El director general del Teatro Colón, Jorge Telerman, es un hombre de la cultura. Pero su nuevo desafío quizás sea, para variar, realmente nuevo. Telerman asumió en reemplazo de María Victoria Alcaraz, y cada palabra que dice sobre el coliseo argentino parece sentida, meditada pero no premeditada y con futuro.
—Pocas personas quizás pueden responder como vos esta pregunta después de tus diferentes pasos en lugares como el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y recientemente el San Martín: ¿qué es la gestión pública en Argentina?
—Primer punto: no darse gustos personales, y lo digo en principio porque es una de las mayores tentaciones. La primera cosa que tiene un gestor público son sus limitaciones, no darse gustos personales. La obligación de estar abierto absolutamente a todos. Y entender que uno administra un bien que no le pertenece. Porque selecciones tu playlist para tu fiesta es algo que uno lo hace de manera magistral, acá no playlist, hay una programación que se genera pensando en el otro. Es decir, es todo lo contrario a un bon vivant. Como siempre, las cosas se definen mucho más por lo que no son. No tenes gustos personales, no te están permitidos, y no tenes que pensar en un solo Otro, en el otro con mayúsculas, porque la responsabilidad del gestor en la función pública, a diferencia de la privada, es preguntarse de que manera abarco a la mayor cantidad posible de la comunidad. Y de qué manera además doy espacio a la creación en la comunidad, y no necesariamente me estoy refiriendo a una creación nacional. Mientras yo te hablo de todo esto, es importante no solo encontrar la mayor amplitud en el público sino lo mayor producción local, una producción local que converse con la producción internacional.
—¿Cómo funciona la mirada hacía afuera en términos de ver que hacen otras casas de ópera y entender que se puede adaptar, que se envidia o que se puede considerar un modelo a seguir?
— Por lo que te dije antes, toda gestión está situada. No creo en una gestión ideal. Toda gestión es situada. El Colón es el gran dispositivo que en la Argentina en el campo de las producción artística y cultural conversa con la comunidad y con el mundo. Pero desde un lugar particular. Yo puedo deslumbrar por lo que sucede en otros lugares. En todo caso, tengo que ver como eso conversaría aquí. Justo esta semana, sin ejemplos específicos, diseñando la temporada 2023, viendo que compromisos y que cosas no, fijando el eje narrativo desde el cual queremos que se incluyan determinados títulos, autores, etc. Sin duda, uno toma en cuenta que hacen otras instituciones, porque en ese caso uno programa una voz, un título, cosas que te pueden interesar. La gestión pública en el Colón tiene algunos pliegues de su programación que son más locales y otros que son más internacionales. Los universales es fácil ver quién esta haciendo tal o cual cosa y ver cual es el color que te interesa para determinado personaje, y ahí sí, el matiz es mucho más relativo. Pero el título sí conversa con tu situación. La próxima temporada el Colón deberá explicar su razón de ser en términos de su programación. Además de lo que uno pueda decir, una institución como esta se explica en términos de los que ofrece a la comunidad y como abre la puerta para que la comunidad entre en ella. La mirada que echas sobre otras casas de ópera puede ser valiosa, pero la programación si vuelve un commodity más te perdes lo esencial. Uno ve lo que hace determinado teatro o festival y si no te dicen el lugar que estás, es difícil darte cuenta: la cultura se volvió un commodity por la dimensión económica que ha cobrado esta actividad como producción de contenidos.
—¿Cómo será el Colón en un futuro cercano y como su programación entonces se creara de forma reactiva a la crisis que vive actualmente el país?
—Tengo años de los que me gustaría tener. La otra vez que estuve involucrado en el Colón fue en el 2002, 2001. La peor crisis de la modernidad argentina. Por supuesto una crisis de esas características afectó a todo el mundo y particularmente a una institución como esta. Hoy es de otra dimensión, pero tanto a nivel local como a nivel internacional no podemos no hablar de una crisis: el mundo enfrenta una crisis, la Argentina enfrenta problemas sociales y económicos, una recesión económica global Estamos lejos del 2011…pero ¿de qué manera se saca de vicio virtud? Eso no es un consejo de abuela, sino una obligación. Una obligación que tenemos que retomar aunque vivamos el momento más próspero es el Colón como espacio de formación y promoción del saber artístico local. Encomendar obra aquí, pensar en una ópera argentina, el concierto argentino, repatriar grandes autores. La perspectiva de lo nacional, no en términos de identidad nacional sino de artistas locales aún dirigiendo piezas que fueran foráneas va a ser muy fuerte en la próxima temporada. Pero también comisionando artistas para estrenar nuevamente una gran ópera argentina, que hace muchísimo que no se hace, o tener un gran artista en residencia. El último que tuvimos fue Gandini, de la cual se cumplen 10 años. Hay muchas cosas que habría que hacer aún si estuviéramos en un momento de vacas gordas.
—Hablas de una gran ópera argentina ¿cuánto está dentro de tus planes generar un patrimonio cultural para exportar fuera del país?
—Absolutamente. El gestor en gran parte es eso. Como mínimo tenes la obligación del cuidado patrimonial que recibís, tangible o intangible. Como mínimo, dejarlo igual o mejorarlo, con suerte. El patrimonio, una manera de cuidarlo (más allá del patrimonio físico), es sin dudas acrecentar tu acervo. El patrimonio intangible de la Argentina es maravilloso, es una de las cosas por las que podemos seguir sacando pecho en cualquier discusión, en cualquier escenario internacional de cualquier tipo. Podemos decir “La Argentina es esto”. Y en eso, el Colón es grandioso. Por eso no es una opción, sino una obligación. Está ligado también a tu capacidad de producción económica. Venderle La Traviata a los italianos es bastante difícil. Pero venderle una ópera argentina es más eficaz, es más interesante y a partir de tu capacidad de vender productos artísticos de excelencia, sin dudas, tenes al capacidad de abierte a otros mercados.
El mejor fetichismo
—¿Qué te impresiona del Colón a nivel visceral, hablando claro de esa sensación de real impresión que puede generar una entidad con tantos años y con tanto pasado sobre sus espaldas?
—Su capacidad de producción es única. Vengo de trabajar seis años, muy involucrado, y amando, y viviendo, la otra gran fábrica de arte que tiene la Argentina y la ciudad de Buenos Aires como es el San Martín. Y sin embargo, la capacidad de producción y la diversidad que tiene el Colón deja la boca tan abierta como su patrimonio. Y que el patrimonio del Colón le deja la boca abierta a cualquier persona. Yo restituí a ciertas grandes figuras, que hace décadas no se restituían. Luego de su presentación, hacerles un homenaje en el salón dorado. Lo hicimos con Plácido Domingo, hombre habituado si los hay a estar en los mejores salones del mundo. Le hicimos una comida pequeña en el salón Dorado, y se la mando a su contactos, extasiado por ese patrimonio. Ese patrimonio, se sea extranjero o argentino, todavía es más grande cuando te metes en las entrañas de producción. Esa capacidad, es fábrica genuina desde el diseño, la concepción, las maquetas a escalas… quienes nos dedicamos a la actividad cultural del arte somos muy fetichistas, sino no nos dedicaríamos a esto. Este es el reino de los fetichistas. No hay objeto que no sientas queres coleccionar. Esa capacidad de cómo esos meses que se viven con excesiva tensión, se abre el telón y sentís, ah, bueno, esto era para esto.