Puja de beatos en el comienzo del pontificado de Francisco. Por un lado, el sacerdote Carlos de Dios Murias, asesinado durante la dictadura en La Rioja; por el otro, el arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, ejecutado hace 33 años mientras daba misa, el 24 de marzo de 1980. También hay otros expedientes similares iniciados en Argentina; por ejemplo, la matanza de los cinco palotinos, tres sacerdotes y dos seminaristas, en la Iglesia de San Patricio, en Belgrano, que ha tomado un nuevo impulso luego de que el ex dictador Jorge Rafael Videla admitiera por primera vez en mi libro Disposición final que fueron muertos por el gobierno militar. Pero el arzobispo salvadoreño aparece por ahora con más posibilidades de ser beatificado. Según Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, Francisco es “un gran admirador” de Romero.
En los casos de martirio (muertes por la defensa de la fe), que deben ser probados, no es necesario un milagro para ser beato. Se precisa luego un milagro para convertirse en santo. En los casos de personas que no han sido mártires, se necesita un milagro para ser beato y otro para llegar a la santidad.
En Argentina surgió la versión de que Murias sería beatificado prontamente, pero monseñor Santiago Olivera, delegado en nuestro país de las llamadas causas de beatificación y santificación, negó esa posibilidad porque ese expediente “sigue en Buenos Aires”, ni siquiera llegó al Vaticano para su análisis.
Algunos especularon que la premura tenía relación con la presunta necesidad de Francisco de dejar atrás las acusaciones sobre una supuesta colaboración con la dictadura, denuncias negadas incluso por la única víctima sobreviviente, el jesuita Francisco Jalics.