OPINIóN
Cuestión pública

¿Se puede pedir coherencia a los políticos?

Hay al menos cinco formas de entender la coherencia. Desde la más perdonable, la del discurso que no resiste archivos, hasta la ideológica o la que se pone a prueba frente a la intimidad del espejo. Entre éstas y otras, qué lugar le corresponde a la integridad de una persona con poder.

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Espejo | Unsplash | Milada Vigerova

Pedir coherencia a los políticos quizás sea como pedir en el mostrador de la Tienda de París ni si, ni no, ni blanco, ni negro. Además, incluye una dificultad: lo que entendemos por ser coherente varía mucho -no significa para todos lo mismo.

Debo confesar, que no me parece tan evidente que sea super importante ser coherente; me parece mejor demandar que actúen de modo acertado y justo. Es más, pedir coherencia me parece cosa de espectadores más que de protagonistas.

Pero, para ser más clara en qué es lo que yo sí espero de los políticos se me ocurre, antes, distinguir al menos unas ¡cinco! formas de entender la coherencia.

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La primera es la coherencia en el discurso y su falta se perdona poco porque “no resiste archivo”. Lo que twitteaste por allá, lo que dijiste en una entrevista por acá. Si dijo, si no dijo, si se contradijo. Tu pasado discursivo te condena. Está registrado y logra entretener a muchos que hacen de tus dichos una hoguera. Paciencia.

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La segunda es la coherencia en los hechos, en la conducta -la consistencia de sostenerla a lo largo del tiempo. La falta de ésta no se perdona, pero es mucho más difícil de evaluar o de constatar porque no siempre los hechos están a la vista de forma completa o lo que hiciste es malinterpretado o porque a partir de los resultados la gente juzga tus intenciones sin conocerlas. Por supuesto, los espectadores que no te perdonan estas, también se contradicen, porque según de qué lado estés, están dispuestos a dejártela pasar.

Estas dos formas de entender la coherencia tienen un componente temporal, miden lo que decís o haces hoy respecto del pasado; y, cualquier cambio sin explicación o una autocrítica explícita, te convierte en un panqueque o en un pragmático.

Una variante de ambas dos es la que categorizo como coherencia ideológica. Por ella, se espera que lo que digas o lo que hagas sea consistente con un paraguas mayor que el tuyo: el de un partido, de un colectivo, de una organización a la que perteneces, de un sistema de creencias al que decís adherir -o los otros te atribuyen.

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Hasta aquí, entonces, tres formas de entender qué es la coherencia:la discursiva, la conductual -ambas se prueban en el tiempo y te miden a vos con vos mismo- y la ideológica, que miden lo que decís y lo que haces con el deber ser de tu supuesto sistema de creencias.

La cuarta forma de entender la coherencia es la consistencia entre lo que se predica y lo que se hace. Es la que da fundamento al irónico refrán: “haz lo que yo digo y no lo que yo hago” y, me parece, que es la más valorada y la menos frecuente. ¿Quién no tiene una inconsistencia en el ropero? Vamos. Bueno, claro, algunos valoran la coherencia por oposición a la hipocresía.

Pero, por ejemplo, los delincuentes y corruptos ¿también es mejor que sean coherentes o es mejor que “panquequeen” su conducta? Por otra parte, hay veces que la realidad te cae con la aceleración del peso de un piano desde un séptimo piso y exige una rapidez o una flexibilidad que no suele ser bien vista por los fascistas de la coherencia.

Esta cuarta, la que denomino coherencia anti-hipocresía se pone a prueba puntualmente, en el aquí y ahora y, más que nada, solo y frente al espejo- ¿quién más conoce tu conciencia?

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Por último, la quinta forma de entender la coherencia es cumplir con las promesas y se refiere más al futuro que al pasado. Aquí habría que incluir una nota al pie. No todo lo que uno dice es una promesa, un compromiso, una prédica o una exigencia sobre las conductas de los demás, aunque el otro las interprete así. Además, no todo lo que uno dice, lo dice a conciencia. Me parece que al político le pasa lo mismo, aunque quizás no debería ser así.

Sí, ya sé, le falta un asesor de comunicación, pero no me refiero a eso. Por ejemplo, yo no llamaría a los dichos de campaña de un candidato, promesas. Me parece que ya no es así; el foco es otro.

Ganadas las elecciones, sí veo promesas en el cargo asumido, en el mandato aceptado; veo promesas implícitas y explícitas de velar, custodiar y hacer crecer ciertos bienes públicos y un juramento para cumplir con esa responsabilidad.
A esta última variante de coherencia, la de cumplir a futuro con las promesas de hoy es a la que denomino integridad, integridad del político, integridad pública. Y ésta es la que yo espero. Si asi no lo hiciereis que Dios y la patria os lo demanden.