ESPECTACULOS
Julio Chávez

“Me interesan las preguntas de la humanidad”

Actor, artista plástico, dramaturgo, puestista y maestro de actuación, ahora debuta detrás de una cámara de cine en Cuando la miro. Reflexiona sobre el regreso de su unipersonal, Yo soy mi propia mujer, a la avenida Corrientes.

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Vetas. El reconocido artista en la intimidad de su creación. | gza. prensa tommy pashkus

Se lo conoce como Julio Chávez, pero de viernes a domingos se transforma en Charlotte Von Mahlsdorf, en el espectáculo teatral Yo soy mi propia mujer en el teatro Metropolitan Sura. Y estrena su primera película como coguionista y director, en la que comparte el protagonismo junto a Marilú Marini y tiene como título Cuando la miro. Confesará: “Aprendí a pensar no en lo que a mí me gusta, sino en la película. La dibujé plano por plano. Hice mis deberes. Es como entregar un hijo a un quirófano. Dirigir es aprender a gobernar, y no es tener la razón, sino escuchar razones”. En el film se lo conocerá como el artista plástico Javier, con la particularidad que los cuadros que se observarán fueron creados por un verdadero Julio Hirsch Chávez. 

Fue en el teatro aquel inolvidable “vestidor” de Harwood, y más cercano el padre de Después de nosotros. Pero también para el cine se transformó en Un oso rojo y en El custodio, sin dejar de lado sus trabajos para televisión como al asesino serial de Signos, El maestro o al Tigre Verón. Estos personajes y muchísimos más creó a través de su cuerpo, voz y alma. 

—Escribiste el guión del film junto a Camila Mansilla pero ¿cuándo apareció la decisión de asumir la dirección de un proyecto así? ¿Qué fue lo que te impulso? 

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—Lo imaginamos juntos y se transformó en algo muy personal por las particularidades que tiene. Cuando empecé a darlo a productores, como Lita Stantic, Juan Pablo Miller o Paula Hernández, me decían: “¿esto lo vas a dirigir vos?”. A lo que les contestaba que no y todos insistieron. Tal vez por la pandemia, hice averiguaciones con gente de cine y sentí que tenía las herramientas para construir mi ópera prima. Mucha de la técnica se adquiere. Lo que sí tenía es un desarrollo de la mirada, desde hace cincuenta años. Hice miles de escenas, fui dirigido y dirijo, intento trabajar seriamente, independientemente del resultado. Desarrollé una mirada y un lenguaje. Cuando me senté con mi directora de arte (Mariela Ripodas) tenía muy claro lo que quería. Tengo un vínculo con la mirada y con el mirar. Después me encuentro con el director de fotografía (Diego Poleri), con el músico (Diego Vainer), con el sonidista (Gaspar Scheuer) y con la editora (Delfina Castagnino) más con un guión imaginado con Camila (Mansilla) y que nos pasamos meses haciéndolo. Por eso me atreví.

—¿Qué le dirías a un espectador que conoce tu obra, que te sigue, sobre qué te propusiste a la hora de contar en la pantalla grande con la película Cuando la miro?  

—Ante todo va a ver el particular vínculo de una madre con su hijo, en unos encuentros donde charlan sobre su relación. La excusa es que la quiere filmar. La película muestra a un ser humano que quiere dejar impreso el objeto que lo ha fascinado toda su vida, que es su madre. Javier es un artista, pero traspasa esa relación. Son dos seres humanos que se miran, se comunican, se quieren y se respetan más allá que no sean el mejor hijo o la mejor madre. No hay convenciones. A veces cuesta encontrar al humano, porque está gobernado por el rol, mamá, papá, tía…Por eso el título, no siempre miramos, pero cuando lo hacemos puede ser que el mundo nos revele cosas, dejando de lado los juicios. El protagonista no está enojado. Lo importante es la contemplación del paisaje del otro.

—Considerando que nunca habían trabajado juntos ¿cuál fue la razón por la que elegiste a Marilú Marini para el papel de tu madre, un rol crucial, en tu primer paso en el cine?

—Nunca antes había trabajado con ella. Marilú tiene un charme, un misterio que a mí me parece atractivo. Es una actriz argentina y no lo es, uno siente que pertenece y no pertenece. Tiene una elegancia y una particularidad que puede producir hasta distancia, desde su producción, con Alfredo Arias o Peter Brook. Quería esa fascinación que ella produce rápidamente en el espectador. Al mismo tiempo tiene algo muy sencillo y de barrio si lo quiere. Colaborando para envejecerla y cuidándome yo podíamos dar esa diferencia de edad que requiere la historia. Necesitaba una actriz inteligente. Sentí que le había gustado el guión y la historia no trata sobre la madre, sino sobre un vínculo y había que crearlo. Fue muy generosa y trabajadora y sentí que confió en mí. Si elegí a Marilú es porque es un instrumento para construir de la naturaleza humana un hecho poético.

—El unipersonal Yo soy mi propia mujer lo estrenaste en el 2007, después volviste en el 2016: ¿por qué volver ahora y qué cambios se generaron en esta nueva encarnación de una de tus piezas más celebradas?

—Muy sencillo. Estamos escribiendo una obra de teatro con Camila Mansilla que se llamará Lo sagrado y no pudimos aún terminarla. Y quería hacer teatro. No me resultaba tan fácil reponer Después de nosotros, porque fue dañada pandémicamente, ya que fuimos uno de los primeros en volver y después debimos parar. Siempre con Agustín (Alezzo, el director de las anteriores versiones) decíamos que Yo soy mi propia mujer puede ser interpretado a los cuarenta, a los sesenta o a los ochenta años, mientras tengas la capacidad y la memoria para hacerlo. Sentí que hoy hay otros oídos, otra contemporaneidad para escucharlo. Tiene algunos cambios, en la escenografía y en la luz. Cuando la estrenamos, en esa época, el espectador tenía capacidad de mirar en la penumbra. Agradezco cómo se produce el silencio que hace el público para construir el relato, trabajando y estando atentos. 

—¿Tuvo que ver con el retorno del nazismo en varios países? ¿O con cómo quizás el presente hoy se víncula de una forma más sensible, idealmente, con determinados temas que están presentes en la obra?

—Es un material que por la distancia de lo que cuenta se escucha más cercano. Hay que advertir que existe mucha gente que se calla, pero que está esperando la acción. Tenemos derechos ganados, pero no te creas que el que piensa diferente dejará de hacerlo. La técnica progresó, no sé si nosotros progresamos. Puedo entender a los “anti” porque es inherente del hombre y de la mujer y no sé si se va a modificar. No creo que volvamos al Paraíso. Intentemos vivir mejor, somos diferentes, pero no nos gusta que el mundo sea diferente a como lo imaginamos. Como actor comprendo incluso el horror del ser humano. No sueño con la paz, ni que no haya combates en algunos lados. Estamos rotos con la cadena de la animalidad.

—Leí que tu primera vocación fue la bioquímica… ¿qué nos podes contar de cómo fuiste virando hacía el universo de actuación? 

—Es cierto, eso fue a mis catorce años, pero en realidad es porque era y soy curioso. Si me decían de estudiar vialidad, también hubiera aceptado. Mi vocación tiene que ver con el hombre, la mujer y sus escenas. Me interesa la humanidad. Mi padre un día me preguntó si me gustaría seguir diplomacia, abogacía o arquitectura. Todo me atraía, pero no eran esas carreras, sino sus escenarios.

—Considerando tu éxito en otros países y tu vasta obra teatral, en cine y TV ¿te llegaron ofertas de irte? ¿Alguna vez pensaste en aceptarlas y radicarte en otro lugar?

—Nunca. Tuve varias posibilidades de radicarme en México, Chile o España, pero no pude. No tengo condición para ser extranjero. No tengo talento, ni alma para soportarlo, ni para vivirlo. No aguanto las aduanas, no quiero poner cara de bueno. Así como soy cero xenofóbico, porque no comprendo dificultarle la existencia a otro por no pertenecer. Soy hijo de inmigrantes, mi padre amaba a la Argentina y me inculcó que este país lo salvó. Será por eso que tengo ese agradecimiento casi de extranjero. ¡Para qué me voy a ir! Disfruto de ser un extranjero en mi propio país. No me voy de acá.

 

El aprender un oficio

Confiesa Julio Chávez, casi con la picardía de un niño: “Soy paranoico y no tengo charme para relacionarme, ni la inteligencia. Una vez vino Pedro Almodóvar con Ana Belén a mi camarín, cuando estaba en España haciendo Yo soy mi propia mujer en el Festival de Otoño. Soy tan cerradito y tímido, que casi le hice vacío, no hacía ningún esfuerzo. Se fue muy educado y los que estaban conmigo me dijeron: ¡lo echaste!. Es que no tengo ese talento”. 

Anticipa que el próximo año estrenará en el teatro la obra que está coescribiendo con Camila Mansilla, titulada Lo sagrado, donde también actuará. Dice: “Habla sobre las promesas, el tener que pagar una y también está el tema de la ética”. Serán sólo cuatro personajes. También proyecta hacer una exposición de pintura donde se podrán ver los cuadros de Javier en la película Cuando la miro y los de Julio Hirsch Chávez.

Asegura: “Mi primer contacto con el desarrollo de la mirada fue con el mundo de la actuación. El actor sostuvo todo lo otro, es lo primero que tuve legitimado. Podría dejar de actuar, pero no de ocuparme de algo de la expresión, escribiría o pintaría”.

Cuando se le recuerda sus personajes para la televisión, él analiza: “El trabajo del actor allí prende fuego inmediatamente. Creo que el medio no tiene la culpa. Es como acusar a una lapicera si escribís cuentos berretas. Hay que preguntarse cómo en la televisión se puede hacer algo artístico. Por eso agradezco cuando hice las series. Siempre me sometí a mis grandes maestros y he intentado aprender un oficio. Fui al medio con las herramientas que aprendí. Creo que hay que enaltecer nuestro oficio, actores y actrices pertenecemos al lenguaje de la poesía, no tenemos por qué sentirnos el patito feo, pero hay que entender dónde está lo poético. Los actores somos artistas”.