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Padeletti: “Escribir poesía es la alegría”

El poeta santafesino Hugo Padeletti acaba de publicar su última colección de poemas: Guirnaldas para un luto (El Cuenco de Plata). La audacia y la fuerza hecha lírica.

| Cedoc Perfil

En el ensayo Envejecer, un problema para artistas, el escritor alemán Gottfried Benn planteó que, a diferencia de lo que habitualmente se piensa, la vejez de los grandes creadores define un período más fecundo e intenso que la juventud. Hugo Padeletti (Alcorta, Santa Fe, 1928) es un caso ejemplar al respecto en la poesía argentina: después de Canción de viejo (2003), premiado por el Fondo Nacional de las Artes, y de Osaturas. 1969-2008 (2014), acaba de publicar Guirnaldas para un luto. 1980-1983, libro que renueva los temas centrales de su obra poética a partir de la experiencia del duelo.
Padeletti comenzó a escribir los poemas en 1980, después de la muerte de su madre. “En esa época conocí a Mirta Rosenberg, en la casa de Angélica Gorodischer, en Rosario. Escribía en el bar Laurak Bat, en la esquina de la Facultad de Humanidades, donde trabajaba, y después se los leía a Mirta, lo que me daba una oportunidad para revisarlos y ajustar algo. Escribí un poema por día, hasta salir del luto de mi madre”, cuenta.
El libro fue publicado por El Cuenco de Plata y tiene un prólogo de Jorge Monteleone. El título alude al “recorrido para superar la muerte”, situación que después se repitió con amigos escritores y artistas: “Por eso hago las dedicatorias a personas que murieron a lo largo de mi vida. Por ejemplo, a Edgardo Russo, un editor muy prolijo, muy cuidadoso”.

Despreocupado. El mismo año en que comenzó el libro se radicó en Buenos Aires. Padeletti dice que nunca se preocupó por el prestigio ni por el éxito, y una carta natal le auguró fama póstuma: “Yo era feliz escribiendo, porque es un placer tremendo encontrar las palabras para lo que uno siente; me preguntaban cuándo iba a publicar y yo decía que más adelante iba a ir a Buenos Aires; pero siempre era más adelante. Mi poesía no había trascendido”. Un reportaje en el primer número de Diario de Poesía (1986) inició su redescubrimiento.
Escribir, asegura, “no depende de la edad, sino de los estados por los que uno pasa: de grande, ahora inclusive, tengo más audacia y más fuerza que de jovencito, cuando era más tímido”. La atención como punto de contacto con el mundo, el instante como continuidad de la vida y la muerte, entre otros de sus temas, tienen “variantes de intensidad, por enriquecimiento de la experiencia con los años”. Y su concepción del tiempo: “Hablar del pasado y del futuro es estar soñando. La realidad es ahora. Las cosas hay que hacerlas cuando se tiene energía, no dejarlas para después. Ahora es ahora”.
El punto de partida es imprevisible. “Ver una hoja temblar en un árbol, una palabra, pueden ser el detonante –explica Padeletti–. También algo que leo en el diario, una imagen. O un verso de un poema anterior. Dejo salir todo lo que aparece y después podo; cuanto más sintético, el poema tiene más poder evocativo. Si sobran palabras el poema pierde fuerza y capacidad de sugestión. La poesía no es una prosa donde uno da informaciones”.
En ese proceso, “los recursos propiamente poéticos son el ritmo, la rima, las aliteraciones, los juegos de palabras, los elementos que hacen que la cabeza se vaya del orden lógico a otro lado. La poesía es eso en todas las lenguas y a través de la historia, no las ideas: las ideas se escriben en los ensayos o en otro tipo de textos”.En su mesa de trabajo hay un libro abierto. Se trata de un clásico, pero no de la literatura: es un ejemplar de Le tarot des imagiers du Moyen Age (El tarot de los imagineros de la Edad Media), de Oswald Wirth, que lo acompaña desde hace sesenta años, cuando lo descubrió en la casa de una amiga, en París. “En cierto modo fue la guía para toda mi vida, aunque no para la poesía”, dice. Pero “la vida no está en una parte y los poemas en otra: escribir poesía es la alegría, y un profundo agradecimiento a la vida”.

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