Para los latinoamericanos y los argentinos, la inseguridad ciudadana es uno de sus principales problemas diarios; por eso, exigen soluciones. Se ha difundido la idea de que se deben apoyar políticas de "mano dura" y esa visión significa un tratamiento básicamente policial de todo el problema, enfatizado en medidas como dar más facultades a la policía, bajar la edad de encarcelamiento, acelerar los juicios, implantar penas más severas, etc. Sin embargo, los países que han aplicado "mano dura" han fracasado en reducir el delito. En El Salvador, Guatemala y Honduras, que la aplicaron, las cifras de inseguridad ascendieron y el número de miembros de las maras (pandillas juveniles) aumentó.
¿Por qué?. Hay que diferenciar diversos tipos de delincuencia. Está por un lado el crimen organizado, las bandas del narcotráfico, el secuestro, el tráfico de personas y otras. Es imprescindible que la sociedad se defienda y las desarticule, aplicando el máximo peso de la ley. Ello requiere apoyar una renovación profunda de las instituciones policiales, modernizándolas, dotándolas de recursos y de capacidades técnicas.
Pero hay otro problema muy diferente: la delincuencia juvenil. Los delitos de menores, que pueden comenzar por robos pequeños e ir escalando. El fenómeno está profundamente ligado a que uno de cada cuatro jóvenes latinoamericanos está fuera del sistema educativo y del mercado de trabajo. Carecen, en muchos casos, también de un marco familiar. La pobreza causó su deserción escolar y desmembró sus familias. Su acorralamiento social los hace vulnerables al delito.
La delincuencia juvenil en América latina requiere políticas activas de trabajo para jóvenes desfavorecidos, más educación, más protección de sus familias y servicios.
A la misma conclusión se llegó en los EE.UU. Dice el "New York Times" que "la política pública debería desestimular a los jóvenes de formar parte de gangs, reteniéndolos en la escuela, consiguiéndoles trabajos y dándoles programas de servicios sociales y de consejería". El Congreso estadounidense aprobó, por otra parte recientemente, la "Ley de la Segunda Oportunidad", que obliga al Estado a apoyar y a tratar de insertar a los que salen de las prisiones.
La mano dura agrava el problema en lugar de solucionarlo.
Ha llevado a empujar aún más lejos de la sociedad a los jóvenes en riesgo y a llenar las cárceles de ellos.
Los países exitosos en seguridad ciudadana no han sido los de tolerancia cero, sino los de exclusión cero. Las menores tasas de delincuencia las tienen países como Noruega, Finlandia, Suecia y Dinamarca. Sin embargo, tienen el menor número de policías por habitante.
Su éxito está en que han logrado abrirles plenas oportunidades de inclusión a los jóvenes. Tienen garantizados salud, educación, posibilidades de trabajo y hay fuerte protección a la familia.
Hay que renovar el debate nacional sobre el tema. Es necesario pasar a políticas más integrales. Junto a fortalecer a la Policía para enfrentar el crimen organizado, sanearla y profesionalizarla es imprescindible plantear alternativas a la juventud excluida.
El presidente Lula termina de lanzar un programa en gran escala en esa dirección: "Tierra de Paz". Con él se propone enfrentar la grave situación de criminalidad en las favelas de Río, con una inversión de más de 580 millones de dólares, dedicada a inundarlas de servicios de salud, escuelas, oportunidades de capacitación, de deportes y desarrollo cultural. En la Argentina, el ministerio de Educación ha ofrecido a los jóvenes que no terminaron la secundaria apoyos de toda índole para que puedan completarla; hubo una estimulante respuesta.
América latina está en una encrucijada frente al fundamental problema de garantizar seguridad a sus ciudadanos: mano dura, que significa "más de lo mismo" que viene fracasando, o una respuesta integral.
(*) Asesor principal del PNUD/ONU para América latina. Su última obra es "Primero la gente", escrita junto al Premio Nobel Amartya Sen.