Lorena Vega integra la escena teatral independiente, oficial y comercial a través de proyectos siempre intensos, originales, entre el sufrimiento y el humor. Actualmente, sigue en cartel Imprenteros, el biodrama en el que repasa su propia historia familiar, integrada por una estirpe de hombres de pequeñas empresas dedicadas al papel y la impresión. Un retrato de época, de tres o cuatro décadas atrás, surge a través de la infancia y adolescencia de Vega. Su madre y sus hermanos son partícipes de este proyecto en el que ella actúa y también hace la dramaturgia y dirección. Diversas estrategias transforman el archivo personal (fotos, videos, tarjetas, y la memoria) trocan ese material real en un espectáculo, que va los viernes a las 22.30 en el Metropolitan Sura.
Al mismo tiempo, Vega planea convertir Imprenteros en un libro y en una película, y acaba de culminar un nuevo ciclo de su famosa obra Yo, Encarnación Ezcurra (de Cristina Escofet, con dirección de Andrés Bazzalo), a la que seguramente regresará. También continúa el desarrollo de Precoz, de Ariana Harwicz, después de haberlo adelantado con un podcast; repone, junto a Valeria Lois, La vida extraordinaria, de Mariano Tenconi Blanco en Timbre 4 en marzo, y ensaya Teoría King Kong, para estrenar en mayo en el Teatro Cervantes.
—¿Cómo está funcionando “Imprenteros”?
—Muy bien. Cada vez viene un poquito más de gente, con la capacidad que tiene permitida el teatro que es el 50%, en este momento. Nos hace bien poder trabajar; reencontrarnos con la actividad cambió nuestro espíritu, nuestro humor. Hace girar la rueda del sector teatral que fue profundamente golpeado. Ya atravesaba una crisis, que se acentuó con la pandemia.
—¿Cómo se resignifica el teatro en este contexto?
—El arte en general, y las artes escénicas en particular, son un camino de autoconocimiento, un buceo que nos permite indagar en nuestra humanidad y entender un poco más de nuestra existencia. Esa es la función de lo que hacemos. El arte tiene el efecto de rescatarnos del fondo del lodo. Para poder sentirme mejor, lo que tuve que hacer es trabajar. En una etapa, fue adentro de mi casa, para no quedarme detenida por no poder ir a los teatros. Lo que me salvó fue la tarea misma, el teatro mismo. Antes de la pandemia estábamos por estrenar Precoz, con Tommy Wicz y Julieta Díaz. Como no se pudo estrenar, trabajamos un fragmento como podcast, con una canción original. Eso mantuvo la llama.
—Es mutar o morir…
—Sí, tal cual. Hacer streaming con las obras teatrales en registros audiovisuales, fue muy interesante para gente que vive en otras provincias u otros países. Fueron un equilibrio entre producir, mutar, ser el sostén de equipos de trabajo. La nuestra es una tarea colectiva. Y en septiembre ya pude ir al Cervantes para dirigir Civilización, de Mariano Saba, y a filmar El barco, de Mariano Tenconi en el ciclo Modos Híbridos en el Complejo Teatral de Buenos Aires. A medida que iba saliendo, me daba cuenta de que con los protocolos era posible.
—¿Qué derrotero seguirá una puesta como la de “Yo, Encarnación Ezcurra”?
—Fue una de las primeras obras que salió con la apertura. Encarnación... dio batalla en ese sentido. Comprendí la dimensión de lo que significaba estar haciéndolo en medio de la pandemia. Vamos a ver cómo se reencuadra el camino de Encarnación. Para mí, no es algo que haya terminado. Cada vez que reaparece esta obra interpela, no solo nuestra historia, sino nuestra realidad: es una obra que habla del hoy aunque su contexto sea de 1830.
Tragedia y comedia
Todo tendría sentido si no existiera la muerte (estrenada en 2017 en el Centro Cultural Rojas) y La vida extraordinaria, ambas obras de Mariano Tenconi Blanco donde ha actuado Lorena Vega, junto con Imprenteros comparten un difícil equilibrio entre el dolor y la risa. Muertes y diversas formas de la violencia aparecen en los tres casos, a la vez que celebran una actitud vital. La intérprete reflexiona sobre esto: “Hay un tejido interno en la puesta, en la combinación de los materiales. La percepción no tiene ruido ni sobresaltos; hay algo que corre, como los discos de vinilo que no están rayados. En cada material, yo trabajo el tono, qué nota tiene que sonar; es como afinar el instrumento. En lo personal, tengo un vínculo muy grande con el humor; es la forma en que miro las cosas”. Y agrega: “Hago una lectura de los acontecimientos, un recorte con el cual, aun en la tragedia, en el dolor, en las profundas crisis de estos relatos, uno los puede habitar, porque todo eso es parte, no es algo a rechazar. Lo es en la vida, lo entiendo así. Los acontecimientos son parte de la vida y por algo están, y algo de eso se traduce en la escena. Las crisis nos traen información de lo que somos y nos está pasando. Las recibo como una parte que no es extranjera, no queda afuera, sino incorporada. En Todo tendría sentido… hay un humor desopilante. Me siento muy afín con la comedia dramática, con el enredo, con la comedia de puertas. Es un humor que mamamos mucho en nuestro país, con programas de humor en la tele que tengo como inspiración”.