Leer a la Argentina puede ser un ejercicio demoledor. El compás maníaco de un metabolismo adicto a ciclos de empacho y ayuno. Los distintos modos de hacer el país se escurren de las estadísticas a la carta. Lo sabemos de memoria: durante una porción considerable del siglo XX, la grandiosa maquinaria puesta al servicio de la educación pública tendía a nivelar las diferencias sociales en nuestro país. La movilidad ascendente era palpable. Hoy, corroído el entusiasmo, con índices de deserción escolar alarmantes, el resultado no puede ser otro que la conformación de una grieta social insalvable. La única grieta que deberíamos atender. Pero estas alarmas no detonan entre los investigadores de realidad, atentos sí al combate librado en las entrañas de esa construcción bautizada como Grieta. Una construcción plástica, artificial, parasitaria, que estrangula toda posibilidad de intercambio productivo.
—¿Cómo transitás estos tiempos de confrontación binaria?
—A mí me gusta discutir con gente inteligente que no piensa como yo, cuando hay un marco de respeto, claro. Me gusta la gente que no es fanática… yo fui fanático, y ahora soy un fanático recuperado.
—¿De qué fuiste fanático?
—Fui muy antikirchnerista, no es bueno. Ser fanático es un modo de ser necio, y no me banco ningún fanatismo.
—¿Te arrepentís de haberlo sido?
—No sé si me arrepiento, era un contexto que te invitaba a eso. Esas peleas familiares…
—¿Considerás que no sigue pasando?
—No digo que no pase, digo que a mí no más. Cuando leo cosas como la de Peteco Carabajal... Cuando leo cosas de gente que dice “si ganan estos me tengo que ir”, “si ganan los otros me tengo que ir...”.
—¿Cómo se supera?
—Vivimos en un mundo que tiende a la polarización, y habrá más polarización, es uno de los problemas contemporáneos. Creo que los moderados no tenemos las de ganar en esta época, el mundo tiende mucho ver al otro como un enemigo, y eso va a crecer, no me siento cómodo en ese lugar. Creo además que las redes sociales no ayudan a superar eso, ahí no hay que pensar mucho, hay que disparar, pegar.
Lo vemos a diario. La multiplataforma de eso que Heidegger definió como “avidez de novedades”, entregados como estamos a la expansión desbocada de la tecnología, la instantaneidad de la información carente de análisis, una exhibición desmedida de la experiencia cotidiana, la serie de moda, el sapucay catártico y a velocidad de parpadeo la necesidad zoquete de opinar sobre todo, sin saber absolutamente de nada. El territorio por el que galopa el narcisismo del ciudadano lobotomizado. La coronación del Homo bobo.
—¿Qué dijo Peteco que te molestó tanto?
—Peteco dijo que no podés ser argentino y votar a Macri. Yo soy argentino, voto a Macri y me gusta Peteco. Durante nuestra gestión lo hemos contratado a Peteco. ¿Cuál es el problema? Es uno de los buenos folcloristas. En la época kirch… en la época de antes (ríe) no pasaba eso.
La risa del secretario tiene una explicación. Antes del inicio de la charla, este entrevistador le propuso al funcionario un desafío: no referirse al pasado, al gobierno anterior, al kirchnerismo. La iniciativa tenía como único objetivo dedicar el tiempo a repasar solo pasajes de su gestión, y de ese modo esquivar una práctica que se extiende como reguero de pólvora entre todos nosotros, que en el caso del feedlot político roza el paroxismo: la culpa siempre es del otro. El secretario accedió, pero como se verá, no logró cumplirla.
—Más allá de los slogans de campaña, está claro que los funcionarios deben tomar medidas que no contentan a todos. ¿Cuál considerás que fue o fueron las medidas que más te costó afrontar en estos años de gestión?
—La más difícil fue sin dudas reorganizar un ministerio que era muy caótico cuando llegué. No sabíamos siquiera cuanta gente había en el ministerio, qué hacía, no se conocían los perfiles de los empleados. Decidir racionalizar esa estructura tan grande seguro nos llevó a cometer errores, que tuvimos que ir corrigiendo, nos llevó a dejar sin trabajo a mucha gente; en la actual Secretaría de Cultura trabajan unas 1.600 personas menos que cuando llegamos, eso es mucha gente, y sin dudas es una decisión muy difícil, que seguro no dejó conforme a muchos. Cuando llegamos había 15 millones de gastos de la gestión anterior, de Teresa Parodi y Jorge Coscia, que no habían sido rendidos. Se gastaban 90 millones de pesos por año en viajes que no se justificaban. Hoy gastamos 10 y no hay un solo funcionario que se haya quedado sin viajar.
—¿La liberación a la importación de libros no te pareció una medida discutible al menos?
—Ni siquiera debió ser discutida, porque jamás debió restringirse la importación de libros, así como tampoco la exportación, porque los bienes culturales deben circular libremente por el mundo. Nosotros no podemos decirle al mundo “no nos manden libros”, pero nosotros sí mandamos los nuestros. Es muy importante que podamos discutir las políticas hacia el sector editorial con todos los jugadores en la mesa. Es un sector cultural, pero también comercial.
—¿Qué opinión te merece la creación de un Instituto Nacional del Libro?
—No estoy en desacuerdo, pero me parece que el proyecto de (Daniel) Filmus tiene varios problemas; el principal es que se superpone con cosas que ya existen, y después está el tema del financiamiento. Hay que discutirlo. Hay institutos del libro que funcionan en el mundo y otros que no.
—Tenés una larga trayectoria en el sector editorial (más de veinte años, apunta el secretario), uno de los más castigados en los últimos años. ¿A qué atribuís la caída estrepitosa en toda la cadena del libro? ¿Qué se puede hacer para revertirla?
—El principal factor es la caída del consumo. Lo primero que impacta en la compra de libros es el dinero que tiene la gente en el bolsillo. Hay otro factor que incide que no es menor, que es la transformación de los consumos culturales. Los tiempos de lectura de un libro en la era de Netflix y redes sociales van en rumbo de colisión. Este año y ante esta situación, el Gobierno generó la medida más importante para la industria editorial en décadas, y no solamente para la industria del libro, sino también para el sector periodístico, que es la recuperación del IVA sobre sus costos, tanto para la impresión como para sus servicios y sobre el papel. Un reclamo que viene del sector desde el año 2000. Si bien no subsana la caída en las ventas, sí compensa la pérdida de rentabilidad.
—¿Cómo tomaste en su momento el alejamiento de Alberto Manguel de la Biblioteca Nacional?
—Conocía la decisión unos meses antes de concretarse, porque Alberto estaba enfermo, agotado; fue un honor que él hubiera aceptado el cargo. Veníamos de diez años de Horacio González, y la Biblioteca había sido un enclave de la grieta, sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires, por el funcionamiento de Carta Abierta. Todo muy caótico. Cuando Horacio entró había 300 empleados; cuando se fue, 1.200. El edificio en pésimo mantenimiento, abandono bibliotecológico porque a Horacio no le interesaba. Interesaban muchas actividades que tenían que ver con lo estrictamente partidario kirchnerista. Y yo no quería elegir al Horacio González del otro lado. Alberto hizo un excelente trabajo, lidiando con todas esas dificultades que tiene el Estado argentino. Y esta experiencia le pesó en el cuerpo.
—Tuvieron algún cruce. Recuerdo lo ocurrido en la Feria del Libro de Bogotá.
—Por supuesto que tuvimos algunas diferencias; en esa ocasión yo había decidido dedicar el pabellón argentino al fútbol y a la literatura, y él se enojó porque le parecía un gesto demagógico. Le dije: por dos cosas nos conocen en Colombia, por el fútbol y por la literatura; de hecho fue el pabellón más visitado.
—Una noticia muy celebrada en su momento fue el financiamiento para la puesta en valor de la biblioteca de la calle México, obra que debía comenzar y no ocurrió.
—Está prevista la inversión para que comience este año. A ver: es muy complejo. No voy a decir “kirchnerismo”, diré “los que estaban antes”. Cuando llegamos el edificio, como muchos otros... mirá qué curioso: hicieron una cosa gigantesca como el CCK (Centro Cultural Kirchner), pero el resto lo dejaron a la buena de Dios. Entonces el edificio de la calle México estaba abandonadísimo, desde que se fue la biblioteca en la década de 1990 no se había puesto un peso. Hubo una idea de la gestión de González para activar digamos la parte borgeana, con un museo, etcétera, sobre todo en el frente del edificio. Eso lo estamos retomando y me parece bien que se haga. Hacer un Centro Borges. Por lo pronto hemos empezado a arreglar las instalaciones, sea lo que sea que vaya a haber, que no llueva, que la instalación eléctrica esté en condiciones.
—Lo que averiguamos es que no se están haciendo obras, que todo está parado.
—Pero se va a hacer, está establecido por presupuesto.
—El presupuesto es un tema medular, sobre todo en el contexto inflacionario que vive nuestro país. ¿Alguna vez pensaste en renunciar si no te daban el número que estabas buscando?
—No. Yo trabajo con una concepción de equipo y siempre que necesité refuerzos para algunas cosas lo he planteado y he sido escuchado, pero también escucho y sé que hay prioridades en Argentina, no soy una estrella de rock, no tengo esos caprichos. Por supuesto que si tuviera más plata haría más cosas, pero la situación actual es muy compleja. De todos modos, esas cosas que te contaba, los ahorros en pasajes, por ejemplo, hacen que cuente con más dinero sin sacárselo a otras áreas. La austeridad es algo que manejás con actos. La austeridad es guita al final del día. El Estado está preparado para gastar mal la guita, por eso es una de las reformas que hay que hacer. Yo podría mirar para otro lado, pero no me sale, yo miro.
—Hablando de mirar, y de mostrarse, sos una persona muy activa en Twitter. ¿Qué te estimula a estar tan presente en redes sociales?
—Para mí Twitter fue una manera de seguir el complejo cultural público. Pensá que a mi cargo tengo cincuenta instituciones, museos, elencos, programas, actividades. ¿Cómo hago para enterarme de todo, más allá de lo que me cuentan los funcionarios? Me entusiasma también la posibilidad de establecer conversación con gente normal en algunos casos, cuando no son trolls y se puede conversar. Por supuesto no me banco... como decía un amigo, Twitter es la luz apagada, la gente saca lo peor de sí, la agresividad, me costó acostumbrarme a eso. También me desconecta de la rutina de la oficina; Instagram lo intento y me cuesta, es un mundo más feliz, tal vez por eso me cueste tanto.
“Hay que ampliar el acceso a la cultura en la Ciudad”
—Si bien sos un funcionario de bajo perfil, transitás casi como un susurro, te tocó vivir dos situaciones tensas, de mucha exposición. Me refiero a lo ocurrido con el bizcochuelo cristiano y el episodio de la Feria del Libro. ¿Qué balance hiciste al respecto?
—En la Feria del Libro del año pasado, porque en este año no tuve ningún inconveniente, no pude hablar ni exponer; se levantó una protesta que me lo impidió. Son esas situaciones que se van de las manos. No hay un manual para ministros que te diga cómo actuar en esos casos. Lo que me hizo bien y lo uso como un mantra es repetir: vos no sos el protagonista de esta historia, no sos tan importante, y esa idea me sirvió para transitar el mal momento. La idea es: atravesémoslo, y ya. De esa experiencia aprendí a ser cuidadoso con mi figura pública y ser empático. Reconocer las opiniones de otros, aunque no esté de acuerdo.
—Supongamos un escenario: Juntos por el Cambio retiene la Ciudad de Buenos Aires y te proponen continuar en el cargo. ¿Seguís?
—Sí, por supuesto. Somos un equipo que apuesta a la continuidad. Con Horacio siempre se piensan proyectos a mediano y largo plazo. Los proyectos que lanzamos están pensados en un horizonte de cuatro o cinco años, que es cuando se logrará el impacto que buscamos, como el Pase Cultural, iniciativa que lanzamos hace un año.
—¿En qué consiste?
—El Pase Cultural es una tarjeta para chicos de escuela secundaria pública, que cargamos con dinero, tarjeta que solo pueden usar en consumos culturales: comprar libros, ir al cine, a recitales. Es una ampliación del acceso a la cultura, y una iniciativa así no puede pensarse a seis meses, necesariamente es a cuatro o cinco años.
—Si bien decís que te gustaría continuar en el cargo, ¿te imaginás en otro lugar de la gestión pública? ¿Algún espacio al que aspirar?
—Yo vivo mucho en el presente, esta particularidad de estar en un trabajo que me gusta tanto hace que esté concentrado en el presente. Además, este es un año en lo personal muy intenso, porque tuve una hija, que ahora tiene 7 meses, además de otra de 3 años... Te imaginarás: con solo dormir un rato ya estoy bien, eso me trae a tierra constantemente. No pienso en el futuro.
—Sin embargo, la gestión de proyectos y recursos indefectiblemente te arrincona a pensar hacia delante. ¿Estás conforme con el presupuesto del ministerio?
—Sí, es como manejar una nave nodriza, el presupuesto en cultura en la Ciudad es muy alto, y este año tuvo un incremento muy significativo en relación con el año pasado, de un 46% (más de $ 6 mil millones fue el total sancionado en la Legislatura para este año); por supuesto que uno quiere hacer más. Porque tenemos treinta bibliotecas públicas, museos, teatros, y eso implica mantenerlos, pero también expandirlos.
—¿Cumpliste las metas que te propusiste cuando asumiste, hace dos años?
—Sí, sobre todo lo que tiene que ver con el acceso a la cultura. Muchas veces se piensa en cultura como una productora de eventos. La realidad es que hacemos eventos, y está muy bien, pero no es un fin en sí mismo. La cultura, más que entretenimiento, es un eje clave para el desarrollo. La participación cultural en la Ciudad no es igualitaria, por eso es importante ampliar el acceso.
—¿Cómo lograrlo en una ciudad con una oferta tan concentrada?
—Es verdad, su oferta está concentrada en la franja que da al río, al Este, desde La Boca, y va subiendo: Corrientes, Recoleta, Palermo. Pero nosotros tenemos un lema, que es mostrar que hay mucho más en Buenos Aires, por eso el programa Barrios Creativos. Cada barrio tiene su personalidad, su impronta, sus espacios culturales y su público.
—Buenos Aires se caracterizó siempre por ser la capital mundial del teatro y de las librerías, dos sectores muy golpeados últimamente. ¿Qué opinión te merece? ¿Cómo se puede revertir esa situación?
—Sí, son sectores que en años de restricción económica son golpeados, porque lo primero que la gente restringe son las salidas, el consumo cultural. Son a la vez sectores muy importantes, la cultura es muy importante en estos momentos. Por supuesto que son más noticia los lugares que cierran, pero vemos también otros nuevos que abren, nuevos teatros, nuevas librerías incluso. Nuestro trabajo es acompañarlos, la cultura independiente es uno de los ejes de la gestión; Buenos Aires tiene como en ninguna otra ciudad en el mundo infinidad de espacios culturales. Hemos sacado una ley de espacios culturales independientes que facilita mucho la apertura del lugar, la habilitación, acceder a subsidios; reformamos la ley de mecenazgo, aumentó el fondo y ahora es más fácil aplicar. La infraestructura se mejoró mucho también, pienso en la calle Corrientes, que desde que reabrió es un boom de gente.
—Si Juntos por el Cambio no retiene la Ciudad, ¿cuál es el principal desafío que debe afrontar el próximo ministro de Cultura? ¿Qué consejo le darías?
—El principal desafío para el funcionario en cultura es entender que tu responsabilidad va más allá que administrar bien lo que tenés, es más que tener bien el equipamiento. El ecosistema de cultura pública, pública no estatal, privada, organizaciones y los distintos actores es muy relevante para lograr el objetivo, que no es otro que brindar más acceso en cultura. El segundo objetivo es no pensarse como un ministro programador; yo tengo un equipo y no me meto en la dirección artística de un teatro, mi tarea es conectar los puntos, resistir esa tentación de definir la programación es central para el funcionario de turno.