Me niego a establecer cualquier tipo de opinión o anticipo sobre el 2021. Sobre todo considerando lo que pasó el año anterior” dice John Oliver. Ahí aparece, en la promo de la nueva temporada de Last Week Tonight with John Oliver, que estrena hoy por HBO, literalmente detonando una estructura que representa al 2020. Y suma: “Creo que los desafíos son bastante claros: no sólo navegar la pandemia, si no ver, que creo ya es inevitable, los problemas sistémicos a nuestro modo de vida. Se ha revelado mucho en el último año, en casi todas las sociedades. No deberíamos volver a lo que llamábamos ‘normal’, porque ahora vemos que había demasiados problemas y desigualdades ahí”.
Oliver ha logrado lo que varios periodistas sueñan: credibilidad. Su programa es, para quienes lo siguen desde el podcast The Bugle, un reflejo de su estilo: comedia hiperconsciente, reactiva, rápida, informada y presta a humillarse. Es una voz lúcida en un mundo de periodistas que no lo son. Él, por supuesto, se ríe de eso, del mundo, y explica su motivación, que cree es graciosa por la forma en que ilustra nuestro accionar: “Yo estudié historia en Inglaterra. Y era un poco ‘Esto fue la Segunda Guerra Mundial, pero al final nos fue bien’. O ‘Esto fue la Revolución Industrial’, pero al final nos fue bien. Y eso era todo. Eso nos permite vivir en el mundo sin entender que te rodea realmente. Todas las conversaciones necesitan un gran contexto, uno que todos deberíamos saber. Y así trabajamos, intentando generar más contexto, e intentando que sea cómico y abarcativo, al mismo tiempo que específico”.
—Ahora que Trump está fuera de la Casa Blanca, pero queda una Norteamérica en extremo dividida ¿cuáles son los desafíos más grandes para vos y tu equipo de escritores en esta nueva temporada?
—Es menos un desafío y más una oportunidad. En los últimos años, su sombra estaba presente en tantas historias, lograba convertirse intencionalmente en el protagonista y que no prestáramos atención al real problema. Eso era muy difícil de esquivar cuando tenes una bola de demolición como presidente, que está desesperado por ser el centro de atención de la habitación. No creo que Trump haya sido bueno para la comedia, la política o la humanidad. Realmente tengo muchas ganas de hacer el show sin él en la Casa Blanca.
—¿El tono de la comedia ha cambiado en los últimos años por Trump? Bueno, ahora además tenes la pandemia. ¿Cómo se sale de los últimos años?
—Por supuesto no puedo hablar por el tono de la comedia a nivel mundial. Pero sí puedo decir que en nuestro show en los últimos años fue muy desesperante escribir comedia desde una completa ausencia de esperanza. No puedo decir que eso nos afectó, pero ahora, pensándolo, tampoco puedo decir que no nos afectó. Quizás podemos entender que la comedia nace del lugar donde estamos parados, donde te empujan a estar. Cuanto más tiempo observamos a un objeto, un sujeto, a determinados momentos, como Trump, por ejemplo, si no hay enojo, entonces corres el riesgo de estar un poco a favor. Creo que habrá material de sobra para enojarse con Joe Biden, pero es bueno que Trump se saliera un rato de la luz del reflector.
—¿Cómo eligen los temas cada semana? Sobre todo considerando, por un lado, los tiempos de producción de tu equipo y sus notas, y, por el otro, la rapidez que implicaba reaccionar a las novedades del 2020.
—Exacto. El 2020 fue muy difícil, porque teníamos que ver cómo reaccionar rápido a lo que estaba pasando esa semana. Pero también, claro, Trump, y todo lo que sucedió en Norteamérica y el mundo el año pasado. Generalmente, si volvemos a eso, en nuestra velocidad crucero, nuestro cotidiano, trabajamos idealmente con historias a la que la gente no le prestó particular atención esa semana, en meses o, con suerte, nunca. A veces eso es la clave: ¿podemos mostrar a la gente algo nuevo y así no estamos regurgitando material que está dando vueltas desde nuestro punto de vista editorial? Generalmente, ese formato “trufa” es lo que más nos interesa. El año pasado, cuando tuvimos que trabajar con la supremacía blanca, queríamos mostrar que se habla de llevar a cabo una conversación, pero que esa conversación es imposible de llevar a cabo si no vemos, por ejemplo, ese pasado.
—Después del 2020, ¿cómo se sigue encontrando la energía para hacer el show con la comedia como gesto editorial?
—Hay dos formas de responder. La básica: como todo el mundo ahora, como los que pueden, me siento tremendamente agradecido de poder seguir trabajando. Y me siento responsable por mi equipo, porque tengan un empleo. Pero más allá de eso, se siente que es un lujo tener media hora de poder decir lo que realmente queremos. Eso no es un lujo que tiene mucha gente, menos que menos en la TV. A veces eso es lo que nos motiva a seguir. Pero hay algo básico: todo es interesante si le prestas atención.
—Hubo una nota en The Washington Post, que hablaba sobre “la ruptura colectiva de los medios” necesaria hoy para con la figura de Trump y como eso es una responsabilidad de los medios y la sociedad.
—Durante su presidencia, uno de los cálculos que teníamos que hacer conscientemente, era ¿cuánto tiempo de aire del show se lleva Trump? Todo lo que siempre quiso es atención. Hay que tomar esa decisión, de cuando irresponsable prestarle atención y cuando no lo es. Sus tweets estúpidos no importan. Pero cuando cuando crea una paridad entre ambos lados presentes en Charlottesville, ahí sí sería una decisión torpe editorial ignorarlo. Trabajamos por semanas en cada historia, generalmente de cuatro a seis semanas. Los últimos años aparecía la duda: ¿soltamos la historia y vamos con lo que dijo Trump? Lo hicimos pocas veces. Cuando se fue de Siria, cuando fue Charlottesville.
—¿Qué pasa con la idea ya estar anestesiado de información? Es decir, de que tanto estímulo, puntos de vista (sea cual sea, siempre satisfecho) empieza a ser difícil sentirse interpelado por la información.
—Todos sentimos, creo, esa sensación general que podría definirse como desesperación. Y eso puede ser peligroso. Cuando algo terrible pasa, necesitas saberlo, porque o te estas convirtiendo en la mera carcasa de un ser humano o un sociópata. Pero después está lo otro: ¿con cuánto podes lidiar antes de entrar una desesperación que realmente puede llevarte incluso a la depresión? Escribir comedia desde lo que nos desespera es catártico, pero hay un efecto: sentís que a veces te inyectas algo así como veneno para lidiar con el mundo.
Explicar la locura y el presente
“¿Se quedará quieto? ¿Será importante prestarle atención?” se pregunta John Oliver sobre Donald Trump. Suma: “He sentido una especie de satisfacción en el hecho de poder tener un proceso de trabajo que me obliga a sintetizar lo que pienso. Pero después el factor es la familia. El año pasado la distancia entre mi trabajo y mi familia era literalmente una pared. Antes al menos caminabas, manejabas, tenías un rato para cambiar la cabeza. Salías un poco de ese espacio mental. A mi me era muy difícil. Hicimos un show enorme sobre la policía, y al lado están mis hijos. A veces entraban, y te interrumpían. Ok. Eso no es nada. Pero lo que dolía era escribir sobre cosas muy oscuras, muy, y salir de la puerta y tu hijo diciendo ‘hey, vamos a jugar’. Y eso fue difícil un par de veces. Intentar el disimular el ‘no puedo, no estoy ahí todavía’.” Sobre la vida de los niños en cuarentena: “Agradezco que mis hijos son pequeños, muy pequeños, y no tuve que guiarlos mucho sobre todo esto. Mi hijo más grande tiene cinco años. Si le decís tenés que usar barbijo le parece un juego. Pero ¿un adolescente, a quien el mundo de repente se le hace nada, se le cierra, y queda con suerte en su mero hogar, y se le acaban muchas posibilidades? Eso sí me impresiona, y considero un lujo no vivir eso como padre. ¿Cómo explicarle a tu hijo lo que sucedió con Trump?” Finaliza: “No sabemos que le hará esto a los niños, pero vamos a saberlo cuando terminó. Estoy seguro que lo intenté”.