Cuando Juan Carlos I llegó al trono de España, el mundo lo miró con escepticismo. Franco lo había nombrado como heredero de su régimen autoritario . España venía de cuarenta años de dictadura y una guerra civil que había dejado medio millón de muertos y miles de exiliados. La economía se descascaraba. Con la muerte de Franco, estallaron los recelos políticos y los separatismos locales de vascos y catalanes.
A los argentinos nos gusta pensar que tenemos la grieta “más grande del mundo”, pero comparada con la grieta que España vivía en esos años, la nuestra es una grietita. Juan Carlos I entendió que endurecer el autoritarismo y la división lo iba a llevar a tener un reinado muy corto, y prefirió en cambio ser el garante de la unión y la transición democracia. En 1977, los miembros de todo el espectro político firmaron los Pactos de la Moncloa, donde acordaban sobre cuestiones políticas y económicas claves. Estos acuerdos permitieron sacar a España del pantano en el que estaba y modernizarse en pocos años.
La historia en Argentina no es tan feliz, porque el llamado a una unidad superadora quedó trunco con el regreso a la democracia. El “tercer movimiento histórico” que imaginaba Alfonsín, y que sería una síntesis del peronismo y el radicalismo, se desintegró junto con su gobierno. El kirchnerismo, que nació de un acuerdo amplio, terminó generando divisiones aún mayores.
Hay política después de la grieta
Hoy es la propia sociedad la que le reclama a la clase política una coexistencia más armónica, que deje atrás las divisiones. Por eso la “tercera opción” sigue ilusionando, aunque todavía esté lejos del anhelado 30%. Las miradas todavía se concentran en Roberto Lavagna, pero parece que su eventual candidatura se lanzó demasiado pronto; los medios se apuraron a instalarlo, pero hace años que no participan en la gestión, y debe luchar con un bajo nivel de conocimiento.
Pero la pregunta, con Lavagna o con cualquier otro, es si podrá generar unidad. Si no es para cerrar la grieta, la tercera opción no sirve. Ya sabemos que ni para el kirchnerismo ni para Cambiemos esta es una preocupación. Al gobierno solo le importa pelear la presidencia con uñas y dientes en octubre. Por eso, ni siquiera la ruptura en sus propias filas, en Córdoba, parece haberle hecho mella.
Evitar el quiebre quizás no era fácil, pero hubiese sido posible, y más aún con una mediación de la dirigencia nacional. Pero prefirieron la ruptura antes que meter en la interna a un candidato (Mestre) que no tenía su visto bueno. Irónicamente, esto ocurre en la misma provincia donde Cambiemos nació como coalición nacional, en 2014.
Al gobierno no le importan demasiado estas divisiones, porque su estrategia electoral es confrontar con Cristina. En un eventual balotaje, no van a importar las alianzas: votarán por Macri todos aquellos que detesten al kirchnerismo. El plan viene saliendo bien, pero como todos los planes tiene sus fallas: la más importante es que da por sentado que Cristina va a competir. Pero, ¿y si esto no pasa?
La atractiva repugnancia moral
La ex presidenta publicó el jueves un video en el que hablaba del estado de salud de su hija. Más allá del trance personal que esté atravesando, era un video con un fuerte mensaje político. En el gobierno nacional se encendieron todas las alarmas, porque se lo interpretó como el aviso de una eventual renuncia. Y si Cristina no se presenta, se queman todos los papeles.
En un escenario sin grieta, el gobierno tendría que replantear la estrategia. Salir a buscar en poco tiempo la unidad de la que no se preocupó por construir en los últimos meses. Por ejemplo, tendría que ver qué hace con Córdoba, después de haber ninguneado a sus propios dirigentes en esa provincia, regalándole votos al peronismo.
Pero todavía falta mucho para la hora de las definiciones, y más allá de las hipótesis parece lo más probable que Cambiemos se quede con la reelección. Lo que resulta difícil de comprender es que la mejor jugada, para lograr ese triunfo, sea apostar a la grieta y no a la unidad. La división sigue siendo rentable políticamente, pero desastrosa socialmente.
Cerrar la grieta todavía es posible, pero para eso es necesario que aparezcan dirigentes dispuestos a dialogar en serio y dejar de lado el rédito inmediato. Si el pacto de la Moncloa fue posible en la España post-franquista, con más razón debería serlo acá. “Divide y reinarás”, aunque lo haya dicho Maquiavelo, fue un pésimo consejo.