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Los límites de la democracia

Urna Temes
En las elecciones de este 2023 aumentó el “voto bronca”, expresado en ausentismo, voto en blanco o voto impugnado. | Pablo Temes

Adam Przeworski es un cientista social que se doctoró en Filosofía en la Universidad Northwestern y que dicta clases de Ciencia Política en la Universidad de Nueva York. Nacido en Polonia y nacionalizado en los Estados Unidos, es un destacado intelectual que en las últimas décadas se ha convertido en uno de los principales especialistas en estudios sobre democracia moderna. En 2010, por caso, fue galardonado con el prestigioso premio Johan Skytte que distingue a los mejores politólogos del mundo por “elevar los estándares científicos con respecto al análisis de las relaciones entre la democracia, el capitalismo y el desarrollo económico”. Miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, se trata de un autor que ha publicado una docena de ensayos filosóficos sobre teoría política, siendo La crisis de la democracia una de sus obras cumbre.

La tesis central de Przeworski sostiene que la democracia siempre decepciona. Sin embargo, y esto es lo más curioso, es que esta particularidad, que es intrínseca a su funcionamiento, no erosiona el valor fundamental del propio sistema. Sucede que los problemas con el régimen democrático comienzan con cada proceso electoral, porque luego de una elección aparecen los primeros desilusionados: los votantes que acompañaron a los candidatos derrotados en las urnas. Más adelante, el fenómeno de desencantamiento no se detendrá, sino que aumentará desde el mismo día de asunción del nuevo gobierno, cuando se irán acumulando, paulatinamente, una nueva cantidad de votantes frustrados frente al rechazo a las distintas políticas implementadas.

La democracia, por lo tanto, está obligada a convivir con altos índices de desaprobación. Sin embargo, y esto es lo que la torna el régimen político más interesante, es que a pesar del cuestionamiento que pueda observarse, los ciudadanos que realmente viven bajo un sistema democrático nunca dejaran de valorarlo. Algo de eso está pasando con los argentinos en este preciso momento.

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La mejor forma de establecer el apoyo a una democracia es observar el respaldo que ostenta su sistema electoral. Desde el fin de la última dictadura en la Argentina, la participación en los comicios siempre estuvo por encima del 70%. Ese piso solo fue perforado en las PASO de 2021, realizadas en el contexto del Covid: con el 68% de asistencia fue la elección que menos concurrencia evidenció. Mientras que los índices más robustos se registraron en las presidenciales de 1983 y de 1989, que superaron el 85% del padrón. En la década de 1990 los porcentajes decayeron, pero no de manera considerable, ya que la participación se mantuvo en torno al 82%. Y, tras la crisis de 2001, que marcó el peor momento social, político y económico del país, el caudal ciudadano que ejerció su derecho al voto se mantuvo entre el 78% y el 89%. Hasta la implementación de las PASO, ya que en las primarias de 2019 la concurrencia electoral decayó hasta el 76% y en 2021 retrocedió hasta el 68%, un descenso que también se evidenció en la presidencial de ese año, que solo obtuvo el 71% de votantes.

Se trata de una nociva tendencia que podría potenciarse en la actual campaña electoral. Es que las elecciones provinciales realizadas hasta el momento muestran un fuerte aumento de lo que podría denominarse como un fenómeno de “voto bronca”, que se expresa en la creciente presencia de ausentismo, voto en blanco o voto impugnado. Esta clara impugnación a la democracia argentina que se observa por estas horas, representa un condicionamiento que llegó a posicionarse en torno al 35% del padrón en promedio de las 13 votaciones que ya se han celebrado en 2023. Es un paradigma que alcanzó su pico máximo el domingo pasado en Corrientes, elección en la que sólo se obtuvo el 53% de votos válidos. No es un dato menor: cerca de la mitad de los correntinos optó por no expresar su voluntad en las urnas.

Frente a este escenario, algunos interrogantes se tornan fundamentales. ¿La fenomenal crisis económica que atraviesa la Argentina repercute en el sentimiento antidemocrático? ¿La apatía electoral es producto de los altísimos índices de pobreza, inflación y precarización laboral? ¿Se trata de una tendencia que pone en peligro a la propia raíz de la democracia en la Argentina, precisamente, cuando se cumplen cuatro décadas ininterrumpidas de ejercicio electoral?

Para arrojar algunas respuestas, es posible reparar en el primer informe de Creencias Sociales elaborado por el Observatorio Pulsar.UBA. Este flamante think tank, creado en el marco de la Universidad de Buenos Aires, tiene por objetivo comprender de manera sistemática los valores sociales y las cosmovisiones de los argentinos en relación a temas culturales, científicos, religiosos y políticos de relevancia pública. El resultado se plasmó en una encuesta nacional sobre la percepción y los valores que los argentinos le atribuyen a la democracia. “Primer hallazgo: la democracia sigue siendo el mayor de los consensos entre los argentinos. En tiempos donde la polarización nos tamiza todo y los acuerdos políticos no tienen conducción, hay un 70% de los entrevistados que responde con convicciones y compromisos democráticos. La sociedad argentina quiere democracia”, concluyó en el documento Daniela Barbieri, socióloga por la UBA, magíster en Comunicación Política por la Universidad George Washington y directora de Pulsar.UBA.

Evidenciar los límites de la democracia no significa caer en el cinismo.

Algunos datos obtenidos en este trabajo de opinión pública son realmente sorpresivos. Para demostrarlo vale comparar dos preguntas que fueron formuladas a los encuestados. “¿Qué tan importante es para usted vivir en un país que se gobierna democráticamente?”. El promedio de respuesta fue de 8,72. “¿Qué tan democrática considera que es Argentina?”. El promedio de respuesta fue de 5,81%. En síntesis: los argentinos tienen una alta valoración de la democracia pero presentan un bajo nivel de aprobación sobre la democracia argentina.

El estudio también demostró que mientras que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno para la mayoría de los argentinos, ya que se trata de una respuesta respaldada por el 73% de los encuestados, también se observa que el 13% considera que, en algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático y al 12% le da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático. En ese orden, la mayoría de los votantes del Frente de Todos (71%) y de Juntos por el Cambio (62%) acuerdan en que un gobierno democrático debería terminar su mandato sin importar lo que suceda, mientras que los votantes de La Libertad Avanzan prefieren (59%) que un gobierno sea reemplazado antes de que termine su mandato si no da soluciones a la población.

El informe presentó un cuadro analítico que permite diferenciar tres tipos de perfiles democráticos. Así surgieron distintas categorías normativas en relación a la democracia. La primera es demócratas puros: los que prefieren a la democracia cómo régimen de gobierno y consideran que un presidente electo siempre debería terminar su mandato (51% de respuestas). La segunda es demócratas pragmáticos: se caracterizan por preferir la democracia como régimen de gobierno, pero están abiertos a la posibilidad de revocar el mandato de un presidente si consideran que no está satisfaciendo las necesidades de la población (23% de respuestas). Y la tercera es demócratas indiferentes: se caracterizan por tener una actitud de apatía hacia el régimen democrático y, aunque no se oponen a vivir bajo un régimen democrático, no presentan un compromiso con la democracia como forma de gobierno (25% de respuestas)

Si esas categorías son matizadas por espacio político, los votantes del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio se muestran mayoritariamente como “demócratas puros”, pero los votantes de La Libertad Avanza aparecen como “demócratas indiferentes”. En tanto que el voto debe ser obligatorio para el 59% de los votantes del Frente de Todos y el 53% de los votantes de Juntos por el Cambio, pero el 58% de los votantes de La Libertad Avanza prefiere que el sufragio sea voluntario. Por último, el 72% de los encuestados sostiene que un presidente debería hacer acuerdos con todas las fuerzas políticas para implementar su plan de gobierno, aquí hay coincidencia en el Frente de Todos y en Juntos por el Cambio, pero al 47% de los votantes de La Libertad Avanza no le parecen relevantes los consensos con otros partidos políticos. Por último, aunque el 59% está poco o nada interesado en la política, el 82% sostiene que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno.

¿Cómo se explica, entonces, que a pesar del rechazo al proceso electoral, que se observa en la elevada apatía frente a las elecciones realizadas este año, los argentinos tengan una valoración tan alta del sistema democrático, incluso, en medio de una grave crisis  económica, es decir, cuando con la democracia no se come, no se educa y no cura? Otra vez hay que a recurrir a Przeworski: evidenciar los límites de la democracia no significa caer en el cinismo. Porque, aunque presente complejidades, la historia del siglo veinte ha demostrado con creces que la democracia es la mejor institución social creada por la humanidad.