Una violencia de la policía brasileña produjo, esta semana, 25 muertos en una favela carioca y un crimen sin precedentes: un hombre negro, de 38 años, fue encerrado en el baúl del auto policial y asfixiado con una bomba de gas lacrimógeno. Este cruento episodio ocurrió en un municipio de Sergipe, estado del Nordeste del país. La muerte de Genivaldo de Jesus Santos causó un espanto general, por los métodos utilizados por agentes de la Policía Federal de Rutas (PFR), que lo detuvieron por no portar el casco obligatorio en la moto.
El informe posterior del Instituto Médico Legal determinó que el fallecimiento se produjo por insuficiencia respiratoria aguda. Ante semejante crueldad, la justicia federal inició un proceso para investigar los hechos. El presidente Jair Bolsonaro eludió responder preguntas sobre el hecho; especialmente luego de las ácidas críticas que recibió por haber felicitado a los autores policiales de la masacre en la favela Vila Cruzeiro, ocurrida el martes último. En aquel momento llegó a calificar de “valientes guerreros” a los agentes policiales que habían disparado a mansalva al perseguir, según dijeron, líderes del narcotráfico.
El acontecimiento terminó por constituirse en la segunda acción más trágica de la historia de la capital fluminense. También en esta oportunidad intervinieron guardias de la PFR, junto a los integrantes del batallón Bope, de la policía militar. Los vecinos de la comunidad describieron la salvaje actitud de los gendarmes, que no dudaron en invadir casas y matar, inclusive, a cuchillazos.
Nada de esto es ajeno al discurso bolsonarista. Tratar a los asesinos de “valientes guerreros” tiene, cuanto menos, un impacto directo en la espiral ascendente de crímenes cometidos por agentes del Estado. Si bien la truculencia policial no es un fenómeno nuevo, el jefe de Estado no tuvo pruritos en incentivarla desde el inicio de su gestión, en niveles anteriormente nunca vistos. Un columnista del diario Folha no dudó en evaluar que “las elecciones de octubre deben servir de oportunidad para discutir la reforma civilizatoria de las policías de Brasil. Si no cambia la mentalidad y la acción, las masacres continuarán como parte del paisaje”.
Las estadísticas de violencia policial corren, en estos tiempos, por cuenta de organizaciones no gubernamentales
Los relatos de la muerte de Santos en una improvisada “cámara de gas”, por vecinos que filmaron su arresto y ejecución, revelan que el hombre preguntaba una y otra vez, antes de ser introducido en el baúl del coche, “¿Por qué me están haciendo esto?”. El sobrino de Genivaldo, que presenció de cerca lo ocurrido, contó: “A mi tío le dieron la orden de parar la moto y él la cumplió de inmediato”. Pero de nada sirvió la obediencia: “Varios policías procedieron a torturarlo con patadas en todo el cuerpo, y pisaban su cabeza. Luego lo arrastraron hasta el auto”. Los videos difundidos por la prensa brasileña atestiguan ese relato. Cuando la esposa entró en la sala donde habían depositado el cadáver, un agente ironizó con cinismo: “Él está ahora mejor que nosotros”
Las estadísticas de violencia policial corren, en estos tiempos, por cuenta de organizaciones no gubernamentales. El Foro Brasileño de Seguridad Pública editó, recientemente, el informe correspondiente a 2021. En ese anuario indica que 76% de las víctimas de homicidios en el país son personas negras. Pero aun cuando se trata de cuantificar las defunciones a manos de agentes policiales: 79% son afrodescendientes.
*Autora de Brasil 7 días. Desde San Pablo, Brasil.
SM