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borradores

El permiso de prohibir

Puntualmente consulto la página literaria de La Gaceta de Tucumán pero ya hace un mes que sólo aparece un cartelito. “La Gaceta Literaria concluye su labor durante 2007 e inicia su pausa veraniega hasta el domingo 6 de abril”.

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Puntualmente consulto la página literaria de La Gaceta de Tucumán pero ya hace un mes que sólo aparece un cartelito. “La Gaceta Literaria concluye su labor durante 2007 e inicia su pausa veraniega hasta el domingo 6 de abril”.
No es lo único raro que sucede en el interior. Aunque la página www.lavozdelinterior.com.ar sigue funcionando perfectamente, hace tres meses que no está en servicio su buscador. Como era mi canal de contacto con lectores brasileños y españoles y con la curiosa Mariana de Basilea, he subido mis últimas treinta de La Voz a mi www.fogwill.com.ar/lavoz.html, donde se pueden leer tan desprolijas como fueron siendo enviadas el último miércoles de cada mes.
“Fueron siendo” me suena pésimo, pero, en efecto, siempre fui siendo puntual con mi changa mediterránea.
Mientras compilaba aquellos borradores, mi psicóloga los fue leyendo con el mismo estilo de saltear que ha de haber aplicado a sus lecturas escolares de Lacan y Freud.
No voy a una psicóloga. Me refería a Mi psicóloga, la que sube ciertas tardes a visitarme, para hacer unas cosas y reprocharme otras. Esta vez me dijo, como preguntando: “¿Notaste que te estás volviendo medio facho?”. Le respondí que sí, ocultándole que hace más de veinticinco años que lo vengo notando sin dejar de pensar que todo lo que uno hace es un efecto de la senectud y esa merma en los valores de testosterona en sangre que algunos llaman madurez: la madurez malentendida empieza por la pérdida de las últimas vergüenzas que le quedaban al senil. Ahora, por ejemplo, ya no me queda la vergüenza de prohibir.
Ni la de preconizar prohibiciones nada viables. En aquellas columnas me descubro habiendo escrito contra las todoterreno, el tabaco, las drogas, los funcionarios y hasta contra los perros.
Ahora me dispongo a celebrar el Registro Municipal de Perros instituido en Rafaela a causa del asesinato de una bebita de un año de edad.
Puse allí que “nadie sabe cuántas muertes –y mucho menos cuánto daño a la calidad de vida de las víctimas– provocan las tan promocionadas y mimadas mascotas hogareñas. Probablemente no alcancen a un centenar. Pero asumiendo que fueran apenas doce, seguirían justificando el epigrama: “La vida de un niño vale más que la de todos los perros de razas potencialmente asesinas”, esos que ahora los imbéciles compran para agregar a sus cercos, tapias, enrejados, arsenales domésticos, Pathfinders, Cherokees y Hummers como símbolo de la seguridad y el poder que tan volátiles se han vuelto en la convulsa sociedad neocapitalista”. Y casi agrego que esas pocas y pequeñas vidas valen más que la de todos los perros asesinos y sus dueños. Son cosas de la edad.