La maestra que vive sola en la frontera
Mónica Tortone todos los lunes deja su casa en General Pico, La Pampa, para hacer 120 kilómetros por caminos de tierra, olvidados y muchas veces inundados, que cruzan por el mítico Meridiano V (límite entre esta provincia y Buenos Aires), hasta llegar a la escuela N° 13 de la Colonia El Balde, en el partido de Rivadavia, en las márgenes del mapa.
Allí se queda una semana viviendo sola en una pequeña casa dentro del establecimiento. Durante todo este tiempo será la única habitante de un paraje que no figura en los mapas y que solo existe por la presencia de la escuela y del Club Agrario El Balde, hoy sin actividad. “Me acostumbré a estar sola y nunca tengo miedo, para mí es un cable a tierra quedarme”, asegura esta maestra rural de cuarenta y siete años que hace dieciocho está a cargo del jardín de infantes de este rincón indómito en la llanura.
Vive al borde de un mapa que le devuelve las estrellas, por la noche, cuando bajan hasta la ventana de su pequeña casa, a un costado de la escuela. La Escuela N° 13 Remedios de Escalada de San Martín se ve desde lejos. El pastizal, algunos pocos árboles y la inmensidad del desierto pampeano la destacan. Fue inaugurada en 1936; en cambio, el jardín de infantes es más reciente, de 1995. Mónica tiene seis alumnos, a la primaria van diez, la matrícula es alta para el paraje. “Algunos llegan a caballo, otros a pie y en auto”, comenta Mónica. Nadie se quiere perder la escuela.
Los padres llevan a sus hijos muy puntuales. El alumno más lejano vive a diez kilómetros. La zona es un área que padece las inclemencias de la naturaleza; en 2011 debió sufrir el paso de un tornado que hizo destrozos en la escuela. “Sentía cómo el viento quería llevarse el techo, se rompían los vidrios y las ramas de los árboles caían”, recuerda.
En 2017 todo el distrito padeció una de las más grandes inundaciones; por muchos días la escuela quedó incomunicada. El Balde está en la frontera misma. Los mapas se olvidan de estos parajes. Llegar hasta ellos solo es posible de la mano de un baqueano. En aquellos días en los que el agua brotó de la tierra, aquella llanura era un inmenso mar de agua dulce, cenagoso. Los caminos se habían convertido en canales y arroyos.
La Colonia El Balde no tiene fecha de fundación, la escuela y el club han unido a los pocos chacareros y sus familias, que trabajan estas tierras dedicadas a la agricultura y la ganadería. Está a 60 kilómetros de América, cabecera del distrito, y a 550 de la ciudad de Buenos Aires; el mundo conocido queda lejos, inalcanzable. El Meridiano V está a menos de 20 kilómetros. La frontera con La Pampa se siente, las distancias en las que no se ve a nadie son moneda corriente.
El despoblamiento del campo se materializa en los puestos que se han convertido en taperas; a cada paso se ven las ruinas de una realidad que albergó a tantas familias que crecieron con un horizonte que las incluía. “La escuela es la única posibilidad de los chicos de encontrarse, son muy aplicados y no existen problemas de aprendizaje”, asegura Mónica. La escuela tiene calefacción a gas y luz por red, televisión e internet. “Pero las señales son mínimas, cuando hay grandes vientos se corta la luz”, asegura. Sin embargo, la Cooperativa Eléctrica que le suministra el servicio la llama constantemente para ver si lo tiene. “Todos los vecinos saben que me quedo sola y cuando necesito algo están presentes –cuenta–. Cuesta que se entienda, pero no me siento sola, termino los días cansada. A veces me olvido algo en el auto, que queda afuera, y salgo en la plena oscuridad de la noche. Más que el ruido de los animales no siento otra cosa. Nunca vi nada extraño, estar acá me hace bien; lo que sí, extraño a mi hijo”, reflexiona Mónica.
La travesía hasta su puesto de trabajo arranca a las seis de la mañana todos los lunes; aun de noche sale de General Pico, pasa por Dorila (La Pampa) y luego conduce por una recta desértica de 30 kilómetros, cruza el Meridiano V, y ya en tierra bonaerense, con las primeras luces del día, pasa por Agustoni y sigue bajando al sur por el mismo Meridiano V, que es un camino de tierra hasta Roosevelt (ya en el partido de Rivadavia); allí da clases en la escuela de este pueblo, al mediodía termina su turno y sigue viaje hasta la Colonia El Balde, 17 kilómetros más allá. A las 13 llegan sus alumnos y a las 17 termina su día, pero comienza otro: el de su estadía en la soledad. “Me he tenido que acostumbrar a los ruidos naturales. Hay una paz muy grande. Ordeno la casa y tengo que hacer las tareas administrativas de la escuela”, afirma Mónica. “La televisión es una compañía”, agrega.
Autor Leandro Vesco
Datos sobre el autor
Nació el 7 de mayo de 1974 en Paraná, Entre Ríos.
Fundó y preside la ONG Proyecto Pulpería, que trabaja en la recuperación de los pequeños pueblos. Escribe habitualmente en Radar, el suplemento cultural de Página/12, y de forma esporádica en una decena de medios gráficos.
En 2001 fue becado por The Helene Wurlitzer Foundation para realizar una residencia en Taos (Nuevo México, Estados Unidos).
Objetos de papel y lectores curiosos
En un tiempo dependiente de pantallas y otros dispositivos digitales acaso nos resulte fórmula pasada o modalidad muy ajena una época en la cual los objetos de papel eran los únicos medios visuales –al interior del hogar, en un viaje en tranvía o colectivo– para informarse, conocer el mundo, emocionarse o divertirse. Los lectores consumían con curiosidad estos objetos gráficos –diarios, revistas, almanaques o libros–, hojeando con prisa o deteniéndose en cada vuelta de página de un impreso, interpelando de maneras diversas esos objetos de géneros, formas y registros también diferentes. En interacción con esas prácticas de consumo y esa demanda de lectura y material visual, actuaban escritores, editores, impresores, ilustradores, grabadores, quienes implementaron estrategias colaborativas –intelectuales y materiales– para producir textos e imágenes conjuntamente.
En la Argentina, desde el siglo XIX hasta el advenimiento de la televisión, las imágenes impresas jugaron un papel diferenciado en las prácticas de consumo culturales: frente a la regularidad que las tipografías imprimían a las páginas –más allá de las modulaciones dadas por la diferencia de tipos, cuerpos e interlineados–, ellas postulaban una interrupción en la lectura, toda vez que demandaban una atención particular, como otras formas de acercamiento a la trama generada por lo leído y lo visto. En efecto, las imágenes no certifican una existencia independiente del discurso escrito, no son apéndices ornamentales de los textos, ni garantizan su eficacia por sí mismas, en prescindencia de la palabra escrita. Operan, en cambio, paralelamente al texto, a través de sus propios canales y capacidades comunicativas, desplegando una presencia autónoma y a la vez dependiente de aquél, generando capas de sentidos tanto contrarios como convergentes en relación con el discurso textual.
En la modernidad, el impacto de las tecnologías de reproducción visual es bien conocido. Las mutaciones generadas en la cultura de lo impreso por la irrupción de la imagen han sido estudiadas en diversos aspectos vinculados a la producción o la diseminación así como al registro de los impresos ilustrados en la experiencia de la vida cotidiana de las distintas comunidades de lectores.
Los artículos reunidos en este libro se ocupan de analizar diversos conjuntos de imágenes impresas en un período que recorre desde el siglo XIX hasta los años 80 de la pasada centuria. Esta empresa común de investigación, atenta a reflexionar sobre objetos gráficos heterogéneos, tanto por sus rasgos materiales, visuales, iconográficos, los públicos a los que se dirigían como los diversos contextos temporales de su aparición, ha cristalizado en otras publicaciones a lo largo de más de diez años de existencia como grupo de reflexión en el marco de la Universidad de Buenos Aires. En este sentido, A vuelta de página se presenta como el corolario de una tarea de búsqueda, discusión e intercambio entre investigadores de la imagen impresa, precedido por Impresiones porteñas. Imagen y palabra en la historia cultural de Buenos Aires (2009) y Atrapados por la imagen. Arte y política en la cultura impresa argentina (2013), ambos editados por Laura Malosetti Costa y Marcela Gené y publicados por la editorial Edhasa. (...)
El primer eje de este libro articula tres textos que abordan objetos poco explorados por la investigación académica –almanaques ilustrados y libros de lujo–, atendiendo a la dinámica cultural compleja que vincula los aspectos de producción y circulación así como las características gráficas y visuales de los impresos. (...)
La siguiente sección reúne tres trabajos que dialogan entre sí en torno a las transformaciones producidas en las artes gráficas en las primeras décadas del siglo XX en el contexto de modernización material y cultural, a través de publicaciones periódicas. Es en la publicidad gráfica de las revistas o en las imágenes que complementan el discurso escrito donde estos tres autores encuentran un terreno fértil para el análisis social, cultural y estético. Dos tópicos, las representaciones de la muerte y las visiones femeninas, resultan a su vez, en nuestro medio académico, estrategias de abordaje histórico innovadoras. (...)
La última sección se dedica al análisis de la imagen política, tanto de las ilustraciones partidarias como el de la política vista a través del humor gráfico. (...)
Los tres ejes que articulan el libro –almanaques ilustrados y libros de lujo, los cambios en las artes gráficas a comienzos del siglo XX y la imagen política– constituyen campos significativos para conocer el rol de las imágenes impresas en relación con los consumos culturales. El modo de interpelar al público destinatario resulta para la investigación sobre la gráfica un territorio fértil en el que A vuelta de página compone, sin duda, una enriquecedora propuesta para avanzar en los debates.
Compiladores Marcela Gené y Sandra M. Szir
Datos sobre las compiladoras
Marcela Gené es historiadora del arte. Profesora titular de Historia de la Comunicación Visual I y II, de la carrera de Diseño Gráfico de la FADU/UBA.
Sandra M. Szir es doctora en Teoría e Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires, magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural por el Idaes, Universidad Nacional de San Martín, y Licenciada en Artes, UBA. Es profesora de grado y posgrado en Historiografía del Arte e Historia del Libro en Unsam y UBA.
Abusados en nombre del amor
El papa Francisco sabía lo que pasaba en el Instituto Provolo. Esa es la certeza que tiene el italiano Francesco Zanardi, presidente de la Rete L’Abuso Onlus. ¿En qué se basa? Fundamentalmente, en que el Sumo Pontífice fue informado en tres oportunidades sobre 15 acusados en relación con el Provolo en Argentina. Zanardi explicó que en mayo de 2014 le envió a la Secretaría de Estado del Vaticano un video en el que aparecen 17 víctimas y un listado de sacerdotes acusados, a los cuales añadieron su situación en ese momento: Arrigo Zerbato, ex cura, vive en Dossobuono; Luigi Colognato, ex sacerdote, vive en Verona; Giovanni Granuzzo, director en el Instituto Provolo de La Plata; Nicola Corradi, vive en el Instituto Provolo de La Plata; Giuseppe Pernigotti, párroco en Roma; hermano Rizzi Erminio vive en Gazzo Veronese; hermano laico Sergio Orso; Luigi Spinelli vive en Argentina, en el Instituto Provolo de La Plata; y Eligio Piccoli Rino Corradi, Alcide Tovo, Vasco Dal Dosso y Agostino Micheloni, en el Instituto Provolo de Verona.
El 20 de octubre de ese mismo año, la Asociación de Sordos del Provolo de Verona mandó una carta dirigida al obispo Giuseppe Zenti, a la Congregación por la Doctrina de la Fe y a Francisco: “En aquella carta –contó Zanard–, otra vez más aparece el nombre de Corradi y de otros 14 curas acusados de abusos, cuatro de ellos escondidos en Argentina”. Por último, la misma fue entregada, una vez más, el 28 de octubre de 2015, ahora directamente en las manos del Papa por una de las víctimas del Provolo veronés, Giuseppe Consiglio, momento que fue registrado por una fotografía de la Rete.
Cara a cara, en el Aula Pablo VI, Consiglio le contó, como pudo, lo que había vivido, a lo que el Papa respondió con un pedido de disculpas y su consabido “recen por mí”. En la carta, el joven solo recordó el nombre del cura Agostino Micheloni, pero aseguró que dos sacerdotes más y algunas monjas formaron parte de los abusos que padeció: “Era acompañado a estos encuentros por diferentes monjas. Practicaban conmigo sodomía y me hacían practicar sexo oral”. En ninguno de los casos hubo respuesta alguna. En todos los avisos, eran mencionados Corradi, Granuzzo y Spinelli.
Luego de las denuncias de fines de 2016, el 11 de enero, Zanardi envió a las fiscalías argentinas de Gustavo Stroppiana y Fernando Cartasegna un escrito de siete páginas con más de ochenta fichas adjuntas, para que “tomen todas las medidas necesarias” e “identifiquen todas las hipótesis de delito”. Posteriormente, hizo lo propio pero esta vez el destinatario fue “la autoridad judicial italiana, sede de Verona, con la finalidad de identificar eventuales responsabilidades omisivas de los responsables jurídicos y jerárquicos” del Instituto Provolo.
Puntualmente, detalló que, de acuerdo con el segundo apartado del artículo 40 del Código Penal italiano, “no impedir un evento que se tiene la obligación jurídica de evitar es equivalente a causarlo”. Y eso es precisamente de lo que se acusa a los conductores del Provolo de Verona, a los de la diócesis de esa ciudad y al propio Vaticano. Por último, agregó que esa distinción penal es comparable con la existente en el Código Penal argentino, más precisamente en su artículo 108, referido a casos de delitos de “omisión” y “abandono de persona”. De esa manera, estaban pidiendo también que se contemple la responsabilidad de los obispos que encubrieron a los denunciados.
En este sentido, Zanardi aportó otro dato relevante. Si bien se sabe que Corradi fue enviado al Provolo de La Plata entre fines de los años 70 y comienzos de los 80, a raíz de las cada vez más frecuentes acusaciones de abusos a menores, nunca dejó de pertenecer, jerárquica y jurídicamente, a la sede veronesa, lo que es leído como una protección directa de sus viejos superiores. (…)
En el momento en que el escándalo del Provolo no disminuía sino que atravesaba un notorio crescendo, Bergoglio nombró, el 23 de julio de 2017, al obispo auxiliar de La Plata y especialista en bioética, Alberto Germán Bochatey, como interventor. Formalmente, le calzaron la etiqueta de comisario apostólico de la Santa Sede. Mientras las víctimas esperaban señales claras por parte suya, Bochatey fue internado a los pocos días. Entre 1988 y 1995 había sido párroco de San Agustín en la arquidiócesis de Mendoza. Sus primeras declaraciones públicas no se destacaron por lo jugadas: “Esto que pasó es un desastre”.
Inicialmente, Bochatey trató de revertir la decisión del gobierno de Mendoza. En febrero, el titular de Asuntos Jurídicos de la Dirección General de Escuelas (DGE), Francisco Fernández, y la directora de Educación Privada, Beatriz Della Savia, habían dado a conocer la resolución por medio de la que el Provolo, que en ese momento tenía una plantilla de ochenta alumnos, cerraba sus puertas allí.
De esta manera, bajo el expediente Nº 93/2017 se informó que la institución no daría más clases y dejaría de percibir el subsidio estatal. Asimismo, los funcionarios indicaron que se realizarían todos los aportes necesarios a la Justicia: informes técnicos y pedagógicos fraguados por los acusados en la causa, lo que imposibilitaba, según el gobierno, tener conocimientos de la gravedad de los hechos denunciados.
Autor Julián Maradeo
Datos sobre el autor
Nació en General Madariaga, Buenos Aires, el 22 de octubre de 1981.
Es licenciado en Periodismo y Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata.
Es autor de La derecha católica. De la contrarrevolución a Francisco: pedofilia, ocultamiento, política (Ediciones de la Campana, 2015), El Tano. Quién es Daniel Angelici (Ediciones B, 2016), Radiografía de la corrupción PRO (2018), los dos últimos en coautoría con Ignacio Damiani, y La trama (Ediciones B, 2018).
Cómo me veo yo sexualmente
Este libro es para que lo lean personas. No tiene sentido diferenciar a las personas por género, a excepción de cuando nos referimos a diferencias biológicas en función de los genitales. En ese caso, caigo y recaigo en referirme a hombre/mujer en sentido de persona con pene o persona con vulva/vagina. Entiendo que las personas excedemos ese binarismo biológico. Por otro lado, hay muy poca investigación sobre cómo viven su sexualidad y genitalidad las personas trans (con o sin cirugía de reafirmación). De esto se desprende que una persona cisgénero siente una armonía entre identidad de género y sexo asignado que no presenta una persona trans, y que vivirá diferente su relación con los genitales, por lo que lamentablemente mucho de lo que se dice en el libro no sea inclusivo.
A lo largo del libro se usará “o”, “a” o “x” aleatoriamente. (...)
Preparando este libro encontré que existen unos ejercicios para “desbloquear la energía sexual” que consisten, básicamente, en realizar movimientos pélvicos. Te detallan cómo destrabar la pelvis estando parada (no sé por qué sutilmente estaba dedicado a mujeres...) moviendo solo las caderas. Suavecito en círculos y dibujando ochos en el aire... meneando... masajeando el sacro. Eso en mi barrio se llama perreo.
Sexo ATR se trata de eso. De naturalizar y hablar de sexo con lenguaje cómodo y accesible. Cuasi ATP. Se trata de liberarnos, desbloquearnos, y si es con ritmo y sustancia, mejor. Buenos, sin sustancia porque en la cama no ayuda ni un poco.
Mi idea con este libro es acompañarte en eso, dándote info clara, precisa y concisa. Habilitarte y empoderarte (porque el conocimiento es poder) para vivir tu sexualidad ATR.
Es una guía para que cada uno haga su propio recorrido con lo que ya trae. Las respuestas las tenés vos. El modelo de terapia sistemático en el que me formé me enseñó que el espacio de terapia no es asimétrico, donde uno baja un saber a un otro pasivo que debe aceptarlo y si no lo hace es porque tiene resistencia. Esto también. Acá vas a encontrar lineamientos que enriquecerán y sumarán cartas al mazo de herramientas que cada uno tiene, pero el juego lo jugás vos.
Las respuestas están en ese espacio en común que se arma entre los elementos. En el baile pasa lo mismo. En la cama pasa lo mismo. Es acción y reacción. Y el resultado es una síntesis, una sinergia, que es mucho más que la suma de las partes. Es un sistema en sí mismo. Un baile no son dos personas moviéndose cerca.
Vivamos un sexo a todo ritmo. Suelto y liviano, perdiendo el control y los miedos como cuando te dejás llevar por la música.
Hay una frase que dice: “Baila como si nadie te viera/ canta como si nadie te escuchara/ ama como si nunca te hubieran hecho daño”. Agreguémolsle: “Fantaseá como si nadie te leyera la mente, cogé como si fuera el último día de tu vida”. También aplica “cogé como si nadie te viera ni escuchara, ni se enterara, ni te hiciera daño”.
¡A coger, que se acaba el mundo! y con “coger” me refiero a cualquier activida sexual que te plazca. Menos drama, más empatía y libertad, por favor.
Ese es mi deseo para todxs ustedes. En psicología hablamos de esquema mental para referirnos a la idea de algo que nos hicimos en la cabeza. Por ejemplo, es bien conocido el concepto de esquema corporal, que tiene que ver con la imagen que construiste en tu cabeza de lo que es tu cuerpo físico. Muchas personas pueden tener este esquema distorsionado y verse a sí mismxs, por ejemplo, más gordxs o más flacxs de lo que realmente son. Menos conocido pero igual de importante es el autoesquema sexual, que es la visión cognitiva que tenermos de nuestra propia sexualidad. Se trata de cómo me veo yo sexualmente. Este autoconcepto se construye a partir de las experiencias y creencias de cada uno, y se manifiesta en pensamientos, sentimientos, valores y conductas. Cuanto más positivo sea nuestro esquema sexual, mayor deseo, acercamiento y receptividad tendremos hacia la actividad erótica. Así como también tendremos más recursos para afrontar situaciones de crisis o frustración. Por eso insisto tanto en lo mal que nos hace machacarnos a nosotrxs mismxs día y noche. Si me critico por amor al arte, me voy a sentir mal, me va a bajar la autoestima y eso me va a dar menos herramientas para resolver o salir adelante.
Hay que mirar las cosas tranquilos, con la información adecuada, y quizá te sirva preguntarte: “Si esto le pasara a otra persona, ¿sería tan duro o exigente en mi análisis?”.
Por lo general, con un otro somos mucho más compasivos.
Un autoconcepto negativo puede generar inhibición y evitación de situaciones de levante o de encuentro sexual. Si yo creo que “no soy muy sexual”, que “soy malx en la cama”, que “estoy falladx”, que “no le voy a gustar a nadie”, medio que no encaro las situaciones con confianza y positivismo, y eso genera una profecía autocumplida donde voy a interpretar todo lo que suceda en función de esa creencia que tengo metida en la cabeza. Es como los lentes por donde voy a mirar el mundo y mis interacciones sexuales.
Te diría que mínimamente te detengas a pensar qué lentes estás usando, de dónde los sacaste y para qué te sirven. (...).
Autora Cecilia Ce
Datos sobre la autora
Nació el 22 de abril de 1985 en Buenos Aires. Se recibió de psicóloga en la Universidad de Belgrano en 2010. Desde 2009 es profesora en el Departamento de Artes de la Universidad Torcuato Di Tella.
Trabaja con perspectiva de género y con una mirada integral de la persona y su contexto. A finales de 2016 abrió su cuenta de Instagram @lic.ceciliace, desde donde comunica y derriba mitos relacionados con la experimentación sexual.
Este es su primer libro.