CULTURA
Murió ayer, a los 94 años

Rubem Fonseca: artesano y seductor

En este artículo, a la manera de despedida, el escritor Rafael Toriz rememora el encuentro que mantuviera con el gran novelista y cuentista brasileño.

Rubén Fonseca 20200416
Rubem Fonseca (Minas Gerais, 11 de mayo de 1925 - Río de Janeiro, 15 de abril de 2020). | Agencia Afp y Cedoc Perfil

Tratando de hacer memoria, lo primero que recuerdo es un chillido insoportable que me taladra el cerebelo: aguzo un poco la vista y me percato de que el sonido chirriante proviene de unos hijueputas monos titi arañando la ventana. Me paro como puedo y escucho el despertador en toda su furia: son las 8: 30am y quedé de encontrarme con Fonseca a las 9... Imposible llegar a tiempo a Leblon, enclavado como estoy, además de hecho trizas, en el corazón de Santa Teresa.

Mientras enfoco como puedo se me aparecen, como alevosas cuchilladas, imágenes de la noche anterior: una rumba desaforada y letal orquestada por el fotógrafo Ricardo Beliel, con quien improvisamos una fiesta porque el elusivo José Rubem me invitó a desayunar a la mañana.

Meu caro Rafael

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Gostaria de convidar você para tomar o café da manhã comigo, quarta-feira 9 horas (pode ser antes, 8 ou 8.30, se você preferir) no restaurante Garcia&Rodrigues na rua Ataulfo de Paiva 1251, no Leblon.

Me baño como puedo, me visto a trompicones y salgo de bruces a la calle.

En Santa Teresa no pasa ni un taxi. Bajo en el bondinho con el alma entre las patas y ya en Lapa tomo un auto rumbo de Leblon. Son las 9 en punto y por merced de la señora de Aparecida no hay tráfico.

Llegué a Ataulfo de Paiva a las 9: 25 con el corazón en la boca. Entro a zancadas empujando al maître y me detengo de súbito al ver a un viejito delgado con una gorra de beisbolista.

-¿Rubem? -Digo con mi mejor voz de rata.

-¿Rafael? -responde una mirada color acero… ¡Pero você é uma criança!-

Fue una hermosa mañana de octubre del año 2010 cuando conocí a Rubem Fonseca, no sólo uno de los escritores a los que más he querido en la vida sino a quien, como tantos otros lectores devotos, llevo mucho tiempo admirando tanto.

Ahora, cuando su muerte irremediable lo aleja para siempre de nuestra letrina sublunar -que no deja de asumir, en los confines de su prosa, a la geografía del cuerpo femenino como un instante para el encuentro, la redención y la zozobra- calibro la potentísima vitalidad de su literatura, que se instala en el lugar que le corresponde: una cima conquistada a través de una elegancia tropical y una precisión en el lenguaje que redefine el miedo: nada debemos temer, excepto las palabras.

El regreso del artesano del cuento

La obra de Fonseca, que comprende novelas estupendas como El caso Morel y El salvaje de la Ópera; mejores como Diario de un libertino y Buffo & Spallanzani y sobre todo extraordinarias como Agosto, El Gran arte y Vagas emociones y pensamientos imperfectos, se decanta con mayor sutileza en el relato y el cuento, poblados ambos por escritores, empresarios, detectives, enanos y toda suerte de prostitutas.

Insobornablemente realista, su mirada sobre la burguesía brasileña -que describe por extensión a cualquier burguesía latinoamericana, llámense fresas, chetos, cuicos o pitiyanquis- es tan precisa y quirúrgica como sugerente e indiscutible la disección que ofrece sobre los ecosistemas de la pobreza (antes de debutar como escritor, a los 38 años, Fonseca de desempeñó como abogado penalista). La suya es una escritura coral, termómetro perfecto para una época convulsa y aparente. Cínica y solitaria.

La obra de Fonseca, en su totalidad, registra el entrecruce de dominios sexuales, políticos, cómicos y trágicos siempre tamizados por una inquietud estética. Por ello no es exagerado sostener que Rubem Fonseca continúa la tradición inaugurada por Cervantes de parodiar un género tradicional y manido para ofrecer un híbrido más fuerte, de mayor calidad y potencia: Fonseca es un artesano, pero sobre todo, un seductor.

Sobrecogido por el sentimiento de su muerte, no me encuentro en condiciones de decir nada más al respecto, salvo que en la vida, como el amor, hay deudas que no sea pagan.

Obrigado, José Rubem. Gracias a vos y tu oficio hoy somos un poco menos viles y más dignos, habitantes dichosos de las páginas de tus libros, que nos contienen y justifican como los muros de una casa.