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OPINION

Un nuevo desafío para las Fuerzas Armadas de un Estado laico

Desde su experiencia personal de agnóstico egresado de la Fuerza Aérea, el autor defiende la apertura religiosa del área de la defensa, tal como corresponde a un Estado como el argentino.

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Ceremonia. Aunque exista el vicariato castrense, consolidar una apertura religiosa sería un gran paso para las Fuerzas Armadas de un Estado laico. | colegio militar de la nación

Un artículo de opinión siempre se escribe desde el prisma de las ideas y las experiencias vividas del autor. Soy liberal y en estos días se cumplen 24 años desde que dejé la Fuerza Aérea Argentina para unirme al equipo técnico del entonces ministro de Defensa Ricardo López Murphy. 

De la mano de Marcelo Acuña nos abocamos a un estudio profundo y único. Esto dio por resultado el primer estudio de costos de la defensa argentina y del impacto de este gasto en los municipios y en la economía del país. Generamos una visión de cambio inspirada en los Ministerios de Defensa líderes del mundo occidental bajo el título “Revisión de la Defensa 2000” del cual fui escriba junto a Fabián Calle y otros. 

Este programa de reformas fue implementado parcialmente por cinco administraciones presidenciales y todas las gestiones ministeriales desde Nilda Garré al presente. Tal vez, la resistencia al cambio, el modo imperfecto y parcial de aplicación y los intereses políticos prevalecientes hicieron que no tuviera el mismo éxito que lograron programas similares en el Reino Unido de Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda. 

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Esta experiencia personal se apalancó en una carrera apasionante anterior en la Fuerza Aérea donde pude crecer profesionalmente, gracias a la suerte de haber tenido excelentes jefes. Esto arrancó con una prueba de fuego muy dura: la Escuela de Aviación Militar. Más difícil aún para un liberal agnóstico en un ambiente ultraconservador que ponía un filtro que pude pasar gracias a mis compañeros de promoción cuando estuvo en sus manos mi continuidad en aquel segundo año de cadetes, cuando revelé mi condición de no católico. Tal vez porque el presidente Raúl Alfonsín nos entregó el sable. Acaso porque corrían en ese entonces vientos de apertura pude superar lo insuperable. 

Enfrenté a oficiales, capellanes y cadetes superiores empecinados en convertirme, en evangelizarme, obligándome a participar en misas, en retiros espirituales, con lecturas forzadas nocturnas del Nuevo Testamento y con clases obligatorias de religión y también de moral. No pudieron. Egresé, sin ningún rencor, con el orgullo de haber superado lo que otros no pudieron y con el ánimo de ayudar a que puedan cumplir su vocación militar quienes provienen de una minoría. Este es mi prisma.

Cuando días atrás, en uno de los programas televisivos de más audiencia, un participante reveló que era pareja de un miembro de la Fuerza Aérea y éste se dio a conocer de manera pública, me dije: “Por fin, se entendió”. La defensa es un servicio que se da a los 47 millones de argentinos. Este número no representa un conjunto monocorde de ideas, sentimientos, creencias y de opciones de vida. En Defensa tampoco hay una elite espartana monolítica. Es ateniense, tebana, macedónica, helénica. Es un grupo de ciudadanos con vocación militar que vienen de una diversidad para defender a todo el conjunto. 

Siempre y cuando impere la idoneidad, el mérito y la disciplina los hombres y mujeres de armas son servidores públicos y sus ideas, sentimientos, creencias y opciones de vida individual deben respetarse conforme al espíritu liberal que ilumina nuestra Constitución Nacional desde 1853. 

Celebro esta apertura en la Fuerza Aérea y sé también que en las otras fuerzas esto hoy es un hecho, no un deseo. Nadie puede ser discriminado en su carrera militar por sus opciones individuales de vida. Todos deben ser valorados por su valor estrictamente profesional, sea soldado, suboficial u oficial. Aceptar la diversidad y las minorías abre también la cabeza a nuevas ideas y enfoques en todo el quehacer de la defensa. Esto ayudará al cambio que puede llevarnos al éxito. Rompe resistencias torpes. No hay que tenerle miedo. No significa ninguna resignación para las mayorías. Solo convivencia por un fin común. Así lo comprende y lo impulsa el papa Francisco para toda la grey católica apostólica romana. Sin embargo, cuando veo noticias desde Israel y aparecen argentinos vistiendo uniforme de la Fuerza de Defensa de ese país, me digo: “Cuantos excelentes profesionales nos estamos perdiendo”. Si bien en estos 40 años de democracia, la apertura a no católicos en las fuerzas armadas es más aceptada ya que hay personal que practica el culto evangélico, no conozco que otra igual se haya hecho a aquellos argentinos de religión judía. 

Hoy, el comandante en jefe tiene un acercamiento con el judaísmo. Una oportunidad para que alguien de nuestra comunidad judía decida ingresar a nuestras escuelas de formación y que el presidente Javier Milei le entregue el sable de oficial tal como el presidente Alfonsín lo hizo conmigo. Es un desafío que requiere –como el tango– de dos; de unos que quieran vocacionalmente sumarse a nuestra defensa y de otros que quieran acompañarlos para que lleguen con éxito a la meta sin pasar lo que me tocó a mí atravesar. 

Aunque exista el vicariato castrense, consolidar una apertura religiosa sería un gran paso para las fuerzas armadas de un Estado laico. Uno enorme para nuestra sociedad. No creo que ninguna autoridad religiosa del país se oponga y el Presidente de la Nación debería impulsarlo. Ojalá así se entienda y se promueva.

*Ingeniero, magíster en Defensa Nacional.