativa, diseñar una nueva computadora con tubos de vacío y que se construyeron dos, la Product Integraph, diseñada por Bush, y la Cinema Integraph, ideada por Wiener e inspirada en los televisores, mucho más sofisticada que la primera, pero requería de mediciones exactas de los rayos de luz que circulaban por el sistema y cuya precisión no era factible de lograr con la tecnología de la época. Por esos años impartió varias conferencias en la Universidad de Gotinga, donde colaboró con Hilbert y Born. En 1932 fue designado profesor titular en el MIT, en 1933 accedió a la Academia Nacional de Ciencias y recibió el Premio Bôcher concedido por la Sociedad Matemática Americana.

La concepción de la cibernética surgió en ese mismo año, a partir de la amistad con Arturo Rosenblueth, un neurofisiólogo mexicano, profesor de Harvard. En aquel momento Wiener proyectaba aplicar las matemáticas a la fisiología y, en ese sentido, quería conocer la afinidad entre los sistemas mecánicos y fisiológicos, en especial, con relación a los procesos de feedback (realimentación o retroalimentación). De modo que ambos se dieron a la tarea de modelización matemática de ciertos espasmos musculares y del funcionamiento del corazón por medio de un ciclo de feedback inestable. Durante el resto de la década del 30, Wiener publicó unos cuarenta artículos sobre la nueva teoría de la comunicación que aspiraba a crear. En 1940, cuando Estados Unidos entró en guerra, interrumpió sus investigaciones y trabajó, al servicio del gobierno, en un modelo estadístico del sistema de control de la artillería antiaérea, que terminó sirviendo a sus propósitos. A partir de 1946, junto con Rosenblueth, comenzó a asistir a las Conferencias Macy, que reunía a diferentes disciplinas acerca de la mente humana, para explicar su teoría, fundamentada en la comunicación circular del feedback, acerca de los procesos biológicos de los seres vivos. Finalmente, en 1948, publicó Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas, un libro muy particular, sin duda, que lo haría mundialmente famoso como el teórico de una nueva ciencia. 

En realidad, la cibernética (del griego kybernetes: “timonel”) es una ontología general que planteó, y desde el inicio, la emergencia de una sociedad regulada por flujos de información en ciclos de feedback. De ahí que Wiener hizo converger, bajo un solo principio, diversos saberes: mecánica estadística, biología, ingeniería, filosofía, teoría de la comunicación, teoría del control, matemáticas, termodinámica, sociología, neurofisiología. Si bien se presentó como la ciencia que estudia los procesos de comunicación y de control en sistemas biológicos y mecánicos (es decir, en seres vivos y máquinas), para la cibernética la comunicación constituía el ser mismo de todos los fenómenos naturales o artificiales, de su comportamiento y de su relación entre ellos. A través del análisis matemático como “metáfora” de la realidad, y de un enfoque que modificaba los conceptos newtonianos de tiempo y de espacio –en parte inspirado en la mecánica estadística de Gibbs y en la oposición bergsoniana entre el tiempo reversible de la física y el tiempo irreversible de la biología–, Wiener estableció la analogía entre los organismos vivientes y las máquinas como semejantes en términos de conducta y de información. Esto es, todo ser biológico o artificial se definía por el carácter de los intercambios de información, en reacción a otras informaciones, que efectuaba con su ambiente en un juego incesante de feedback. 

Por otra parte, el concepto de información de Wiener, esencial en la cibernética, se refiere a cantidades estadísticas y no a su contenido semántico. De igual manera, los mensajes que intercambian los entes informacionales vivos o mecánicos, entre ellos o con su entorno, se entienden como secuencias discretas o continuas de eventos mensurables que se distribuyen en series de tiempo estadístico. La diferencia ontológica entre seres vivientes y no vivientes, en consecuencia, se neutraliza bajo el principio informacional que los unifica según las modalidades de procesar informaciones. En suma, todo lo que existe es información y mensaje, pero en oposición a su contrario cosmológico, el cual gobierna el universo físico: la segunda ley de la termodinámica, la entropía. Esto significa que las entidades informacionales se oponen al aumento de la confusión y la disminución del orden, a la desorganización y al caos –la muerte térmica– que asedia tanto a los organismos vivos como a las máquinas. En las obras de divulgación de Wiener, la entropía adquiere una dimensión teológica y se presenta como el mal en sentido agustiniano (carencia de ser), mientras que la información lo detiene o mitiga. El progreso cibernético consiste en el perfeccionamiento del control y de la tecnología informacional.  

Las nociones de información, entropía y feedback conforman las premisas centrales de la cibernética. Para Wiener, esta última no es simplemente la devolución de una señal modificada por el receptor a su emisor sino, más todavía, la capacidad de un dispositivo (natural o artificial) para ajustar su comportamiento en función del análisis de los efectos de su acción en el entorno, ya sea por medio de control (corrección y regulación del sistema) o aprendizaje (cambio de métodos y forma de actividad). Los ciclos de feedback implican una causalidad circular, una lógica recursiva, como el cálculo del número de Fibonacci (1,1, 2, 3, 5, 8, 13, 21…), donde el número subsiguiente es la suma de los números anteriores, que prefigura a los algoritmos. En cibernética, la circularidad del feedback rige los intercambios de información, el axioma lógico-matemático de Wiener que se aplica a todos los fenómenos, incluida la sociedad humana. Como cualquier otra comunidad de seres vivos, aunque con la ventaja de disponer de máquinas, los vivientes humanos son entes informacionales que con el fin de luchar contra la entropía –un enemigo interior y exterior– necesitan de canales de comunicación siempre abiertos y en desarrollo permanente. La utopía social de la cibernética exige (igual que años después el programa utópico hacker) una sociedad de flujos de información transparentes y democráticos, un continuum informacional pacífico y libre, igualitario y racional, no mercantil ni centralizado.  

Pese a que en 1964 recibió la Medalla Nacional de Ciencias (lo condecoró el presidente Lyndon Johnson en la Casa Blanca), Wiener se topó con algunos escollos en su carrera académica. En primer lugar, debido a su posición antibelicista asumida después del lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón, que lo llevó a una intransigente negativa a colaborar con el gobierno y las empresas de la industria militar estadounidense, por lo que fue vigilado por el FBI durante varios años. Además, con The Human Use of Human Beings: Cybernetics and Society, publicado en 1950 y revisado en 1954, comienza a preocuparse por los efectos de deshumanización y los riesgos políticos y sociales que podría originar su propia invención, la cibernética. A ello se le sumó el entusiasmo de la Unión Soviética por ella y la conferencia que Wiener impartió en Moscú en oportunidad del Primer Congreso Internacional de Control y Automatización con resonante éxito. A principios de los 60, su obra técnica había sido traducida al ruso, al checo y al polaco, y el mismo Nikita Khrushchev exaltaba la cibernética como uno de los principales instrumentos para la construcción del comunismo. 

De todas maneras, aunque Wiener fundó el proyecto cibernético, participaron en su elaboración teórica y desarrollo práctico algunos cibernetistas claves en la historia de la computación y de la inteligencia artificial, como von Neumann (pionero del lenguaje de máquina y responsable de la arquitectura computacional aun vigente), Warren McCulloch y Walter Pitts (creadores del modelo matemático de las neuronas), Claude Shannon (promotor de la efectuación del álgebra booleana de estructura binaria en circuitos digitales), W. Ross Ashby (inventor del famosísimo homeostato) y, particularmente con relación a América Latina, Stafford Beer, quien dirigió el Proyecto Cybersyn, la red de computación para la gestión de la economía del gobierno de Salvador Allende. En el caso de Wiener, por si no queda claro su papel en el alumbramiento de la “era de la información”, ya en 1940 recomendaba la adopción del sistema binario establecido por Leibniz en las computadoras –compuesto de sólo dos cifras, 0 y 1–, ya que por aquel entonces las máquinas de calcular tenía dificultades en dominar los números decimales. 

 


*Doctor en filosofía, profesor de UBA. 
Su último libro es La era del kitsch (Alción Editora 2021), Segundo Premio Nacional de Ensayo Artístico 2022 otorgado por el Ministerio de Cultura de la Nación. 
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