Invitado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), visitó Buenos Aires el doctor Bruno Bosteels. Profesor en el Instituto de Culturas Latinoamericanas e Ibéricas y en la Universidad de Columbia, docente en la Universidad de Harvard y en el Cornell University, es autor de varios libros, entre ellos Alan Badiou o el recomienzo del materialismo dialéctico; The Actuality of Communism; Marx and Freud in Latin America: Politics, Psychoanalysis and Religion in Times of Terror. Crítico literario, traductor y, hasta 2010, editor de la prestigiosa revista académica Diacritics, es considerado un intelectual emergente dentro del pensamiento radical de izquierda y asiduo conferencista en distintas universidades latinoamericanas.
—Hay una carta de Proudhon a Marx en la que le pide no convertirse en los jefes de una nueva intolerancia. ¿Existía en Marx un germen de lo que más tarde se transformaría en stalinismo?
—No formularía la pregunta de esta manera. Buscar las semillas del autoritarismo en Marx es un intento retrospectivo de analizar la historia con preconceptos. Es buscar en Marx la derrota del comunismo, como si éste fuera otra religión, sea cristianismo, mesianismo. Es como suponer que en los textos de Locke están las semillas del autoritarismo de Donald Trump. Creo que hay que analizar las luchas y los sucesos históricos concretos dentro de los contextos de cada época y cómo están conectados entre sí. En cambio, una de las objeciones que se puede formular al marxismo es que presenta una teleología de la historia, una necesidad histórica.
—Albert Camus afirmó que “todo revolucionario acaba por convertirse en un opresor o en hereje”.
—Eso es esquemático. Era el pensamiento de Camus a partir de su distanciamiento de la Unión Soviética. De nuevo, se trata de establecer una infalibilidad histórica. Es un esquema. Existe una tendencia a juzgar, enjuiciar la historia del comunismo que no pudo tener ni cien años. Pensemos en su antagonista durante la Guerra Fría: no existe guerra, ni matanza, ni destrucción o bomba suficientemente grande como para llevar a un liberal a una caracterización parecida. Según ese pensamiento, todo liberal termina apoyando a un dictador que bombardea a otro país.
—Luego de la caída del Muro de Berlín, la socialdemocracia europea aparecía como la alternativa para alcanzar un Estado socialista y humanista. Sin embargo, sólo en Alemania han perdido más de un tercio del apoyo ciudadano.
—Lo que ocurre es que son luchas sociales en un campo de fuerza con confrontaciones muy duras. Hay que entender que esa Guerra Fría fue a escala global y hubo una victoria política, ideológica y militar del neoliberalismo, que hoy necesita de la ideología basada en la xenofobia, el racismo, tanto en Europa como en Estados Unidos. Hoy se puede acusar a un mexicano migrante, o a un fundamentalista musulmán, sin siquiera conocerlos. La pregunta que hay que formularse es cómo es posible que la desigualdad económica haya aumentado en tal grado que la mayoría de la gente no puede llegar a fin de mes y, al mismo tiempo, la derecha vaya ganando terreno.
—La paradoja es que el liberalismo humanista parece haberse convertido en un capitalismo descarnado y la izquierda parece haber perdido la batalla.
—Efectivamente, está siendo derrotada en muchas batallas. Porque las fuerzas mediáticas, económicas, políticas y militares son muy superiores a las que puede ofrecer la izquierda dentro de la política partidaria electoral. La izquierda también depende de los medios para expresar sus demandas y, sin duda, está limitada. Eso no quita la responsabilidad de algunos socialistas que llegaron al poder, como François Mitterrand o François Hollande, en Francia. Ambos han sido cómplices del racismo, de aplicar políticas de privatizaciones claramente neoliberales. Esa es una parte de la batalla que ganan.
—¿Es una pérdida política o un retroceso ideológico?
—Pongamos el ejemplo de Estados Unidos. Si uno lo ve desde la perspectiva ideológica, la gente no estaba de acuerdo con las políticas del neoliberalismo centrista. Sigo convencido de que alguien como Bernie Sanders podría haber ganado. Y en ese caso, ¿estaríamos hoy diciendo que Estados Unidos se convirtió en un país socialista? ¿Podemos afirmar que con el resultado electoral hoy son todos suprematistas blancos? No es sólo una cuestión ideológica. Creo que hay un descontento muy fuerte, pero la batalla se libra en todos los niveles. Cuando uno habla con los jóvenes de menos de 26 años, el ochenta por ciento dice que el socialismo es superior. Eso en Estados Unidos, que es un país ferozmente capitalista. Mis estudiantes leen y trabajan sobre textos de la tradición comunista, socialista, anarquista, izquierdista en general, con mucha más apertura. No dicen que el experimento de la URSS fracasó, o que el comunismo tiene la semilla del autoritarismo. Eso da esperanzas, creo que ideológicamente quizá la izquierda no está derrotada. Claro, en el plano militar y de poder mediático, está perdiendo.
—Un ejemplo interesante son los partidos comunistas de América Latina. La mayoría sufrió un notable retroceso. El único modelo exitoso parece ser el de Uruguay, donde gobierna junto con Tupamaros, ex guerrilleros que tomaron un modelo democrático. ¿Cómo se revierte ese retroceso de propuestas socialistas y democráticas?
—Esa es la gran pregunta. No se revierte mediante fórmulas absolutas, en el sentido de retomar, regresar, a la pureza de una idea, de una forma de hacer política. La historia nos dirá cómo. Lo dice José Revueltas: “La historia puede caminar por debajo de los acontecimientos”. Y de repente surgir en forma sorprendente, no lineal, en los momentos más inesperados. La lucha contra la jerarquía, la desigualdad, la pobreza, son principios básicos que pueden tomar formas políticas e incluso ganar u ocupar lugares de decisión del poder público. Cada país buscará sus propias fórmulas. Algunas más populistas, otras no. Será diversidad de experiencias. El caso de Uruguay muestra un camino que cuestiona la frase de Camus: ¿Cuándo se van a convertir en herejes u opresores? Esa es una frase atractiva para la gente que quiere distanciarse del comunismo, condenándolo homogéneamente, sin matices.
—En su opinión, ¿qué impacto pudo haber tenido la experiencia de la guerrilla latinoamericana y sus fracasos en el retroceso de la izquierda?
—No creo que haya que buscar sólo responsabilidades o culpas dentro de la izquierda. Deberíamos preguntarnos: ¿hasta qué niveles de dominación habían llegado los intereses multinacionales de las burguesías nacionales, a qué grado había llegado su control sobre la sociedad para que la izquierda solamente pudiera encontrar en la vía armada una posibilidad de resistencia? No se puede hablar solamente de la responsabilidad de las izquierdas. La izquierda no está aislada dentro de una campana. Siempre está en conflicto fuerte contra la derecha.
Uno puede preguntarse si la vía armada fue cómplice de los golpes de Estado en América del Sur. Pero esos golpes fueron imposiciones de un poder superior que requería a los militares para dominar económica, política y militarmente. Ahora no se necesita un golpe militar. Desde la derecha también aprendieron y experimentan con distintas recetas.
—¿Podemos ser optimistas en cuanto a recuperar una alternativa que retome consignas de equidad, igualdad, fin de la pobreza?
—Que los jóvenes de menos de 26 años hayan votado en las primarias con tanta preferencia por Sanders es indicador de algo. Hay una voluntad de exigir principios sociales básicos, como salud, equidad, educación, políticas públicas, lucha contra la pobreza. Eso da esperanzas. Lo que produce exasperación es el pensamiento de esa nueva oligarquía internacional, que es capaz de elegir presidente a cualquiera. Que tiene una mentalidad política de exterminio del planeta. Hay un fervor nihilista entre las clases dominantes que ya no habría que llamarlas clases, sino grupos. Existen cien o ciento cincuenta personas, que cabrían en un solo hotel, que son dueños del ochenta por ciento del planeta. Y al mismo tiempo tienen un desprecio absoluto por la conservación del planeta. Es un problema para las nuevas generaciones, porque quizá no van a tener un planeta. Y a los grupos dirigentes mundiales no parece importarles.