Pedro Damián Monzón, flamante ayudante de campo de Julio César Falcioni en Independiente, era uno de esos jugadores a los que se los define como temperamentales. El ex defensor tenía carácter y nunca se achicaba. Y una característica más: no dudaba en reaccionar para defender a sus compañeros de agresiones externas. Su carrera quedó marcada porque fue el primer jugador en ser expulsado en una final de un Mundial, y también por las anécdotas que lo muestran como el superhéroe que hacía justicia a las piñas.
El codazo a Giunta. Esta historia la contó el propio Gustavo López. El futbolista, no el otro. Fue el día de su debut, en diciembre del 91, nada menos que contra Boca en Avellaneda. Gustavito entró en el segundo tiempo y cuando tocó la primera pelota Blas Giunta le pegó de atrás, lo levantó por el aire y cuando cayó le dijo con tono amenazante: “Nene, no te pongas a llorar, mirá que todavía no empecé a pegarte”. En eso estaba el volante de Boca cuando se le apareció Monzón, que irrumpió en la escena para defender a su compañero. El defensor agarró a Giunta del cuello y le lanzó: “¡Qué le decís al pibe! ¡En la próxima vas a ver lo que te pasa!”.
La próxima fue un córner para Boca. Cuando la pelota todavía estaba en el aire, Monzón le pegó un codazo a Giunta en la trompa que se escuchó en toda el área. Y mientras el abanderado del “huevo, huevo” se revolcaba sobre el césped con las manos en la cara, el Moncho apenas se agachó para decirle: “No llores, si todavía no empecé a pegarte”.
Con el Bocha no. En el verano del 87 Independiente y River se cruzaron en Mar del Plata, en el tradicional Torneo de Verano. Hacía seis meses que la Selección había ganado el Mundial de México y había una discusión entre el plantel y la AFA por los premios. Oscar Ruggeri era el vocero del grupo que reclamaba, mientras que Ricardo Bochini, que había jugado menos de diez minutos ante Bélgica, prefería mantenerse al margen de los pedidos, lo que generó cierta interna en el plantel.
La cuestión es que los dos campeones del mundo se volvieron a cruzar en el José María Minella y Ruggeri pretendió arreglar las diferencias a su manera: en una jugada intrascendente lo levantó al Bocha por el aire. Mientras el Maestro se revolcaba por el piso, Monzón metió un pique de cuarenta metros para defender a su 10. Por supuesto, el Moncho y el Cabezón terminaron a puro insultos, empujones y manotazos. Al árbitro no le quedó otra que expulsar a los dos. Ruggeri, maldiciendo cualquier cosa roja que se le cruzara por el camino, enfiló para su vestuario. Pero Monzón se había quedado con ganas de ajusticiarlo, entonces fue por él: se mandó al mismo vestuario, atrás del Cabezón. Solo el cordón que armaron los policías evitaron que el defensor de Independiente avanzara y provocara una masacre.
A Diego se lo defiende siempre. Cuando Argentina eliminó a Italia del Mundial 90, para los locales fue una tragedia. Después de los penales, algunos jugadores italianos rodearon a Maradona dentro del campo de juego para hablar del partido, y lo hacían de manera efusiva, a la italiana. A la distancia, Monzón, que esa tarde había estado entre los suplentes, detectó la escena e interpretó que los jugadores de Italia estaban increpando a Diego. Y allá fue.
Tuvo que sacarse de encima compañeros, rivales y algún dirigente hasta que después de forcejear llegó a lo que creía el foco del conflicto. Entonces se plantó delante de Maradona, se desgarró la remera a lo Hulk y los invitó a pelear. Monzón no entendía una sola palabra en italiano, no había explicación que lo conformara. Solo se calmó cuando Diego le explicó que no lo estaban agrediendo, que los italianos son así, hablan a los gritos y de manera efusiva.