La famosa novela Patria, publicada en 2016, refleja el drama del país vasco ante la violencia de ETA y la división entre las familias. Las madres, dos de los nueve protagonistas, eran amigas y católicas. Enfrentadas por la tragedia, cada tanto se cruzan en una Misa del pueblo, le rezan a Dios por los suyos e invocan a Ignacio de Loyola. En un capítulo, titulado “Con esos o con nosotros”, una de ellas lo increpa al santo: “¿Con quién estás, con esos o con nosotros?”
Hay oraciones similares en otros países, también en la Argentina donde dirigentes máximos de dos posiciones contrarias han dicho “ellos o nosotros”. En ese marco también se sitúa la manipulación de la figura del Papa Francisco. Con la lógica del conflicto unos se lo apropian y otros lo atacan. La guerra dialéctica tiende a tragarse todo, hasta la religión de los que la sostienen.
La tentación de domesticar lo religioso es antigua. Los héroes arrebataban el fuego a los dioses. Cada nación iba a la guerra invocando su dios. Las batallas resultaban en victorias o derrotas sagradas. En el antiguo Oriente el rey recibía el título de “hijo de Dios”. En Roma, el paso al imperio comenzó cuando se le dio a Octavio el título de Augusto, hijo del divino César. Cuando Jesús comenzó a predicar gobernaba Tiberio, su hijo. Entonces el imperio dominaba Judea.
Jesús pone un límite a la pretensión de omnipotencia. Sus adversarios le tienden una trampa porque quieren poner a la gente en su contra y traman para que los romanos lo detengan. Le preguntan: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? Si decía sí, quedaba como un colaboracionista en contra de sus compatriotas. Si decía no, aparecía como un sedicioso opuesto a la autoridad romana. Más adelante, cuando fue llevado ante Pilato, algunos lo acusarán falsamente de incitar al pueblo a la rebelión e impedirle pagar los impuestos al emperador.
Jesús pide que le muestren la moneda con la que un adulto pagaba el tributo personal al César, que se sumaba a otros impuestos y reflejaba la sumisión al poder invasor. El denario romano tenía grabada la efigie del emperador con la inscripción: “Tiberio César, hijo del divino Augusto”. Los líderes fariseos sostenían que no era lícito pagarlo a alguien que se titulaba como dios. Jesús les pregunta de quién es esa imagen y esa inscripción. Cuando le responden: “del César”, afirma: “Devuelvan al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21).
Con la primera frase constata que los opositores tienen monedas del César y les dice que las devuelvan pagando el tributo. Al emperador le pertenece el denario, que era símbolo de poder. La expresión no es un aval a la dominación romana ni un fundamento del deber fiscal. Después san Pablo justificará el respeto a las exigencias legítimas de las autoridades civiles. En la historia la frase “den al César lo que es del César” se interpretó como afirmación de la autonomía del poder político y de su autoridad sobre los ciudadanos, incluso en las cargas tributarias.
La declaración “a Dios lo que es de Dios” quiere decir: reserven el título divino sólo a Dios. Ningún César debe arrebatarlo. En la Biblia Dios es el único Señor del cielo y la tierra, de los reyes y los reinos, de Israel y las naciones, de los ciudadanos y los gobernantes. En esa tradición Jesús contestó la tercera tentación que sufrió en el desierto, cuando se le ofrecieron todos los reinos del mundo a condición de adorar al tentador. Responde con una cita tomada del libro bíblico del Deuteronomio: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo darás culto”.
Para el cristianismo nada es divino ni adorable fuera de Dios. Adorar solamente a Dios ayuda a liberar la libertad humana de cualquier sometimiento a los poderes que se absolutizan. Dios es la raíz de una liberación radical de toda forma de idolatría, desde la religión del Estado a la religión del mercado, que hoy se alternan en la sociedad global. La absolutización de lo que es relativo lleva a adorar lo que no es adorable, violando lo más profundo de la libertad. El derecho a la libertad de religión y de conciencia es un bien de todos y para todos.
Cada ser humano está llamado a amar a Dios y darle lo que le corresponde a su misterio santo. La tentación del poder total lleva a la divinización de sí. En ella cayeron Estados en la antigüedad y la modernidad. Los emperadores romanos persiguieron a cristianos para someterlos a su religión política. Muchos murieron como mártires, testimoniando que sólo Jesús es el Señor, no el César. Aquella respuesta de Cristo no apunta directamente a delimitar los órdenes de lo civil y lo espiritual. Afirma el señorío de Dios. Por eso hoy, con los debidos cuidados, hay que replantear algunas restricciones al afecto familiar y al culto religioso en la política sanitaria.
En el siglo XX sufrimos el poder demoníaco de totalitarismos guiados por ideologías que se volvieron religiones seculares con pretensiones salvadoras. Asesinaron a millones de personas y los convirtieron en víctimas de nuevos sacrificios. En la Argentina mesianismos armados y el terrorismo de Estado mataron invocando a Dios. Aún hoy hay fundamentalismos en el mundo que siembran el terror en nombre de Dios. Pero la violencia no halla fundamento en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus interpretaciones deformadas. Jesús no fomentó la violencia y la denunció como una forma de imposición, cuando dijo a sus seguidores que los jefes dominan las naciones, pero ellos deben servir a los demás. Lamentablemente, sus discípulos no seguimos siempre sus enseñanzas y en su nombre se justificaron guerras y violencias.
Durante décadas se dijo: “Dios es argentino”, pero él no tiene nacionalidad. Es el Creador de todos. Ahora se lo postula como aliado o patrono de una fracción política. Dios no es de una parcialidad ideológica ni debe ser convertido en un emblema partidario. Es el Padre de todos, creyentes y no creyentes. La desmesura del poder lleva a creerse dueño incluso de Dios.
La política, atravesada por el exceso, desea ser la dimensión englobante de la cultura y someter la religión, la filosofía, el arte, la ciencia, la comunicación. Un poder omnipresente quiere controlar todo. Al contrario, la mejor política es la forma más alta de amor al prójimo. El Preámbulo de la Constitución Nacional invoca la protección de Dios como fuente de toda razón y justicia, de un diálogo racional que procure la unidad y de una justicia que garantice la paz.
La fe cristiana reconoce en Jesús al Dios crucificado que asumió el sufrimiento de las víctimas de la injusticia y el grito de los inocentes que se sienten abandonados por Dios. Ante la muerte causada por la pandemia del Covid-19 surge la pregunta ¿dónde está Dios? Mirar al Crucificado que ha resucitado puede dar amparo en la desgracia, paz en el dolor, fuerza en la debilidad.
Para una teología filosófica clásica Dios es el principio primero. Para una filosofía de la religión moderna Dios es lo último salvador. Para las ciencias de la religión lo santo es santo. Para las religiones lo divino es divino. Para los monoteísmos Dios es el único Dios. La primera carta de san Juan expresa el mensaje de Jesús con una frase jamás pronunciada antes: “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios” (1 Jn 4,16). Por eso, a Dios lo que es Dios.
* Decano de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina y miembro de la Comisión Teológica Internacional.