COLUMNISTAS

Luces de alarma

La voz quebrada de Daniel Scioli fue toda una novedad. Sus argumentos endebles, no tanto. Se defendía como podía ante la firmeza de las preguntas de César Mascetti por Radio del Plata. Era un Scioli desconocido que no podía ocultar su fastidio. Se percibía en el aire.

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La voz quebrada de Daniel Scioli fue toda una novedad.
Sus argumentos endebles, no tanto.
Se defendía como podía ante la firmeza de las preguntas de César Mascetti por Radio del Plata. Era un Scioli desconocido que no podía ocultar su fastidio. Se percibía en el aire. Justo él, un campeón del optimismo new age y del “vamos para adelante”. Justo él, tan entrenado en el complejo mundo de los medios. Era el momento culminante de lo que fue seguramente una de las peores semanas de la vida política del gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Honró su compromiso y puso la cara, hay que decirlo. Pero recibíó cachetazos de todos lados. De arriba y de abajo. Del kirchnerismo, de los intendentes que son el poder real y de los bonaerenses que reclaman mayor seguridad con cierres de comercios y con la irracional formación de brigadas de vecinos armados.
En su primera crisis de gabinete perdió al viceministro de Seguridad, Martín López Perrando, y tuvo que salir a desmentir una dura pelea con pedido de renuncia del mismísmo Carlos Stornelli. Es verdad que Stornelli les contó a sus amigos que tuvo que echar a su segundo porque lo agarró con las manos en la masa pero, hasta que eso no se tranforme en una acusación concreta en sede judicial, no se puede dudar de la honestidad del ex funcionario que –como todos– sigue siendo inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero lo más grave es que el primer obstáculo grande en el tema inseguridad con que se encontró Scioli desnudó improvisaciones, falta de planes concretos y fragilidades políticas de quien, después del matrimonio Kirchner, sigue siendo el argentino con mayor imagen positiva.
Antes y después de la reunión de la conducción del justicialismo bonaerense hubo un festival de facturas contra Scioli. Se pueden enumerar algunas de las cosas que se dijeron:

“Le queda grande la Provincia. No entiende cómo funciona. No se deja ayudar y armó un gabinete insólito.”

Las anécdotas empezaron a brotar. Uno de los intendentes más desafiantes dijo que Alberto Pérez –por teléfono– le gritó enojado ante los reclamos: “Bueno, viejo, nosotros estamos acá porque ustedes no pudieron encontrar un candidato a gobernador presentable. Ahora se la tienen que bancar”. Y aclaró entre las risas nerviosas de la mesa: “Si me lo decía personalmente, lo boxeaba”.

El intendente de La Plata, la ciudad sede del Gobierno, nada menos, no tuvo empacho en confesar que no se habla con Stornelli hace un mes. El ministro ya consumió mucha de su batería política y ahora tiene menos energía. ¿Será el fusible de una próxima crisis? ¿Tiene Scioli un plan B en seguridad?

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Un viejo caudillo cansado de ganar elecciones en una localidad emblemática contó que le tuvo que explicar dónde quedaba a uno de los ministros. “Le dije agarrá el mapa”, exageró.

Que haya puesto a manejar la complejísima economía de la Provincia a su contador es toda una definición. Desconfía, no quiere que lo pasen en las cuentas pero subestima la dimensión de los problemas.

Las autoridades de las dos cámaras legislativas responden al histórico peronismo ortodoxo y no a Scioli, a quien castigan llamando “el montonauta”, cruzando sus triunfos deportivos con los muchachos de Firmenich.

En definitiva, lo ven muy tierno para un desafío titánico. Pero temen que la situación lo supere y tengan que romper el vidrio ante la emergencia. La pregunta del millón es qué hacen los Kirchner frente a este panorama. Un importante bonaerense, que es ladero de Néstor desde la primera hora, confesó que cuando le vienen con estos cuentos dice: “Momento, dejen trabajar tranquilo a Daniel”. Los calma porque no quiere echar más leña al fuego. Pero por las dudas lo tiene monitoreado todo el tiempo. Por arriba, con Florencio Randazzo, y por abajo, con Alberto Balestrini. Es como un operativo de pinzas preparado para actuar en el momento indicado. Por ahora, observan con atención y preocupación, y sólo dejan trascender sus broncas:

No puso un solo kirchnerista de paladar negro en un gabinete culturalmente menemista. Ni siquiera le ofreció un cargo a un intendente provincial.

No dijo una sola palabra cuando Néstor y Cristina dieron la orden de pintarse la cara de antiimperialismo para salir al cruce del estallido que produjo la valija negra repleta de verdes bolivarianos.

Homenajeó a los policías caídos en el cumplimiento del deber con una misa celebrada por uno de los archienemigos de los K: monseñor Héctor Aguer.

Pidió públicamente un lugar importante en el futuro PJ y le respondieron con el lavagnazo. Es más, Kirchner recibió en Puerto Madero con abrazos a los piqueteros aliados, entre ellos a Emilio Pérsico, de quien no quedó vestigio en el Gobierno bonaerense pese a que tuvieron mucho poder con Felipe Solá.

Dos periodistas que miran a Kirchner con mucha simpatía escribieron que tanto el ex comisario de la Federal, Roberto Giacomino, que tiene que rendir cuentas en la Justicia, y varios de los integrantes de la tristemente célebre maldita policía, como Mario Naldi y Mario Rodríguez, están asesorando a Stornelli y muy cerca de Scioli. Nadie descalificó con contundencia esa información, y el funcionario, que tal vez sepa más de la Policía en Argentina, fue muy tibio ante PERFIL: “No me consta. Desconozco”.

Hay una luz roja en el tablero de Scioli. Es hora de mostrar las uñas de guitarrero para la gestión. El voluntarismo no alcanza. Sacarse tres fotos en una semana con Mirtha Legrand, tampoco. Gobernar no es figurar. Tapar agujeros es correr detrás de los problemas. Falta planificación a mediano y largo plazo. Hacerse el boludo, como recomendaba Felipe Solá, tiene patas cortas. No suma pasearse de la mano de un Claudio Zinn preocupado en combinar los colores y de un Carlos Bilardo ocupado en combinar las palabras. Scioli prometió soluciones en la campaña. Tuvo mucho tiempo antes de asumir para armar sus equipos como quiso. En el pasado demostró que tiene el cuero duro, y pudo superar adversidades personales terribles y castigos feroces de los Kirchner. Le sobra capital político para manejar la Provincia. Pero tiene que hacer un curso acelerado de liderazgo, porque la temperatura aumenta demasiado rápido entre la gente común y entre los que tienen responsabilidades de conducción.