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opinión

La otra mitad

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Despedida. Alberto Fontevecchia y Edgardo Martolio. | cedoc

El autor despide al cofundador de Editorial Perfil, don Alberto Fontevecchia, recordando algunos trazos de su personalidad y, principalmente, destacando a quien lo complementó durante siete décadas con su amor y su virtud, la esposa, doña Nelva.

Ya otros dirán todos los elogios profesionales que el prohombre merece y las palabras permitan; ellos subrayarán los enaltecimientos humanos que el espacio acepte y las memorias no nublen. En mi caso, escarbaré más íntimamente. Pues hay mucho que decir de don Alberto Guido Fontevecchia, el editor que compró una revista en 1973 con la única condición de que yo fuese transferido junto con la marca, el archivo y los diversos inventarios. Durante tres cuartos de siglo no hubo patrón más amado por todos sus empleados que él. Fue amigo de los de abajo y respetuoso de los de arriba, por ello lo respetaban los primeros y lo querían los segundos.

Desde sus jornadas de alumno en el Colegio Don Bosco, donde el cura director le pedía que sustituyera a los profesores ausentes, hasta sus últimos y recientes pasajes por la redacción de su venerada revista Weekend, en el seno de Perfil, don Alberto siempre marcó la diferencia. Profesional y humana. Nació distinto y por eso vivirá eternamente. ¿Qué otro dueño discutiría personalmente con catorce prepagas que lo enojaban por negarse a aceptar a su joven diagramador Sebastián Trabes, porque este recibía diálisis desde los 19 años y la cobertura del Sindicato de Prensa no cubría lo que debía cubrir? “Yo pago de mi bolsillo la diferencia y la pago adelantada”, decía, según relata entre lágrimas el papá del recordado “Seba” fallecido 15 días atrás. Y fue don Alberto, nomás, quien abonó alguna de sus tantas cirugías. Era así, sin vuelta de hoja. Ser uno de los suyos siempre fue una bendición.

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De don Alberto, el hincha de San Lorenzo que no aceptó la presidencia cuando se la propusieron (buscando el beneficio de sus capacidades directrices e indudable honestidad) “porque para ser un buen presidente hay que dedicar muchas horas que no puedo quitarle a mis responsabilidades y mucho menos quiero restárselas a mi familia”, se pueden escribir varios libros. Pero acabo de citar su punto más sensible: la familia... Por ella lo hizo todo y lo dio todo. Fue el gran faro que la iluminó más allá de su lámpara visible. Y cuando digo familia podría referirme a las varias que abrazó, como –por ejemplo– la de sus colegas de la sociedad argentina de editores de revistas que supo presidir con infrecuente dignidad y talento. Y otras, como la de sus amigos pescadores. Pero el filtro narrativo torna necesario estrechar los vínculos y detenerse en su conquista familiar más colosal, la de su otra mitad: doña Nelva.

Cuenta el folklore de la historia que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Y si alguien busca un ejemplo, que eche mano a la pareja de Alberto y Nelva, de Nelva y Alberto. Un caso raro de amor que llegó, incólumne, a los 70 años juntos. Sí, vivían casi pegados; aliados en el trabajo y enlazados en la vida y sus afines. Un amor de 24 horas diarias timoneado con la misma sonrisa del primer día, palpitándose el uno al otro con comprensión y tolerancia. Mirándose con la misma ternura de los encuentros iniciales, colmados de pasión y condescendencia. Marchando hacia adelante de manos dadas, las mismas de la adolescencia que los unió, llenas de romántica benevolencia y plena conformidad. Enamorados. Manifestándolo en la transigencia de las caricias y la complementación del intelecto que cada uno le entregaba a la otra mitad. Únicos. Tanto que no podría hablar de Alberto sin fundirlo en Nelva.

¿Quién no anheló vivir lo que ellos vivían? ¿Quién no los envidió sanamente? A ella por tener ese par que la totalizaba con su masculinidad y la honraba con sus sentimientos; y a él por atesorar esa dama tan hermosa y especial que lo ayudaba a ser el equilibrado gigante que fue... Vencedor como pocos, sin embargo, no logró imponer su deseo de irse primero, no pudo contradecir las leyes naturales y acaba de despedirse físicamente a los 93 años. Curiosamente el día de mi cumpleaños, como queriendo dejarme un último mensaje, un poderoso consejo final. Tendré que saberlo leer, aunque a don Alberto no había que traducirlo ni entenderlo entre líneas, era tan claro como sensible y tan directo como sabio. Seguramente está diciéndole al hijo postizo que ayude a cuidar de su otra mitad...

Extrañaré su abrazo pero no olvidaré su ejemplo señero. Como a otros cientos, también a mí me hizo alguien mejor. Y de yapa me dio un hermano del alma, su hijo varón. Y una segunda familia.  Generosidad de los irrepetibles, de esas personas singulares que nacen de tanto en tanto y mueren tan solo para demostrarnos que también ellos son humanos, de pasajera carne y consistentes huesos. Hasta pronto, inolvidable Alberto, todos cuidaremos de su otra mitad, esa que tanto se le parece y tanto le contagió. Descanse en la misma paz que nos ofreció a todos aquellos que nos sabíamos respaldados por su terrenal objetividad y por ese orgullo por cumplir siempre su palabra. Gracias por ser como fue y por darnos tanto. Hoy solo le pido que me permita llorarlo como se llora a un padre...

*Periodista.