Perdieron. No sabían cuanto iba a durar y perdieron. Justo cuando las cosas terminan y los finales no tienen nada que ver. La caída es obvia para todos y ya no es sorpresa que algo se estrelle contra el grado 0 de Estado.
Cerró el Bauen. Dicen que se muda y que recién está naciendo pero todos ya saben cuántos paracaídas quedan en el fin de la ilusión. Adiós al edificio de Callao y Corrientes, esa torre de babel cooperativa que resistió expropiación, tarifazo y ajuste por 17 años. Hoy el hito de los trabajadores es una feria americana, con sábanas embaladas, vajilla a la carta y subasta a voluntad, para vender lo que ya no van a necesitar.
Concentraron los tres rubros más impactados por la pandemia: turismo, gastronomía y espectáculos. La agenda de lo que se merecia no ordena más un país de intenciones largas y brazos cortos. León Gieco cantando “Solo le pido a Dios” en su auditorio y Ataque 77 cortando Callao y Corrientes no alcanzan más: las potencias no pueden contener a un virus, los símbolos tampoco. La pandemia hizo con el Bauen, lo que la Argentina hizo con todos: Derrotas cotidianas, victorias imaginarias.
Todos esperaban que el cierre tenga las botas del veto macrista a la ley de expropiación porque saben quién es Macri y también conocen a los malos que se escapan quemando las turbinas de un avión que no despega. Pero no.
El Bauen vivió para no poder mirar de frente lo que lo mató. Uno de sus trabajadores dijo: “Hay sectores de este gobierno que se lavaron las manos. Ni siquiera trajeron gente con la cantidad de camas que hay para ayudar en la pandemia. Decenas de habitaciones vacías en pleno pico. No hicieron nada”
Tantos meses hablando de responsabilidad individual y de repente no hay margen para nada más que armarse por separado.
*Periodista y escritor.