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Epidemia de lugares comunes

Entre los oradores de la Grecia antigua el lugar común era una base de argumentación. Repetía y naturalizaba una frase instalando de una manera simple la idea que se quería transmitir.

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Siempre lo mismo. La entrevista al final del partido nunca falta. | captura youtube

Entre los oradores de la Grecia antigua el lugar común era una base de argumentación. Repetía y naturalizaba una frase instalando de una manera simple la idea que se quería transmitir. Este recurso de la retórica se convirtió con el tiempo en una colección interminable de cáscaras vacías, oraciones y fórmulas carentes de contenido, obviedades que no agregan nada en una conversación, comodines a los que se apela para construir apariencias de diálogos. El lugar común remplaza al pensamiento en general y al pensamiento crítico en particular, además de empobrecer el lenguaje. Las palabras con las que se lo formula son simples sonidos, como los que puede repetir un loro bien amaestrado.

Navegamos en un mar de lugares comunes, con riesgo cierto de ahogarnos en él. Los programas deportivos en televisión (los de fútbol en particular) son, por ejemplo, un hervidero. Y la frutilla del postre la constituyen las entrevistas a jugadores al final de un partido. Todo empieza con preguntas complacientes, que son afirmaciones (“Hoy hiciste el gol del triunfo y fuiste la figura del equipo, ¿sos consciente de eso?”), y sigue con respuestas automáticas y trilladas que, como todo lugar común que se precie, pasan luego al habla cotidiana. En estos días una serie de spots publicitarios muestra a un individuo que responde valiéndose de ellos en variadas situaciones. A la salida de un examen en la universidad, al final de un asado, durante un alto en un viaje, después de una noche en un boliche, al cabo de una primera cita, luego de una entrevista de trabajo. La gesticulación, la cadencia de la voz, la mirada siempre perdida en el vacío y todos los detalles estereotipados de las entrevistas futbolísticas están captados y trasladados de manera magistral y desnudan el patetismo de un hecho naturalizado, que el espectador consume pasivamente.

La fórmula futbolera se muestra así funcional en otros campos.  “Hay que seguir trabajando”, “Esto recién empieza”, “Sabíamos que iba a hacer difícil”, “Este es un grupo bárbaro”, “La figura fue el equipo”, “Me seguiré preparando para aportar cuando me toque entrar”, “La competencia es dura, acá nadie te regala nada”, “No nos vamos a apartar de esta idea”, etcétera. La política agrega su propia sarta de lugares comunes: “Trabajamos para la gente”, “Tenemos un pueblo maravilloso”, “Recibimos una pesada herencia”, “El futuro de los argentinos”, y demás. La economía los suyos: “No se puede gastar más de lo que ingresa”, “El problema es el gasto público”, “El dólar está subvaluado” y tantos más. Ni hablar del submundo de la farándula, en donde actrices, modelos, vedettes, galanes e influencers pasan “por el mejor momento de mi vida”, o descubren “un camino espiritual”, o aseguran que “en el sexo soy libre” y otras muletillas.

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La desenfrenada carrera por la elección o reelección, es decir por retener el poder, conquistarlo o reconquistarlo, teniéndolo siempre como fin único, motivará este año una hemorragia de lugares comunes (nunca de programas o políticas transformadoras) en boca de candidatos, aspirantes, cortesanos y voceros. Los medios aportan lo propio al abusar de palabras como “polémica”, “destrozó”, “cruzó”, “clave”, “impresionante”, “devastador” y muchas más, usándolas fuera de lugar y vaciándolas de significado. El lugar común puede tener un efecto narcotizante. En un clima de egoísmo, hedonismo e indiferencia, en medio de una extendida pereza mental y ante el avance del desencanto y la depresión colectiva, los lugares comunes duplican su peligrosidad. Apagan la reflexión, empobrecen el lenguaje, impiden cualquier debate que invite a desarrollar argumentos, clausuran todo interrogante que pregunte de qué otro modo podrían ser las cosas que parecen obvias, y propician interacciones y conversaciones anémicas, previsibles, desprovistas de interés y creatividad. Cuando todos hablamos como futbolistas, políticos, economistas o personajes farandulescos, cobran valor los versos del poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948): “Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; / el adjetivo, cuando no da vida, mata”.lo.

*Escritor y periodista.