El trabajo de esta activista de 39 años no es nada fácil. Pasa sus días recopilando crímenes de guerra, denuncias de violaciones, secuestros, pedidos de búsquedas de desaparecidos. Oleksandra Matviichuk es la titular de la organización Centro para las Libertades Civiles. Ella misma podría haber sido la víctima de las denuncias que recoge. Su vida corrió peligro más de una vez, intentaron arrestarla y callarla. Pero a pesar de que su labor es fundamental, admite que su mayor deseo es que su tarea deje de ser necesaria.
Lo primero que Oleksandra hace al despertarse cada día es ver las noticias. “Es para saber si mi familia está viva, si tengo una casa a la que regresar”, dice a PERFIL. “Nunca se sabe qué puede pasar durante la noche”. Vive en Kiev, junto a su esposo, que casualmente se llama igual que ella: Oleksander. “Estoy segura de que voy a tener dos hijos. Pero, por ahora, documento el dolor de la gente. Y es muy difícil combinar eso con hijos pequeños”.
"Putin va a estar en el banquillo de los acusados, como en el juicio a las juntas militares"
Su historia de amor enciende sus ojos. “Estábamos los dos en un movimiento de jóvenes. Él era la cabeza de una organización y yo de otra. Así nos conocimos”. En un contexto de guerra, para muchos la fe es un sostén muy importante. “Soy cristiana”, dice Oleksandra a PERFIL. “Últimamente empecé a rezar mucho más”. Del resto de actividades no queda nada: “Me gustan los libros. Unos días después de que empezara la invasión teníamos un encuentro con las chicas del club de lectura en una cafetería pero todo se arruinó. Ya no tenemos tiempo para los hobbies.” Con voz baja, casi como en secreto, dice que su género preferido para la lectura es la historia. El último libro que leyó fue Churchill y Orwell: la lucha por la libertad, del estadounidense Thomas E. Ricks.
La coyuntura en Ucrania. “Es difícil de entender nuestro día a día. Acá, en Buenos Aires, hay sol, la gente sonríe, las panaderías están abiertas”, explica Oleksandra sobre su presente en Kiev. “Pero nosotros ya no tenemos vida normal. No tenemos luz por días. ¿Sabés lo que es eso? A veces no tenemos conexión de teléfono. No podemos hablar con amigos. O saber cómo está la familia”, cuenta. Y agrega: “Al principio no nos habíamos dado cuenta de que la guerra había empezado. Comenzamos a documentar desaparecidos, secuestros y violencia sexual sin darnos cuenta”.
Pero para ella la guerra se inició mucho antes que en febrero de este año. “El principio fue en 2014, en Crimea. Ellos quieren recuperar el territorio de la Unión Soviética, pero eso nunca va a pasar. (Vladimir) Putin es un criminal de guerra. Si no lo paran, él no va a parar. Luego de Ucrania, irá por otro país. Necesitamos justicia, no venganza. Tarde o temprano va a estar en el banquillo de los acusados, como en el juicio a las juntas”.
Denuncias. “El sistema ucraniano está colapsado de tantas denuncias. Y a nivel internacional se seleccionaron unos pocos casos. ¿Quién va a darle justicia a cada una de las víctimas?”, se pregunta Oleksandra. “Para los que seguimos en pie, lo que sucede es el resultado de la impunidad total. Rusia jamás ha sido castigada. La inactividad les hace creer a los rusos que pueden hacer lo que quieran”. Ella toca su pulsera de hilo encerado que mezcla los colores azul y amarillo de su bandera, y luego, con mucha seguridad, dice que no tiene miedo. El primer sentimiento que le revolvió el cuerpo en febrero fue la rabia, una ira inconmensurable: “Estuvimos años bajo un régimen autoritario, y ahora, que tenemos la posibilidad de construir nuestro país, Rusia decidió que no tenemos la posibilidad de elegir quiénes queremos ser”. A ese sentimiento inicial luego le siguió el amor “por las personas, por cada vida que es importante, por los valores por los que luchamos”. Pero miedo, jamás: “Los ucranianos vamos a ganar y Rusia debe perder. La narrativa de que Ucrania y Rusia son el mismo pueblo es la narrativa de Putin. Nosotros solamente somos vecinos. Él cree que Ucrania no es un Estado, que no tenemos derecho sobre nuestra propia tierra o cultura. No hay tal hermandad soviética. Aquello fue una sola nación, un solo lenguaje que dominaba, el resto no tenía derechos”, afirma la ucraniana, que estudió Abogacía.
Y un día, el Nobel. Cuando la Academia Sueca anunció que la organización que ella preside era merecedora del Nobel de la Paz, Oleksandra se hizo mundialmente conocida. Pero como ya sucedió otras veces, hubo polémica porque fue un premio tripartito: junto con ella ganaron un activista bielorruso y una organización rusa. Hubo quienes consideraron politizada la premiación; otros argumentaron que no se debe agrupar a Ucrania con Rusia en el mismo galardón. “Este premio no es una narrativa soviética; responde a otra cuestión: es contra los que quieren difundir la idea de que no tenemos ni libertad ni dignidad”, afirma Matviichuk. Ella es una mujer joven y ocupa un lugar de gran responsabilidad: “Las mujeres tenemos un enorme poder, a veces no nos damos cuenta. Tomamos decisiones políticas, salvamos vidas. Pero la verdad es que la valentía no tiene sexo. Cuando personas comunes arriesgan su vida por otras personas comunes que nunca han visto, se retorna a algo que tiene que ver con lo intrínsecamente humano. Hoy nosotros en Ucrania estamos sintiendo dolor, y yo no puedo ser neutral. Hoy, esta es nuestra vida. No se puede ser neutral en este presente. Algunos desafíos son mucho más grandes que nuestra propia cotidianidad. Una vez me dijeron que vinieron a tomar todo lo que amamos. Pero yo decidí no darles nada”.