En el contexto de un verano “bien argentino”, forzados sin más a recorrer “lo nuestro” (hay que notar que la propaganda turística y la peste son subsidiarias del discurso nacionalista), la ciudad de Mar del Plata es un clásico en las preferencias de los veraneantes. Sin embargo, se puede hablar de ella más allá de los vaivenes del mercado turístico. En 1886 llegó el primer tren y fue el comienzo para que un descampado con un mar de proporciones se fuera convirtiendo en la Biarritz argentina. Pero también es una manera de contar la historia política y económica del país en el que la ciudad veraniega participó de manera estelar.
Esa es la hipótesis del Mar del Plata. La ciudad más querida de Fernando Fagnani que hace una lectura de larga tradición de esta ciudad como “un Aleph para conocer la República y sus circunstancias, como le gustaba pensar y decir al general Perón, y a tantos antes y después de él”. Porque, también, ese mismo lugar, a mediados del siglo siguiente, devino en sinónimo de patria obrera y peronista acentuando contradicciones, al tiempo que ponía en escena la reivindicación. Un setting perfecto para Sandro y sus películas, tumba para el descontrol aéreo de Olmedo, teatro de revistas, casino, Isidoro Cañones, entre muchos, que se fueron mezclando con altos índices de desempleo, marginalidad y negocios turbios para dar esas dos caras posibles, como las máscaras del teatro.
Una de las tantas anécdotas del libro resume bastante esta mezcolanza entre política, ocio y el mundo del espectáculo es la cuenta Fagnani: en 1954 se soluciona el problema que hizo saltar la banca cuatro veces en una noche, al tiempo que Mar del Plata comenzaba a recibir a las luminarias de Hollywood (era el año del Primer Festival Internacional de Cine). El 2 de marzo de ese año llegó Errol Flynn con su familia. El héroe no gozó de la misma suerte en el casino que en la pantalla y perdió dos mil dólares en una noche. Al día siguiente, un funcionario de la 20th Century Fox canceló la deuda con un cheque. Cuando Perón se enteró pidió que le devolvieran la suma porque “no vamos a cobrarle su mala suerte en la ruleta nada menos que a Errol Flynn”.
Tres miradas sobre Mar del Plata, la muestra curada por Andrés Duprat con obras de Annemarie Heinrich, Ataúlfo Pérez Aznar y Alberto Goldenstein en el Museo MAR no sólo inaugura la temporada de exhibiciones sino que podría ser la ilustración perfecta para el derrotero de la Feliz. Heinrich posa sus ojos y su cámara en los paisajes vacíos, en la geometría de una ciudad que ya estaba lista y se había transformado en los años 50 para que la clase obrera fuera al paraíso. Dos lugares que tienen en común, las vacaciones y el paraíso, que hay que pagar por ellos, según Joseph Brodsky. Son imágenes estetizadas de los lugares comunes: la rambla, el puerto, las playas.
La serie de fotos de Ataúlfo Pérez Aznar se entronca en esa posibilidad antitética y configura una visión espeluznante del balneario y sus personajes. Corpiños enroscados, cuerpos obesos o con mutilaciones, buscadores del sol en el asfalto, sonrisas desdentadas y niños como de otros tiempos son algunos de los motivos que están en esas fotos en blanco y negro y que el fotógrafo, con un ojo exquisito, supo capturar en la delgada línea que va de la ironía al homenaje.
Fechadas en los años 80, en su mayoría, las imágenes parecen aún más antiguas. Las ausencias de color y de glamour son la contracara perfecta de la publicidad y del turismo que consagró a “Mardel” como un paraíso multitudinario y por eso mismo, de dudoso deleite.
Escribí hace un tiempo, a propósito de las fotos de Alberto Goldenstein que podrían construir un ensayo sobre la nostalgia. No en el sentido corriente sino es su etimología clásica: el regreso al hogar, al nostos, en griego. No sin dolor, tal como aparece en la partícula álgos que le imprime ese sentido a la experiencia humana y carnal del que vuelve porque cree que hay algo así como una patria emocional u origen de las cosas. El color de sus fotos no es sólo una decisión estética. Hay una intencionalidad emocional que asocio con la figura del paseante. El que está en el centro de la multitud, se encanta con ella, pero pasa inadvertido. Una vez más, en el vaivén entre lo propio y lo ajeno, lo conocido y lo nuevo, la nostalgia matiza y es la educación sentimental. Con las copias reveladas a color, con el rollo, en la cámara reverbera la advertencia latina: “Elogiad al mar, pero seguid en la orilla”.
Ficha de la muestra
Podrá visitarse desde el 9 de enero
Museo MAR,
Av. Félix U. Camet & López de Gomara, Mar del Plata,
De martes a domingo de 15 a 21
Entrada gratuita y reserva previa de turnos a través de la página web