OPINIóN
37 AÑOS DE democracia

El tamaño de nuestra esperanza

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| Cedoc

“Con la democracia se come, se educa, se cura”. Los que escuchamos en persona las palabras de Raúl Alfonsín en esa Avenida 9 de Julio de 1983 estallando de entusiasmo, no solo nos emocionamos con ellas: las tomamos como evidentes. La terrible dictadura que empezábamos a dejar atrás había sido el Mal Absoluto. La posibilidad de tener una democracia (nunca tenemos que olvidar que era eso, solo una posibilidad tambaleante) era la esperanza de una Felicidad Total. 

¡Que lejos ha quedado esa ilusión! ¡Que lejos han quedado esas expectativas, luego de tantos desencantos, luego de tantas frustraciones, individuales y colectivas! 

La reinstauración de la democracia no pudo revertir la tendencia del país hacia el estancamiento y la exclusión social, que había empezado a manifestarse ya en la década del 70. Desde esa fecha, la pobreza creció imparable, a tasas chinas (7% anual) como nos lo recuerda ese gran “economista/humanista” que es Carlos Leyba.  Poco más de cuarenta años después no hemos siquiera duplicado nuestra población, pero hemos multiplicado la pobreza por veinte. “Récord” que ningún otro país sin guerra o desastre natural ostenta.

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No es que no hayamos podido crecer. Lo hemos hecho y a veces vigorosamente, pero de modo obviamente insustentable, terminando en crisis agudas que nos hicieron perder todo lo conseguido. Así, seguimos sin resolver nuestro problema eterno económico: la contradicción entre la necesidad social de dar trabajo y la consecuente demanda de dólares generada, de la que se hace cargo fundamentalmente el sector agropecuario (y cuando ya lo exprimimos, si podemos, se toma deuda y hasta los que nos prestan dicen basta). En vez de volver competitivo ese tesoro que teníamos los argentinos, que era nuestra actividad industrial, lo hemos destruimos suicidamente.

El consecuente conflicto redistributivo ha ido in crescendo, convirtiéndose ya no en uno entre sectores sino entre dos países diferentes. Esa Argentina igualitaria de la que estábamos orgullosos frente a nuestros pares sudamericanos, ya no existe más. La esperanza de una Argentina para todos y cada uno del Consenso del 83 ha terminado en una grieta burda y grotesca, con la pandemia global agravando nuestras falencias y adelantando los desafíos que teníamos a futuro.

Y, entonces, ¿ha fallado la democracia?, ¿es que ella no sirve para nada? 

Sincerémonos: la democracia, cuando funciona bien, nos confronta con lo que realmente somos. Y esto es así porque, al fin y al cabo, un gobierno democrático es “nuestro” gobierno. No tenemos ningún chivo expiatorio a quien culpar de lo que nos pasa. No tenemos ninguna excusa (más allá de la creatividad ilusa de algunos). Pero, la democracia es además de ese régimen único que nos permite darnos cuenta de lo que nos pasa, el único que también nos brinda la posibilidad de encontrar una solución pacífica y colectiva a nuestros problemas. Lo único que nos pide, ni más ni menos, es que estemos a la altura de nuestras responsabilidades. Es que, así como ella es el tamaño de nuestra esperanza, está solo en nosotros el poder aprovecharla.

*Politólogo.