Panfleto. Erótica y feminismo tiene una tapa ejemplar: una amazona dueña de una belleza severa –se la adivina desnuda o apenas con un taparrabos– de mirada y actitud desafiantes, feliz, pecho y frente en alto, de piernas abiertas, arco y flecha en mano, todo en distintos tonos de rosa. Si eso no es feminismo, nada más lo es. Acaso esa Robin(a) Hood que se atribuye la misma autora.
María Moreno recorre con particular sagacidad –quizás alimentada por su pulsión penetrante sobre este presente cultural– una serie de escritos propios desde 1988 hasta hoy. La principal tesis que interviene cada uno de los textos que conforman Panfleto no es la mujer, es su sexualidad. Y la libertad que eso trae aparejado, por supuesto.
—Habrá sido un trabajo conjunto con la editora la hora de la selección de los textos...
—No fue así. Cuando yo “secuestro” o rescato para el pueblo –o sea yo– a la Robin Hood (¡pobrecita!) todo lo que escribí en los diarios bajo el yugo de la hora de entrega y la poca guita, lo que hago en el libro es “estabilizar” ese material. En la contigüidad que voy eligiendo entre los textos hago un nuevo relato. Por ejemplo, en Vida de vivos, un libro de reportajes que van desde Jorge Porcel a Silvina Ocampo, queda una especie de autobiografía a través de la voz de la entrevistadora. No es la misma chica la que le hace preguntas esculpidas a José Bianco que la banana que trata con desparpajo a Maitena o a Alejandro Kuropatwa. Panfleto es un cuaderno de aprendizaje. Corregí poco y nada, sobre todo algunos barroquismos paranoicos que, pasado el tiempo, ni yo entiendo. Me parece que con la parte dedicada a los debates sobre aborto y femicidio quería preservar una intervención en un cierto destiempo que la distanciara del efecto saturación y farándula, del corralito de la noticia o de la opinión.
—¿Ves la abrumadora actualidad que destilan esos textos cuando muchos datan de 1988?
—Esa es una lectura tuya, te toca respaldarla. No creo valorar mucho la actualidad. Podría decir que, como las cucarachas, aspiro a la eternidad. Fuera de broma, el efecto actualidad puede deberse a la actualidad del feminismo, a su objetivo de generar una teoría radical de la sexualidad siempre precaria, pero que es como una zanahoria delante del burro, algunos debates como pornografía-antipornografía, la disidencia sexual, el logro de derechos que nunca parece liquidado, el aborto, cosas que nunca dejan de estar presentes. Podemos reemplazar actualidad por historia. Te sorprendería leer el libro Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, de Susan Faludi, sobre el que estoy trabajando: cuenta cómo durante la contrarrevolución antifeminista de las eras Bush y Reagan, cierto sector de evangelismo alicaído llenó sus templos con el aprovechamiento del supuesto llegar demasiado lejos de las mujeres en la esfera pública, denunciándolo y llamando a la vuelta al hogar. Fue un evangelismo político a lo Brasil con el surgimiento de una nueva derecha con líderes femeninas, una de la más mediática de ellas, Beverly La Haye, fundadora de Mujeres Preocupadas por Norteamérica, que recibió a Faludi en su despacho totalmente decorado por muebles y adornos ¡rosa Bolsonaro!
—Tus textos exudan libertades sexuales que pocos se atreven a pensar siquiera. ¿La represión sexual oxida pensamientos?
—No lo creo. Mis textos están fechados e intentan poner en cuestión o irónicamente temas más viejos que el mundo. ¿La represión oxida pensamientos? ¡Pero si el mundo del pensamiento está lleno de reprimidos y reprimidas célebres! Virginia Woolf, Borges, Emily Dickinson. “Represión sexual” es una expresión que no me gusta, está cristalizada: la represión, cuando funciona es dañina, la angustia empieza cuando falla, mientras que la realización puede ser siniestra. Si no te gusta esta noción psi ponele: “se sufre más por plegarias atendidas”.
—La palabra panfleto remite a propaganda política. ¿Es este compendio de ensayos un panfletario libertino?
—En todo caso es un panfleto sobre las paradojas siempre cómicas de la libertad como el deber ser del orgasmo, el discurso burgués en el sadomasoquismo, el hecho de que a menudo la sexualidad femenina sea enunciada como una estetización del sexo. No puedo poner Panfleto sino en chiste. Un panfleto es colectivo, desea llevar a la movilización, a la acción política. Si el título no hubiera sido irónico me hubiera convertido en risible, como cuando Sebrelli decía que era un socialista solitario. Libertinaje también me encanta, pero en el neoliberalismo es mercado y en Macriland es pasta base y gatillo fácil, imposible en los cuerpos sometidos a la necesidad, a las cuentas de luz, a la Sube que sube. Para que haya libertinaje tiene que haber trono y altar simbólicos en donde ofrecerlo y no estragos simbólicos hechos de picanas a la luz del día y frases como “Si me vuelvo loco les puedo hacer mucho daño a todos”.
—¿Qué opinión te merece la actualidad del protagonismo de la mujer y las distintas vertientes?
—Creo que como decía Josefina Ludmer “desde el lugar dado y aceptado se cambia no solo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él”. Entonces me salió una frase de póster que trata una revolución sin pasado y sin fracaso. Cuando dije “pasado” era porque estaba recordando una charla de Nicolás Casullo sobre qué significaba tener la revolución en el pasado, a las espaldas. Supongo que se refería a Cuba, a la Unión Soviética, a la derrota en Argentina y Latinoamérica de los proyectos revolucionarios de los 60 y 70, a las revoluciones vencidas, negociadas, presurizadas. La revolución feminista no tiene ese pasado de manera transparente y corresponde a sus activistas ver de qué manera se leen ellas en las revoluciones del pasado. Se me ocurre que las lecturas apresuradas que estamos viendo desde afuera de la marea feminista, aún las de quienes se autoadscriben en sus filas, en su compulsión, intentan domesticar, mesurar, llamar al orden conocido. “Sin fracaso” porque la lógica de éxito-fracaso no pertenece a su economía. Esta marea no es utilitaria aunque reclame al Estado, ni reservorio en potencia para los partidos, o sea no rinde según la lógica de lo inmediato ni liquida sentido a la vuelta de la esquina.
Hay algo que vuelve en casi todos los momentos fundantes y es cierto anti-intelectualismo. Las redes sociales vomitan matricidios prêt-à-porter sin la autoexigencia de la argumentación y retornó cierto talibanismo biologista, ya discutido larga y detalladamente cuando se cuestionó la participación de Lohana Berkins en espacios feministas. Además, no se puede responder a la intervención sobre el escrache de Rita Segato –una de las voces más imaginativas y al mismo tiempo con más práctica política–, con una descalificación en dos tuits o interpretar su descripción de la estructura de la violencia patriarcal y el mandato de virilidad como un aval complaciente a los hombres. Al saber no se lo abandona, se lo expropia, tergiversa, se lo pone a trabajar dado vuelta; no se lo deja en manos del adversario. Por eso me conmovió que Thelma Fardin haya declarado que fueron cinco libros los que la ayudaron a denunciar su violación, y que entre ellos había obras de Segato y de Federici. El #NiUnaMenos fue ejemplar en un documento del 20 de abril de 2017 contra la demagogia punitivista y el garantismo misógino.
—Hay párrafos en tu libro que son verdaderos decálogos de la buena feminista y hasta una guía para un sexo saludable. ¿Te importa/molesta/agrada las diferentes interpretaciones, considerando que muchas estarán lejos de tu intención?
—Escribí contra la asimilación del deseo al deseo sexual y el imperativo de su realización bajo la ilusión de satisfacerlo, creí reírme de la escolástica entre la vagina y el clítoris, de la conversión del macho de tango en obrero especializado de la satisfacción conyugal, del vademécum de artefactos electrónicos que permitan cumplir con el acabar juntos o fingirlo.
—¿Querés sumar tu opinión al feminismo disidente?
—La verdad, detesto el género “opinión” que se exime de la argumentación basándose en una especie de Yo lo siento así o, lo que es peor, la autoridad que se le adjudica al propio nombre. La opinión es un cacareo de ejercicio de la ciudadanía con el que uno se mece en la autocomplacencia de ejercerlo. Pensar, en cambio, te deja en suspenso, lleno de dudas para opinar, precisamente. Pero puedo hablar de una ficción feminista que se sostiene en otras ficciones. Porque me gusta pensar el feminismo como un compost y el compost puede admitir tanto arena como adoquines para un crecimiento imparable. Esa expresión compost se la afané a Donna Haraway. Ella escribió “Las historias de Camille. Los niños del compost”, un cuento de ciencia ficción feminista-utópica. El cuento es sobre la fundación de sociedades experimentales tanto de orígenes humanos y no humanos, raciales, religiosos, regionales que se fundan en diversos puntos devastados del planeta. Son sociedades de salvataje para, por ejemplo, acuíferos contaminados o destruidos por la minería de carbón a cielo abierto. El fin es sanarlos construyendo alianzas diversas, corredores ecológicos, migraciones, pero no las habituales producidas por la guerra, el hambre o el genocidio, sino por las ganas de aventura y la curiosidad. Los niños son mímesis biológicas con animales en peligro de extinción, pueden adoptar mutaciones corporales por placer o por estética, elegir entre diversos género ya superados, dice Haraway, los cuatro reconocidos en el pasado –femenino, masculino, transfemenino y transmasculino– o ¡no elegir ninguno! Yo utilizo la noción de compost para aludir a elementos heterogéneos y hasta de apariencia irreconciliable capaces de fermentar haciendo crecer una herencia, y rompiendo en palabras de Haraway, la tentación de imaginar un empezar todo de nuevo que a veces ataca a los feminismos, un compost impuro, capaz de contener tanto lo positivo como lo negativo, y agrego yo, lo podrido y asqueroso.
—¿Leíste “Xenofeminismo”, de Helen Hester?
—Lo leí y me interesa ese escudo para amazonas tecnomaterialista, antinaturalista queer y abolicionista de género como una frontera estratégica, aunque son palabras que me hacen rechinar los dientes. No hay algo inherentemente sexistas en la ciencia y la tecnología y sí potencialmente apropiable por los feminismos. Dice Hester: “Apropiarse de la tecnología sin aceptar también la ideología”. En cambio no me gusta tanto la palabra “genealogías”, porque supone cierta línea de legitimidad y muchas de exclusión, pero, como decía Ana Amado: “En este país no hay memoria ni historia”. Se está atento a lo último de la teoría, pero sin tener la mínima idea del trayecto histórico de lo propio y ni entre las feministas existe lo que se llama genealogías, entonces todos aparecen como pensamientos inaugurales. En ese sentido me parece ejemplar la relectura que hace Xenofeminismo del legado de Shulamith Firestone, que es pionero en tecnofeminismo y ciencia, y de Donna Haraway sobre todo con ese axioma “¡Hagan parientes, no bebés!”
—¿Cómo ves la crítica cultural actual, si realmente hay referentes? ¿Los 60 vieron su punto cúlmine y luego todo fue en bajada?
—Más que hablar de referentes me gusta seguir los molinos de pensamientos de algunas feministas de otras generaciones como María Pía López o Verónica Gago, sobre todo porque provienen de una izquierda crítica. Laura Klein es, amén de una compañera en muchos proyectos feministas, un manual viviente para un pensamiento vivo. La palabra “disfrutar” no forma parte de mi vocabulario: se piensa mejor contra una misma, los propios clichés, el sonajero retórico y manteniendo la atención a lo que irrumpe sin apresurarse a traducirlo. Eso es difícil. Ahora, personalmente, me gustaría que no volviera el macrismo. Cuando tenía como cien años le hice una entrevista a Alicia Moreau de Justo y ella se mostraba apesadumbrada por el estado del socialismo. Entonces, en Francia ganó Mitterrand: la llamé y la felicité. Estaba muy contenta. No tengo cien años pero no falta muchísimo, no me gustaría seguir envejeciendo con este gobierno porque entonces habría que darme un doble pésame, uno por mi futura muerte, el otro por el país.