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Análisis

¿Qué futuro para el peronismo?

Una primera mirada sobre las causas, y las consecuencias, de una nueva derrota peronista. Una de las claves: la necesidad de reformular el Estado, no de aniquilarlo.

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Vaca muerta. ¿Haremos lo mismo que con las buenas cosechas? ¿Prosperidad cortita y artificial? | cedoc

Perdió el peronismo, otra vez. Ganó el liberalismo extremo de Milei. ¿Hay sorprendidos? Un resultado electoral tan disruptivo tiene muchas razones. No pretendo entonces ser exhaustivo, sino analizar sólo algunas de ellas, las que creo de mayor importancia, ir a las causas de las causas, y vislumbrar posibles consecuencias de lo que acaba de acontecer. 

Decir que la mayor parte del voto contra el gobierno provino del malestar socioeconómico es obvio, pero a la vez, aporta poco. La inflación, la incertidumbre que genera sobre la vida cotidiana, la bronca porque se vive cada vez peor, el estancamiento de los salarios y el empleo, son frutos de raíces profundas: más importante es entender cuándo se originaron y cuáles son sus consecuencias.

Hace más de una década y media que la economía no crece, no crea empleo, genera cada vez más inflación y más pobreza. ¿Por qué pasó eso? Porque aprovechando la capacidad ociosa pos-2001, la moratoria temporaria en el pago de la deuda, y el boom de precios de la soja que empezó en 2004/’05, se montó un Estado que gasta (cada año) 75 mil millones de dólares, más que en el 2003 (el Estado pasó de 25 a 40 puntos del PBI). Más obra pública, seis millones más de jubilados sin aportes, dos millones más de empleados públicos, 15 mil millones de dólares cada año en subsidio a la energía. Una monumental redistribución de ingresos, sin programa de desarrollo que la sustente: conclusión, la inversión privada se estancó, y ese mayor gasto público se volvió infinanciable. La inflación, el aumento de impuestos, el aumento de la informalidad, el estancamiento y caída de los salarios, la multiplicación de la pobreza, son sus síntomas. El Estado no puede crecer si al mismo tiempo, no crece la productividad privada, que es quien financia el gasto. Acá y en la China, eso explota. Y explotó.

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Basta de bonanzas efímeras. Nadie se desarrolla así. Esto no tiene nada de novedoso. Es lo más repetido de nuestra historia. Cada vez que tenemos un ciclo de buenos precios agrícolas (como la soja de Kirchner y Cristina Kirchner del 2005) o de endeudamiento barato (Martínez de Hoz, Cavallo, Macri entre 2015-2017), generamos un shock distributivo de más gastos fijos, dólar barato y alto consumo, que cuando las vacas gordas pasan no se puede financiar. Luego, las reservas se terminan y la devaluación detona la pobreza. Prosperidad cortita y artificial. Populismo de clases bajas y medias, o populismo de clases medias y altas. Siempre lo mismo. ¿Cuántas veces más lo vamos a repetir? ¿Haremos lo mismo con Vaca Muerta, la minería y el litio? Los liberales deben su autocrítica. A mí, me interesa la del peronismo. (Ojo: la historia argentina sólo se puede abordar desde la autocrítica. Nadie tiene derecho al dedo levantado). 

El peronismo no puede seguir deslumbrándose con shocks redistributivos basados en dos buenas cosechas. Eso no dura. Nunca duró. Y cuando la marea baja el país queda agotado. ¿Qué mérito tiene eso? ¿Eso es gobernar, gastarse toda en las buenas? El Perón de los planes quinquenales los miraría con desprecio. Son todos liberales, no creen en los planes, no tienen estrategia de desarrollo. La pregunta es: ¿El peronismo puede transformarse en un partido, que tenga como banderas la inversión, la productividad para insertarse en el mundo con autonomía, la incorporación de tecnología y de conocimientos, la mejora educativa y la preparación para el trabajo como base de una sociedad más inclusiva, y que practique mucha, mucha, moderación en el gasto público? Es otra manera de entender el país; es otra manera de pensar el mundo. Para ponerlo claro: ahora el modelo debe ser el Perón productivista de 1952 y 1973, cuando no había plata, no el de la bonanza de 1946. Me pregunto: ¿la dirigencia del peronismo tiene claro que ya no hay espacio para otra cosa? Me gustaría ver dirigentes pensando en una reforma constitucional, que limite el crecimiento del gasto corriente: en épocas de vacas gordas, la mitad se guarda, con el resto se prioriza la inversión. ¿Existen?

Basta de conductores. Eso es del siglo pasado. En el 2005 el ministro Lavagna le planteó a Kirchner la necesidad de empezar a reducir los subsidios a la energía y el transporte, (entonces pequeños), a riesgo de acelerar la inflación. Esto, más la denuncia de corrupción en la obra pública que ejecutaba De Vido, le costó el puesto. Hoy los subsidios, muy concentrados en Capital y el Conurbano, donde se ganan y pierden las elecciones, suman 15 mil millones de dólares cada año. Sólo se paga el 30% de lo que cuesta generar la energía, y del transporte aún menos. Atrasando las tarifas se creó poder adquisitivo artificial, que hoy se paga con inflación. Todo se hizo con un objetivo específico: reelección indefinida, construir un proyecto político que se quedara con todo y para siempre, aunque en el camino se quebrantara la economía. Basta. Peronista que llega se quiere quedar para toda la vida, armar su propio movimiento histórico, aunque sea creando prosperidad artificial, aun demoliendo la economía. Y en lugar de promover buenos sucesores, busca que florezcan mediocres obedientes. Lo raro es que algunos siguen comprando ese modelo. Pero la sociedad ya no. El país necesita líderes que cumplan su período con dignidad, se vayan a su casa, dejen sucesión de calidad. Basta de “conductores” enfermos de ego. Necesitamos líderes democráticos, por períodos acotados. Y después a cuidar los nietos. Conducción era Perón y ya murió. Otra reforma constitucional: presidente (o gobernador) solo dos veces, y después ya no se puede ocupar ningún otro cargo público. 

Como se ve, hay formas de entender la economía y la política que han quedado en el pasado. Tan en el pasado, que obligan a un replanteo completo, si queremos que el peronismo aporte a la construcción de una Argentina más igualitaria, más dinámica. Una alternativa a la Argentina liberal de Milei. Desafío enorme. ¿Hay dirigentes para intentarlo? Tienen que aparecer. Y encarar una tarea inmensa.

Basta de batalla cultural contra el sector productivo. Algo final en este punteado: la derrota fue enorme en el centro del país, donde se localiza el núcleo agroindustrial. Ochenta a veinte, setenta a treinta. ¿Qué cosa es el peronismo si no lo votan los núcleos del capital y del trabajo? Pero no es novedoso: hace muchas elecciones esas provincias manifiestan un antikirchnerismo intenso, visceral, que remite al conflicto por las retenciones del 2008. El relato del gobierno planteó entonces, una batalla contra corporaciones exportadoras, sin entender que se había abierto una brecha profunda contra una cultura rural que es predominante en el centro del país. Digo cultura en el sentido de una forma de vida, de un conjunto de valores que dan forma a una visión de la sociedad y del mundo. Como lo sabe cualquier dirigente del interior, esa cultura rural sobrepasa largamente los límites de las tranqueras para dar forma a toda una identidad, que define también la de las áreas urbanas, que la rodean y cruza transversalmente a todos los estratos sociales. Identidad de trabajo, esfuerzo, progreso, riesgo, innovación, competitividad y mérito: esa forma de vida se apoya en valores que el kirchnerismo, extraviado en eso que llamaba “batalla cultural”, se ha obstinado en subestimar. Los resultados electorales abrumadoramente negativos desde 2008 han sido la respuesta de lo que gran parte del interior sintió como desprecio y agresión. 

No hay mayorías duraderas enfrentando a la cultura agrícola de gran parte de la Argentina. Pero el punto es más profundo: ahora se pone en cuestión una identidad partidaria definida cómodamente contra la antigua “oligarquía agropecuaria”. Y encuentran límites precisos los proyectos distributivos basados en atrasarle el dólar al sector rural, para transferir excedentes a los sectores urbanos. Una y otra vez eso termina en estancamiento de las exportaciones, crisis de balanza de pagos, agotamiento de reservas y maxi-devaluaciones. Pero salvo en Córdoba o Santa Fe, esta manera de pensar la Argentina está profundamente arraigada en la forma en que mucha dirigencia peronista entiende el país. Otra vez: la identidad histórica del peronismo se ha construido mucho más sobre el Perón distributivo de 1945-1948, que sobre el Perón productivista y proagrícola de 1952 a 1955. Hay que redescubrir a este Perón, y advertir que la armonía entre el capital, el trabajo y un Estado desarrollista al que aspiraba el viejo y sabio general de los 70, no podrá edificarse sin anclajes en el núcleo dinámico y globalizado del mundo agropecuario. Cambiar la mirada política del pasado, cambiar la comprensión económica del presente. ¿Dónde están los dirigentes que lo harán?

En una década y media el peronismo perdió las elecciones de 2009, 2013, 2015, 2017, 2021 y 2023, por márgenes cada vez mayores. Doloroso, pero secundario. Importa mucho más que el país está ahora en la crisis más profunda de su historia. Los que crean que la Argentina debe ser más que un mercado en el que todo se compre y se vende, en el que cada uno vale según cuánto tenga en el bolsillo, en el que en la adversidad o la prosperidad cada uno se debe arreglar como pueda, los que no piensen que la solidaridad y la justicia social son una aberración, los que saben, por fin, que ningún país se desarrolló sin un Estado eficiente, potente y transparente impulsando el proceso, tienen la obligación de dejar atrás las dos últimas décadas de extravío y empezar de nuevo. La Argentina lo va a necesitar.

*Senador Nacional (MC) por la Provincia de Chaco. 

Exministro de Economía y Producción de la Provincia de Chaco.