Pocos son como Juanse. Es más, ninguno. Y eso dice mucho de su recorrido como roquero, su revigorización como creyente y su juego con la idea de ser una celebridad (que puede participar de MasterChef Celebrity o reírse de las burlas que recibe, sean de Campi o de su atuendo cuando va a comer con Mirtha). A veces, el cruce de esos planetas que lo definen a los ojos públicos, genera una sonrisa, pero eso nunca deja a Juanse en ningún otro lugar que su real trono: aquel que ocupa alguien que ha definido gran parte de la cultura popular argentina. Y eso es así, básicamente, por entender y haberle dado más de una vuelta al juego de la fama, de crear clásicos y de la vida en los medios. Sea desde los Ratones Paranoicos o desde su trabajo solista, como el reciente disco 222 Biodrama, Juanse es único y gigante. Y no le importa.
Hoy su nuevo disco lo tiene otra vez junto a su viejo productor, Andrew Loog Oldham, el hombre que le dijo a Mick Jagger que lo haría tan famoso que cuando entrara a un país sería noticia. Juanse reflexiona sobre ese vínculo que viene dándose desde los años 90: “Es una relación que tengo ya hace... imaginate… desde 1991. Es una relación de muchos años. Muy fuerte. No solamente como productor, que es algo que ha sido muchas veces: con él ya es directamente un vínculo del alma. Generalmente cuando hacés una producción, sobre todo cuando es una producción que no es de acá, se produce y te quedás en contacto. El vínculo con el tiempo, obviamente, se disgrega por la distancia, porque la vida se va haciendo más, cómo explicarte, más ocupada gracias al mundo. Con Andrew no pasó. Nunca dejamos de trabajar juntos. No terminamos de laburar, y apenas él había vuelto, ya seguíamos hablando”. Y suma un recuerdo que se ha visto refrescado en documentales recientes que hablan de los Ratones Paranoicos, Rocanrol Cowboys, y Juansebastián, que desarticula la famosa caricatura generada en torno a la devoción por la religión de Juanse: “Después de Fieras lunáticas, tocamos con Keith Richards cuando vino a Argentina. Y vos fijate que a los tres años vinieron los Stones, y nosotros veníamos de grabar con él, y Andrew vino al país de nuevo. Estuvimos todos juntos. Con los Rolling, con él. Nos une algo que es muy particular”.
—¿Qué es aquello que más te ilumina de la música?
—Desde mi bautismo, soy músico. Es eso. Soy músico. Pensá que mi viejo me puso Juan Sebastián, y ya con eso me estaba sugiriendo mi propio oficio. Estoy marcado por la música desde antes de nacer. Sobre todo ahora que se comprobó que los chicos escuchan música desde el vientre, escuchan lo que está sonando afuera. Ahí comprendo que estoy ligado a la música desde hace todavía más tiempo del que creía. Pensá que yo tenía 12 años e intentaba sacar los solos de Mick Taylor. Y terminé tocando con Mick Taylor, no solo en un escenario sino en una habitación con dos acústicas. A nosotros nos pasó todo lo que le hubiera gustado que le pasara a cualquiera. Entonces eso tiene dos caminos: o te transforma en un consumidor, digamos, compulsivo de drogas y de todo tipo de sustancias, o te baja con todo a la tierra viendo con calma cómo los acontecimientos se desarrollan. Nosotros no elaboramos ninguna ficción alrededor de lo que nos pasó. Nada estaba preparado.
—Hablás de que la música te marcó, ¿sentís que dejaste tu marca en la música?
—No sé. Sé que en mí sí, que a mí ser músico me marcó. En mí sí, porque cada momento que pasa, casi todos mis momentos, los genera la música en mi vida. Eso sí. Lo demás realmente no me interesa. Mi intención no es romper ningún récord ni nada parecido. No lo tengo como un objetivo, nunca lo tuve. Lo que pasa es que siempre se genera algo por el afecto de la gente, el afecto que vuelve. Los que realmente conocen lo que vos hacés te generan afecto. Es como cuando vos volvías con un dibujo que hacías en el colegio y te lo corregían y te ponían “muy bien”, te lo colgaban en la heladera de la cocina. Lo mostrabas con un infantil orgullo.
—¿Sentís que ese orgullo por tu trabajo tiene ese impulso infantil?
—Yo me siento feliz de poder haber creado y seguir creando durante años esto que recibe la gente. Gente que queda con una marca, como dijimos antes, en su espíritu por lo que vos pudiste hacer en lo musical. Musicalizar una vida no es fácil. Sobre todo cuando vos tenés la responsabilidad de haber iniciado eso. La recompensa entonces es el afecto de la gente.
—Entre “Juansebastián”, de Diego Levy, y “Rocanrol Cowboys”, un documental sobre los Ratones, tu figura y la de la banda volvieron de otra forma. ¿Cómo vivís esa coincidencia con registros de su pasado?
—Nunca tuvimos nada que ocultar. A nosotros nos genera la misma duda en un punto. Yo, la verdad, hago cosas. Creo que se trata mucho de entender que algo que parecía muy simple hemos demostrado que no es tan simple. ¿Qué hicimos? Hicimos rock n’ roll bien. Real. No hecho con poca base. No apelamos a fórmulas para entrar a la masividad, como hicieron la gran mayoría de los grupos de música popular en Argentina, Eso es lo que llama la atención. Nos fuimos hacia un lugar donde sabíamos que nos íbamos a encontrar con ese resultado. No alcanza con reproducir el yeite o copiar lo que te gusta: lo tenés que transformar en algo que sea consistente. La consecuencia, por suerte, va a ser con el tiempo más fuerte. Nunca se nos cruzó por la cabeza ser megafiguras de la música o ser megaestrellas. Lo que nosotros hacemos, y seguramente vamos a seguir haciendo hasta el último día de nuestras vidas, es rock n’ roll. Tocar rock n’ roll de verdad.
—¿Te pasa de ver esos momentos, ese pasado, y sentirlos un poco irreales?
— No, no, yo estoy muy lejos de esa situación, de esa adolescencia, digamos. De esa ilusión que es alucinante y que es hermosa. De lo que nos propusimos, nos pasó todo. Ahora llega el momento de disfrutar eso en la medida en que nos quede, o no, mucho tiempo acá en la tierra. Y seguir haciendo lo que nos gusta. Grabar. Tocar. Armar una banda distinta. No tengo un armado del plan. En base a esa idea, todo se disfruta.
La canción no es la misma
—¿Cómo apareció “222 Biodrama” como proyecto musical y disco?
—Yo grabe Stéreoma y no sé por qué razón a los seis meses estaba de vuelta en el estudio haciendo preproducción. Me puse a grabar de nuevo, a ensayar, a mezclar. Arranqué 2019 con una gira, por Europa, por Israel. Seguí trabajando en el disco, y Max Scenna, que fue el editor de Stéreoma, tuvo que viajar. Y ahí aparece el vínculo con Andrew. Hablando en broma en el living con él, apareció la idea. Hace dos años que él no quería producir más nada. Le dije: “¿Por qué no nos despedimos del estudio haciendo un disco más?”. Me dio el OK y empezamos casi de cero. Usamos algunos temas que habían quedado de la preproducción anterior, pero con nuevas canciones, con pibes jóvenes que yo descubrí, y me gustaban los estilos. Ahí fue donde le dimos un curso importante a este resultado final.
—¿Apareció algo en el disco que esperabas que estuviera ahí?
—El disco es un superdisco. La cuestión técnica, al estar Andrew en producción, es impecable. Andrew es rígido y estricto para eso. Será mi familiar, pero ahí es otra cosa, al menos a la hora de eso. La cuestión técnica no puede superar el contenido, si no es un manual de cómo hacer un disco. Pero el disco nos dio lo que necesitábamos.
—¿Cómo vivís todo esto que está pasando a la hora de la pandemia a nivel global?
—El mundo está pensando en algo más importante que tener propiedades, que comprar sin freno, que idolatrar a gente. Hay cosas muchísimo más importantes: el aire, la vida, leer un libro, escuchar música, estar con los que te aman. Cosas que se estaban perdiendo y volvieron.