Si Independiente hubiera descendido en la fecha 19, nada de esto habría pasado. O sí, pero en el primer partido del Torneo Inicial, con un clima mucho más frío, distante, lejano.
Pero no. Como si fuera poco el castigo para los vecinos de enfrente, descendieron en la fecha 18, a una del final, para dejar que la otra Avellaneda tuviera la fiesta servida en bandeja. Y no es todo, la burla fue incluso más allá porque para colmo, la Academia jugaba en su propio estadio, sin hinchas visitantes, como para que nadie pudiera escupirle el asado.
Y así fue, nomás. Los hinchas de Racing armaron en el Cilindro su fiesta y desahogo por el descenso de Independiente, su archirrival.
Luego de la salida del equipo de Luis Zubeldía al campo de juego para recibir a Unión de Santa Fe, se prendieron latas de humo negro que taparon casi por completo la visibilidad, se tiraron globos negros al aire y hasta se montó una especie de velatorio, con coronas de flores, cruces y ataúdes, cargando al rival de toda la vida.
El desahogo de Racing se basa sobre todo en que la Academia descendió en 1983, regresando a la máxima categoría dos temporadas más tarde. Con eso en mente, bien podrían justificar los hinchas de Racing la fiesta de ayer: hace tres décadas que viven una tortura china, que los miran por encima del hombro y que les cantan que el que no salta, se fue a la B. Pero lo de ayer pareció como demasiado. ¿No desmerece un poco su enorme historia, dedicarle a su rival una fiesta preparada? ¿No hablará de las propias carencias, un festejo tal? ¿No reflejará las limitaciones propias a la hora de buscar algo para celebrar? ¿No es, además, irresponsable, que la dirigencia del club haya permitido (y organizado) un evento como el de ayer? Racing tiene un plantel de jóvenes que prometen demasiado, tal vez más que los de cualquier otro equipo. Eso debería festejar, sobre todo. Cuando ése sea el verdadero folclore, el fútbol será otro.
Además del color negro que colmó el Cilindro, estuvieron presentes en las tribunas los tradicionales fantasmitas de la B (padrs fantasmitas con hijos fantasmitas sobre sus hombros), pancartas blancas con la B en rojo y hasta una parca.
El intenso humo negro hizo demorar el comienzo del partido y los simpatizantes racinguistas no pararon que cantar “el que no salta se va a la B”, su hit preferido en el peor momento de la historia de Independiente.
Incluso se escuchó un “mirá cómo llora ese Bochini, porque ahora juega con Aldosivi”, con más ingenio que rima.
Racing tuvo su fiesta. Una fiesta propia, abajo; y mirando al vecino, arriba.
Una goleada de los chicos, la apuesta para lo que viene
Las gambetas de Fariña, la verticalidad de De Paul, la explosión de Centurión, el talento goleador de ese diamante cada vez más pulido llamado Vietto. Son las razones que tiene Racing para ilusionarse con pelear un campeonato, de una vez por todas. Será el que viene, tal vez, ahora que se sabe que Zubeldía seguirá siendo el entrenador y Saja, Ortiz y Zuculini, el respaldo de la desfachatez de los más chicos.
Anoche, en medio de la celebración del público por la desgracia ajena, el combo de juveniles armó una exhibición en el primer tiempo, a puro arranque y combinaciones, que apenas tuvo el premio del 1-0 gracias a ese penal picado por el pibe maravilla. Antes y después, habían llegado hasta Limia de todas las maneras posibles.
En la segunda etapa Racing bajó un cambio pero mantuvo el control. Villar estiró la cuenta, Centurión la cerró, los chicos se divirtieron y la gente se fue cantando, mitad por lo propio y mitad por lo que se sufre a dos cuadras.