COLUMNISTAS

Dos libros dos

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Qué embole: le hice caso a la propaganda del Gobierno y cedí la palabra… ¡pero no me la devolvieron! Ahora estoy obligado a leer, día a día, sólo a los grandes diarios, especies de Pradva del prebendario capitalismo periférico y sus gerentes gubernamentales. Para colmo, pasé por la Feria del Libro. Al fondo de todo, en el Pabellón Amarillo, encontré un lindo stand, lleno de libros maravillosos, que además tenía unos cómodos cubos que oficiaban de banquitos donde sentarse. Eso hice, y con el correr de las horas, y luego de los días, me fui quedando allí. Una semana entera pasé en esa situación anómala, como una muda estalactita humana que vive de la caridad de los lectores desprevenidos. Cuando desperté de esa pesadilla editorial, bajo los efectos narcóticos del tintineo de la caja registradora, noté que me había vuelto un cruzado de la edición independiente, y un fino connaisseur de la Feria del Libro. En ese carácter, teniendo en cuenta que hoy, 1º de mayo, la Feria abre al público (hoy debería llamarse “La noche de la edición Mártires de Chicago”) paso a recomendar un par de libros, conseguidos a módico precio.

En el stand de De la Flor, por apenas $ 25 (menos que una porción de pizza, diría Prat-Gay) se encuentra Pecadoras, de Juan José de Soiza Reilly, en una preciosa edición de 1974, con diseño y diagramación de Carlos Boccardo. Muerto a fines de los años 50, De Soiza Reilly, novelista, conferencista radiofónico (solía gritar, al final de sus discursos “¡Terminó mi cuarto de hora!”), cronista en revistas como Caras y Caretas, en Pecadoras, publicado originalmente en 1924, describe, entre otras cosas, la cultura chic de Mar del Plata, en la época en que todavía era el balneario de moda entre la clase alta: “Para ejercer en Mar del Plata la cultura chic, se necesita estar bien vestido o bien estar desnudo”. Maestro de la ironía, tal vez sus novelas estén por debajo de sus viñetas de costumbres que, en cambio, no han perdido nada de interés. Ahora que la crónica parece haber obtenido legitimidad en la Ciudad Letrada, no estaría mal volver sobre sus libros, y aprender un poco de él: si la crónica no es irreverente, mejor que no sea.

Unos metros más allá, en el stand de Eudeba, por $ 50 (apenas lo que cuestan, en Mercado Libre, dos packs de 25 globos amarillos) se hallan ejemplares de Lecturas de infancia, de Jean-François Lyotard, autor que, ya pasado el oprobio de lo posmoderno, merece ser repuesto entre lo más interesante de la filosofía francesa del último tercio del siglo XX (en especial La diferencia, absurda traducción de un título que claramente debería haber sido El diferendo, concepto nodal en el pensamiento estético-político contemporáneo). En Lecturas… presenta ensayos sobre Joyce, Kafka, Freud, entre otros, pero especialmente sobre Hanna Arendt. Ese es el texto clave del libro. Titulado Sobreviviente, Lyotard discute con Arendt en estos términos: “Arendt escribe en su Eichmann: ‘Siempre habrá un sobreviviente para contar la historia’; ¿cómo lo sabe, cómo saberlo? La Shoa, una Vernichtung casi perfecta, faltó poco para que nadie pudiera contarla. Y los testigos que hablan, lo hacen en el horror de haber sido elegidos para el mal de sobrevivir y poder contar. De haberse ‘salvado’ a último momento”.

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