OPINIóN
Cultura

Martha, Daniel, Joaquín y Agustín

Ante manifestaciones de intolerancia, muy vistas en este tiempo de aislamiento, responder con amor y generosidad debe ser nuestro objetivo.

Martha Argerich y Daniel Barenboim 20200724
Martha Argerich y Daniel Barenboim | Cedoc Perfil

Era la medianoche y por el canal Film and Arts comenzaba un concierto de Navidad en la lejana Berlín, dedicado a los niños y protagonizado por Martha Argerich, la pianista del milenio y Daniel Barenboim, el eximio director que junto a Edward Said fundara la Orquesta Divan, Oriente-Occidente para que árabes e israelíes sintieran que podían interpretar música al unísono. Era un concierto de piano a cuatro manos y al final del mismo, mientras ambos intérpretes efectuaban un bis maravilloso todos los niños estaban rodeando el piano, cuyos ojos asombrados mostraban que estaban viviendo un momento mágico, un momento de amor y compasión, entendido como latir con el otro, que alejaba esa sensación terrible que a veces nos agobia del odio y la intolerancia.

Odio que en la historia argentina aparece desde los inicios. Mariano Moreno muerto sospechosamente en el mar cuando se acentuaba la división entre morenistas y saavedristas, en la Primera Junta de Gobierno en el tan lejano 1810.

La anarquía de 1820, el día de los tres gobernadores, cuando se relata que Manuel Belgrano, el insigne creador de nuestra bandera, muere lamentándose,  “Ay, Patria mía”…

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José de San Martín, el Libertador, horrorizado, no desembarcando en el puerto de Buenos Aires, cuando la fatídica división entre unitarios y federales ha motivado el fusilamiento de Manuel Dorrego a manos de Juan Lavalle, ambos lugartenientes del Padre de la Patria.

Genios argentinos

Esa división que entronca con una guerra civil que se prolonga increíblemente hasta 1880. Luego del anarquismo en el comienzo del siglo XX, la división prosigue entre conservadores y radicales, con el asesinato del senador Enzo Bordabehere en el Senado, continúa entre peronistas y antiperonistas, con proscripción primero radical y luego peronista,con restricción a la libertad de prensa entre el 46 y el 55, con el inicuo bombardeo de junio del 55, que continúa con los fusilamientos de la Libertadora, contados magistralmente por Rodolfo Walsh y con la muerte de Aramburu en los 70, relatada recientemente por María O´Donnell, la década trágica donde el mejor enemigo era el enemigo muerto y los fusilamientos de Trellew, que le costara el exilio a ese maestro de periodistas que fuera Tomás Eloy Martínez, para llegar a la noche tenebrosa del Proceso, donde todo pasaría en  la clandestinidad, con la desaparición de personas, bienes niños y bebés y culminaría en la tragedia inenarrable de Malvinas.

Para arribar a la muy reciente y ya en el siglo XXI división entre kirchnerismo y antikirchnerismo. O sea que lo cierto es lo que afirmara ese argentino ilustre que fuera Joaquín V González que ocupara todos los puestos públicos imaginables menos el del Presidente de la República, que había presentado un notable proyecto en su momento de legislación laboral y hasta un proyecto de ley de divorcio que nunca fueran tratados y que poseía una casa en su La Rioja natal que se denominaba Samay Huasi, que en idioma originario significa Casa de Paz y que afirmaría con razón y justicia “hemos crecido en el odio”.

Cuentan que Jiddu Krishnamurti, el filósofo indio del siglo XX estaba en su tierra natal cuando asesinara a Gandhi un hindú fundamentalista, que pensaba que Gandhi no era suficientemente indio. El horror y la sorpresa sacudió a la sociedad de la democracia más numerosa de la Tierra. Y ante la pregunta formulada al pensador, este contestó rápida y lacónicamente: “Preguntaos por vuestra violencia cotidiana”.

Ladrones de bicicletas, el país del parecer ser y Robert Kennedy

Entonces preguntémonos los argentinos por nuestra violencia cotidiana en el aquí y ahora. Un joven que quizás imprudentemente se lanza a la ruta con rumbo a Bahía Blanca, sin trabajo por la pandemia y desaparece aparentemente en el trayecto, sin que nada se sepa de él, como si se lo hubiera tragado la tierra.

Recordemos la epidemia cotidiana de los femicidios incrementados también por el encierro y por la presencia ominosa del Covid-19.

Y pensemos en Rosario nunca tan bien llamada la Chicago Argentina, como la tenebrosa ciudad norteamericana de la llamada ley seca. Ha cambiado el gobierno santafecino pero la violencia cotidiana no cesa. Es violencia narco, ¿la guerra perdida sin remedio contra el narcotráfico? Lo cierto que un legislador provincial padre de dos hijos asesinados anteriormente, es muerto en su casa, pastor evangelista, además, a cara descubierta y sin que sus asesinos apresuraran su paso al salir de su domicilio. Y previamente como muestra acabada de una violencia demencial que  se mostrara al disparar contra la casa del que era gobernador de la provincia; hace muy pocos días, además de asesinar a una pareja que iba en motocicleta, de dos disparos mataron a sangre fría, a su hijita de menos de dos años. O sea el horror ya no tiene límites concebibles.

Porque los seres humanos, somos, como nos lo recuerda la recuperada del Covid-19 y excelente cronista científica de La Nación Nora Bar, con los versos de Nicanor Parra, “una mezcla de vinagre y de aceite de comer, un embutido de ángel y bestia”.

Por si fuera un problema educativo: tendríamos que aprender de Finlandia. El pequeño país báltico logró que todos sus niños/as accedan prioritariamente a una educación igualitaria de excelencia. Que sus aulas no sean rígidas y sus notas sean grupales. Que los mejores promedios de su secundario accedan a la Docencia. Y que sus docentes sean, junto con los médicos, los mejores sueldos de su administración pública. Aquí tuvimos a Mariquita Thompson, Rosario Vera Peñaloza y Alicia Moreau, a Sarmiento, Eduardo Wilde y la Reforma Universitaria del 18. Sin embargo como lo sostienen Alieto Guadagni en la Fundación Frondizi y Guillermo Jaim Etcheverry en su último libro, la educación sigue siendo accesoria en la Argentina del siglo XXI y no por cierto prioritaria.

Li Wen Liang, las Malvinas y el anillo de Spinoza

El problema quizás sea también que en esta Argentina del aquí y ahora, como lo dice José Luis Borges en su inmortal verso “Nadie es la Patria”. Y seremos dignos de esas sombras legendarias que nos la legaron los que seamos capaces de responsabilidad individual y social, de restaurar  nuestras múltiples heridas, que son necesarias de reparar y no de ahondar, de las reformas necesarias y que reintegren a nuestra tierra de esa vieja anomalía que señalara el ilustre Leandro N. Alem hace 40 años, o sea,  de poseer la cabeza de Goliat y el cuerpo de David en nuestro extenso territorio.

Pero un Maestro actual, el recientemente fallecido Agustín Alezzo, es recordado por ese notable actor de teatro, cine y televisión que es Leonardo Sbaraglia, cuando nos dice también en La Nación: “Nunca dejaba de aprender, como si hubiese una ética frente al trabajo, una ética de la generosidad frente al hacer. Nos inculcó que lo importante era estar presente, vivo, en el aquí y ahora con el cuerpo relajado. Y que esos tres principio, la relajación, la conexión con el otro y la conexión con uno mismo formaran ese triángulo vital que permite que estemos en escena”.

En el país del parecer ser o sea del mundo del revés

Y si la vida es un escenario como alguna vez lo dijo Shakespeare, del cual en algún momento entramos y en algún momento salimos, que hermosa forma de estar vivos es la que nos regala Sbaraglia con su enorme recuerdo, se trata de estar relajados y en conexión con la Naturaleza, el mundo, los demás y nosotros mismos.

Y Baruch Spinoza desde el lejano siglo XVII en su Holanda natal nos daría su escueta pero profunda respuesta que podría ser la de Gandhi, Mandela y Luther King: “contesto al odio y a la intolerancia con amor y generosidad”. De eso quizás se trata.